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PALABRAS DE PODER

La ira: herida abierta

JACINTO FAYA VIESCA

‘ESTE SENTIMIENTO ENGENDRA ODIO Y DE ÉSTE SURGEN DOLOR Y MIEDO’

La ira es una pasión del alma que impulsa a cometer actos de violencia contra las personas o las cosas. La ira despierta el apetito o deseo de venganza, y nos puede conducir a cometer actos de crueldad y a repetirlos.

San Agustín dijo que “La ira engendra odio y de éste surgen dolor y miedo”. Miguel de Cervantes en su obra Los Trabajos de Persiles y Sigismunda, escribió: “La ira, según se dice, es una revolución de la sangre que está cerca del corazón, la cual se altera en el pecho con la vista del objeto que agravia y tal vez con la memoria; tiene por último fin y paradero suyo la venganza, que como la tome el agraviado, sin razón o con ella, sosiega”.

La ira como pasión tiene sus grados, los que dependen del temperamento del iracundo y de la gravedad del agravio según la percepción del agraviado. Así como se dan estallidos de ira que a los pocos segundos o minutos pasan, también se da un tipo de ira muy especial y que es la más peligrosa de todas: la ira que el iracundo no manifiesta, y que en cambio sí va incrementando en su corazón; es una ira reprimida que al paso del tiempo va creciendo como sucede con las olas del mar; se trata de una ira que va alimentando un intenso deseo de venganza que el iracundo no puede controlar hasta que ejecuta su venganza.

Por fortuna, la casi totalidad de los estallidos de ira, no terminan con la privación de vidas, pero sí, en cambio, resultan devastadores para las buenas relaciones interhumanas.

Cuando una persona estalla de ira, nadie pude prever qué sucederá momentos después. Lo que sí sabemos, es que cuando dos personas están tratando de llegar a un acuerdo o a la solución de un problema, y uno de ellos no puede contener su ira, es casi imposible que ambas partes puedan solucionar su conflicto.

El problema de la ira consiste en que rompe la unión sentimental cuando una de las personas grita, se pone frenética, insulta, e inclusive, arremete físicamente.

En las grandes tragedias de Shakespeare encontramos la mina más rica para entender esta pasión enfermiza. En la obra Hamlet, el personaje Hamlet estalla en ira y venga la muerte de su padre.

No es el momento de analizar los casos extremos de la ira, pero sí podemos adelantar algunas ideas sobre esta pasión, ya que este tema será objeto de un buen número de columnas que se publicarán posteriormente. Es que en la mayoría de las veces, el iracundo crónico sufre de un trastorno emocional severo. Por lo general, toda persona crónicamente iracunda, fue maltratada por su padre, madre, o ambos. En su niñez, fue constantemente humillado y rebajado.

Por ello, todo iracundo, al contrario de lo que se cree, es un ser que se siente muy débil, y a través de la ira pretende ocultar su interna debilidad.

La ira, de alguna manera, está impresa en nuestro código genético, y por supuesto que hay personas con una mayor o menor disposición genética a ella: se trata de personas genéticamente dotadas de un temperamento más sensible y débil. Pero esta tendencia genética de ninguna manera “determina” a la persona a ser un iracundo crónico. Lo que sí la afecta con un fuerte o débil temperamento, es la desafortunada educación que el iracundo recibió en su niñez por parte de sus padres.

El iracundo fue objeto de la ira de uno o de sus dos padres, y fue injuriado y golpeado permanentemente, por ello cree que el modo adecuado de reaccionar es, precisamente, repitiendo el modelo equivocado que tomó de sus padres iracundos.

He llegado a pensar, que así como el niño que fue golpeado por sus padres se vuelve golpeador contras sus hijos, no solamente porque fue lo que aprendió, sino porque en su inconsciente cree que si de golpeado pasa a golpeador pudiera olvidar que fue un niño golpeado por sus padres, así, de la misma manera, el iracundo que recibió la humillación constante de la ira de sus padres, cree, inconscientemente, que al pasar de ser el objeto de la ira, a ser agente activo iracundo, pudiera mitigar sus intensos recuerdos de sufrimiento vividos en la niñez.

No sé el porcentaje de personas iracundas, algunos de nosotros lo somos, y otros no, pero todos durante toda nuestra vida nos vamos a estar enfrentado con personas que padecen de esta enfermiza pasión. Debemos darnos cuenta que a toda persona que padece de una ira crónica, tenemos que tratarla con mucho cuidado, pues todo tiende a personalizarlo. Debemos saber que estas personas padecen de una debilidad de carácter aunque constantemente estén demostrando lo contrario. La buena noticia es que toda persona que padece de ira crónica, puede curarse, siempre y cuando se dé cuenta que suira no proviene de un temperamento fuerte, sino del maltrato que recibió en su infancia por parte sus padres.

“Infancia es destino”, escribió Freud, inventor del psicoanálisis. Para quienes padecieron una infancia de malos tratos, van a batallar más a través de su existencia. Pero también, al darse cuenta de que los más importantes defectos de su carácter se deben a su infancia maltratada, con esta conciencia podrán corregir actitudes y conductas que les afectan en su edad adulta.

En este sentido, la infancia no sería un destino definitivo como lo creía Freud. Cada uno de nosotros podemos hacer muchísimo para suprimir conductas tan dañinas como la ira.

Tenía razón el poeta de la Roma Antigua, Horacio, al haber escrito: “La ira es como una locura breve”. Como táctica ante una persona que se está comportando con ira, nada mejor que el consejo que nos da la Biblia: “La blanda respuesta quita la ira”.

Recordemos que un gran porcentaje de nuestros daños los causamos por nuestros estallidos de ira, de ahí, que lo mejor que podemos hacer es adoptar el consejo del gran poeta Horacio, quien escribió: “El que no modera su ira, querrá más tarde no haber hecho lo que el dolor y el ánimo le hicieron hacer”.

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