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PALABRAS DE PODER

Odio por partida doble

POR JACINTO FAYA VIESCA

¿Hasta dónde el perdón no será la venganza de los hombres y mujeres buenos?

"No olvido lo que me hiciste, pero en el fondo de mi corazón, te perdono". Esta frase con palabras más o palabras menos, la hemos escuchado o expresado.

El problema con el perdón es que "nos hace superiores a los que nos injurian", como bien lo dijo Napoleón. El perdón es uno de los temas que más se habla, pero a la vez, se trata de una cuestión muy poco estudiada. Han sido los novelistas los que más han calado en este espinoso tema. Dostoievski y Shakespeare han sido los autores que con más profundidad han llegado a desentrañar al perdón. ¿Qué es el perdón? ¿Una actitud, un sentimiento, un acto de la inteligencia? El autor de la presente columna no lo sabe, pero de lo que sí es consciente, es que se trata de una de las manifestaciones humanas más complejas.

Por supuesto que el perdón no es un tema propio de la moral o de la religión. Su complejidad nos lleva a la necesidad de estudiarlo, pero a partir de la propia biología y de las muy diferentes costumbres en los distintos pueblos de la Tierra. Sabemos que la leona defiende a sus cachorros aun a costa de su vida, pero cuando un nuevo macho destierra o mata al macho de la manada, ese nuevo león mata a los cachorros de la leona y a los pocos días, es la leona la que va tras el nuevo macho buscando su protección y se le entrega.

Hay pueblos en donde si un joven mata a otro, los padres del fallecido exigen a la justicia que el asesino pase a formar parte de la familia del asesinado, como tratando de llenar el hueco del hijo fallecido. ¿Hasta dónde el perdón no será la venganza de los hombres y mujeres buenos? Para algunos, perdonar nace de la comprensión que el injuriado o dañado tenga de los motivos del ofensor. Y así pensó madame Stael, quien escribió: "Comprender es perdonar". El problema del perdón es sumamente difícil, pues son muy variadas las circunstancias en que se cometen los daños o las ofensas. También son muchos los grados de tal ofensa o daño. Todo ello hace imposible que podamos hablar del perdón como una cuestión absoluta: perdonar o no perdonar. Estas dos opciones contrapuestas no tienen ningún sentido ni ninguna evaluación con respecto a la moral, la religión, las costumbres, los sentimientos, si no se toma en cuenta toda la gama de factores que inciden en cada caso.

Quiero aprovechar este espacio para reflexionar sobre una dimensión del perdón que se nos presenta con mucha frecuencia, y es cuando "perdonamos, pero no olvidamos". El genial Nietzsche en una de sus mejores obras, titulada Aurora, escribió: "Virtudes peligrosas: no olvida nada, pero perdona todo. En tal caso se odia doblemente a esa persona, pues se avergüenza por duplicado: con su memoria y con su magnanimidad". Esta reflexión de Nietzsche es deslumbrante: el perdonar sin olvidar es una prueba contundente del odio que se le guarda al perdonado, pero sólo que aquí se hace por partida doble, pues la memoria no olvida tus ofensas, pero dada mi magnanimidad, te perdono.

¿Realmente podremos ser magnánimes al perdonar y a la vez, no olvidar la ofensa? No lo creo. Más bien pienso, como Nietzsche, que se trata de un odio por partida doble.

Los seres humanos no gozamos de ninguna de las cualidades de Dios ni de los ángeles, por lo que perdonar a otros - a veces - nos resulta imposible. Nuestra limitada condición humana no da para tanto, por lo que no debemos sentirnos culpables cuando "no podamos perdonar".

Que al no poder perdonar sigan otros problemas, como el resentimiento, eso es otra cuestión. ¿Pero, cuántos sentimientos de culpa absolutamente infundados se derivan cuando no podemos perdonar? En la mayoría de las veces no se trata de que no queramos perdonar, sino sencillamente, de que nos resulta emocionalmente imposible hacerlo.

En lo personal, a veces no puedo perdonar, y jamás me siento culpable por ello. Hace tiempo me llegó de improviso a la mente una nueva forma de perdón que jamás leí en algún autor y que nadie me dijo, y consiste en que cuando no puedo perdonar a alguien, perdono de otra forma: me perdono a mí por no poder perdonar. ¿Por qué exigirme más, si sólo soy una criatura llena de debilidades y de limitaciones?

Tenemos que reconocer que todas las personas (sin excepción alguna), somos muy frágiles para poder soportar las ofensas y daños injustos que otros nos causan.

Cuando un hombre es engañado pos su mujer, ésta podrá ser perdonada, sólo que será casi imposible que vuelva a ser amada. Y es que hay ofensas que podemos disimular con el perdón, sólo que en nuestro corazón quedará muerta para siempre, una parte de él.

Henri Bergson en su obra, "Ideas acerca de la virtud", escribió que: "El perdón de una injuria lo mismo puede nacer de la generosidad que de la vileza". Se necesita la reciedumbre e inmensa generosidad de un San Francisco de Asís, o de una Madre Teresa de Calcuta, para poder perdonar por completo. Pienso, que más bien, perdonamos por vileza que por generosidad. Esto no significa que seamos personas viles, sino solamente, que fue una actitud de vileza de nuestra gran deficiencia humana, la que nos motivó a perdonar. Y cuando perdonamos por vileza, ya no es un perdón real.

Hay una cuestión importantísima en materia del perdón: el ofensor jamás perdona aun cuando sea una persona muy buena. Y es que a veces ofendemos por imprudencia o impotencia, y nuestro castigo es que nunca podremos perdonar aunque lo digamos, pues como ofensores siempre temeremos la venganza del ofendido, aun cuando éste jamás piense desquitarse.

¡Creamos en el gran escritor español, Miguel de Unamuno, cuando escribió: "Cuando les digan: "perdono, pero no olvido", no les creáis; los que tal dicen no saben perdonar".

jacintofayaviesca@hotmail.com

twitter: palabrasdpoder

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