LA PERSONA QUE SUFRE DOLENCIAS, PADECE DE UN CANSANCIO CRÓNICO, LO QUE LE IMPIDE PODER TENER PACIENCIA
El "dolor físico" es una sensación molesta y aflictiva, más o menos intensa, de una parte del cuerpo por una causa interior o exterior.
Bienaventurados los que sufren porque ellos serán consolados, dijo Jesucristo. Los que sufren, son un buen porcentaje de las poblaciones de todos los países del mundo. En esta columna nos vamos a enfocar a uno de los peores sufrimientos del ser humano: el dolor físico.
Difícilmente no encontraremos en nuestras familias, en nosotros, o en allegados muy cercanos, a hombres y a mujeres que sufren intensamente de dolores físicos. Dolores intensos a ratos, espaciados por días, intermitentes, o simplemente de manera permanente y crónica.
La persona que sufre físicamente, padece de un cansancio crónico, lo que le impide poder tener paciencia. A estas personas las vemos como "quejumbrosas", pero es que no comprendemos que el adolorido no puede dejar de callar su dolor. Muy probablemente ningún sufrimiento sea más difícil de soportar que el dolor físico, incluso que el dolor emocional.
Cuando estamos sanos y sin dolor, es imposible que podamos entender al doliente, pues su dolor no lo expresa con llanto incontrolado, como sucede como el que pasa por un duelo. El doliente físico ha impreso en su cara un rictus de dolor, y como se siente incomprendido, calla lo que le duele. Y muy frecuentemente agota a sus seres queridos y destroza sus relaciones.
El que pasa por una pena, miedo o depresión, tiende al aislamiento, aunque un porcentaje de ellos busca la compañía de otros; en cambio, al que le duele intensamente algo, no busca la compañía, sino que se aísla y se queda solo con su dolor. El doliente adopta con frecuencia la posición fetal: acerca sus rodillas a su vientre o pecho y se hace un ovillo. No sé si esa posición fetal en algo aminora su dolor, o si es una respuesta instintiva a la posición en la cual jamás le dolió nada y en la que mejor se sintió: cuando estaba en la matriz de su madre.
El dolo físico al que nos hemos referido, no es el dolor que nos sirve de alarma biológica: aquel que nos indica que algo anda mal en nuestro cuerpo. Sino que nos estamos refiriendo a esos dolores crónicos insoportables: el artrítico reumatoide por una degeneración inflamatoria, el causado por un cáncer de huesos; los dolores de migraña, en que el doliente siente que tiene partida su cabeza en dos, dolor acompañado de náuseas, vómitos, y una total intolerancia a la luz y al ruido. En este último tipo de dolores hay personas que prefieren estrellar su cabeza contra las paredes. El dolor del intestino, de los riñones agravados, el causado por traumatismos graves, el quemado con intensidad, todo esto, incapacita al doliente.
El mundo del dolor físico está reservado exclusivamente para estos seres humanos que son héroes y heroínas; un mundo que nadie pude compartir con ellos y que nadie los entiende.
El adolorido con intenso dolor crónico o intermitente, y el adolorido incapacitado, sufre lo indecible, pues pierde su autonomía y el control de su propio cuerpo. Quiere vivir, pero a la vez quisiera que el dolor ya terminara, o que su vida llegara a su fin. Para el médico de la Grecia Antigua, Hipócrates, el médico estaba obligado no sólo a curar, sino también a aliviar el dolor. Es más espectacular la cura de un enfermo grave, pero creo, que el contenido de nobleza y espiritualidad sea mayor en el médico preocupado por disminuir el dolor de sus pacientes.
Es cierto, que mucho cuenta en el doliente la actitud que asuma ante su dolor. Incluso, hay quienes se han resignado ante él y han podido llevar una vida satisfactoria. En esto mucho depende la jerarquía de valores del adolorido, la forma como sublimice su dolor y su aguante y resistencia.
Lo que debemos entender es que la gran mayoría de nosotros no comprendemos ni aceptamos al doliente. Como no se está muriendo y no está padeciendo a veces de una enfermedad grave, tendemos a minimizar su sufrimiento. Con frecuencia nos incomoda su dolor, lo que aísla más al doliente, sumando a su dolor físico el rechazo que siente intensamente de sus seres más queridos.
Recordemos que "los hombres son más sensibles al dolor que a los placeres", como lo dijo el historiador romano Tito Livio; sí, pero siempre cuando nosotros seamos los dolientes.
Pocas actitudes y conductas pueden ser más nobles que cuando comprendamos al doliente y le ayudemos a aliviar su dolor. Sin duda alguna que aparte de las medicinas y cuidados terapéuticos del adolorido, nuestra comprensión, compañía y aliento constituye la mejor medicina y el mejor regalo de ofrenda que podemos darle a estos dolientes, verdaderos incomprendidos muchas veces aún por sus seres más queridos.
"Difícil es callar cuando se tiene dolor", escribió Cicerón. Y no es que el adolorido con sus quejidos de dolor quiera despertar lástima a los demás. El adolorido se queja, porque de alguna manera siente algún ligero alivio al hacerlo.
Cuando yo tenía unos ocho o nueve años de edad, en compañía de mi padre, presencié escenas desgarradoras de dolor. Hacía quince minutos que un tren había arrollado a una camioneta de pasajeros campesinos. Vi a hombres en la trompa de la máquina atrapados, a otros sin piernas o brazos, algunos ya fallecidos, otros más con gravísimas quemaduras en todo su cuerpo. Todos conocían a mi papá y se dirigían a él de la manera más desgarradora. Viví por muchos minutos el dolor expresado por amputados, quemados y destrozados de su cuerpo.
El futuro de la medicina en el mundo no la veo como la gran curadora de enfermos. Más bien como la aliviadora del dolor físico, el más intenso que un ser humano pueda experimentar.
Creo que el gran maestro de las personas es el dolor físico. Sufrimiento incomprendido por quienes nunca lo han padecido.
¡Los cientos de millones en el mundo que padecen intensos dolores físicos, constituyen el mayor ejemplo para tantos que nos quejamos y acobardamos ante cuestiones mínimas!