Sabemos que la resignación en muchas ocasiones, no es más que cobardía
"Mientras callan, gritan", escribió el romano Cicerón. El homo sapiens, con una antigüedad de más de 150 mil años (especie a la que pertenecemos), se ha apasionado, sufrido, gozado de manera idéntica a nosotros, sólo que en circunstancias y tiempos diferentes.
Pero una diferencia sustancial, es que los hombres de hoy en día, el hombre contemporáneo, abandonó la costumbre de sufrir en silencio. Los que sufren en silencio, calladamente, gritan sus pesadumbres por dentro. Esta costumbre de no expresar los dolores de nuestra alma, el hombre contemporáneo la ha venido abandonando, como un serpiente abandona su piel.
Sufrimos igual que nuestros ancestros de hace miles de años, sólo que ahora, los humanos ya no queremos callar nuestros pesares, y ésta nueva conducta nos pone muchos pasos delante de nuestros antepasados. Freud les pedía a sus pacientes que hablaran sobre todo aquello que les venía a su mente. A partir de esta técnica, Freud le entrega al mundo una de las aportaciones más asombrosas: hablando, y no callando, lo inconsciente lo podemos llevar a nuestra consciencia: nuestros conflictos interiores sepultados en las penumbras, los exponemos a los curativos y luminosos rayos del sol.
Niños, jóvenes, mujeres y adultos de todas las condiciones sociales, cada vez más platican sobre los problemas económicos, ambientales y de todo tipo que nos aquejan. Pero además, también están deseosos de hablar con "otros", sobre los problemas personales de todo tipo. Los niños y adolescentes desean saber acerca de su sexualidad; los matrimonios quieren conocer cómo resolver sus conflictos matrimoniales. Hoy en día, expresiones propias del psicoanálisis son moneda de cuño legal en el habla social: tengo un trauma, estás obsesionado o estoy reprimido.
Nuestros antepasados también padecían de conflictos sexuales, ansiedad, miedos irracionales, depresión, etc. Sólo que no tenían plena consciencia de ello. Los seres humanos de hace dos mil y tres mil años, conocían bastante de ello, pero era diferente para las personas de hace 10 000 o 50 000 años.
Incluso, en el siglo XIX y en los primeros decenios del siglo XX, en Inglaterra y aun en los Estados Unidos de Norteamérica, hablar del sexo o de las depresiones, constituían temas prohibidos. En todo el siglo XIX, en los países de occidente, ante los problemas de la vida había que "resignarse", y si alguien se quejaba lastimeramente de su trabajo esclavizador, de un matrimonio fracasado, de la miseria económica personal, simplemente las consignas religiosas consistían en seguir su máximo consejo: "debes saber llevar tu cruz".
Ahora, sabemos que la resignación en muchas ocasiones, no es más que cobardía; estamos conscientes que la ansiedad la podemos resolver en su gran parte, y ya no aceptamos vivir en la depresión como un destino en nuestras vidas.
Aceptar condiciones miserables de trabajo, vivir dentro de una familia disfuncional y que nos humilla, que la mujer soporte los más degradantes tratos de su pareja, continuar viviendo al lado de un padre violento y agresor, todo esto, las mujeres y hombres de hoy en día ya no están dispuestos a soportarlo, "llevando su cruz", y esperanzados a premios en el "más allá".
El fracaso con nuestra pareja, las frustraciones en nuestro trabajo, la desilusión que sentimos ante la visión desgarradora de que nuestros más queridos sueños se han hecho pedazos como el cristal más frágil, todo esto, lo llevamos mucho más, hoy en día, al campo de la comunicación. Ya no admitimos y nos revelamos ante lacras sociales como el trabajo infantil, labores insalubres y peligrosas para las mujeres, abusos sexuales contra niños, etc.
¡Estamos creciendo a pasos de gigante! Nuestro malestar interior, cada vez menos permitimos que se nos pudra adentro. Ahora, un buen porcentaje de personas lo sacan de sus entrañas. Cada vez más, nos resistimos a creer que debemos sufrir en la tierra para merecer el cielo. Ya nos dimos cuenta que no es sano poner la otra mejilla cuando la primera nos la golpearon de forma injusta.
¡Darnos cuenta, estar plenamente conscientes, de que tenemos derecho y de que podemos acceder a una vida más plena y satisfactoria. La felicidad y la satisfacción no están destinadas por derecho divino, solamente a unos cuantos!
¡Claro, que merecemos una vida mejor en todos los sentidos: hablemos de nuestros problemas; solamente esta práctica, podría solucionar de fondo, la mayoría de nuestros conflictos emocionales!
¡No nos sintamos jamás como huérfanos y desamparados; no nos arrastremos como repugnantes gusanos, sino que actuemos con toda la majestad y dignidad de seres humanos!
¡Todos hemos cometido actos de los que nos hemos avergonzado! Pero si nos arrepentimos de ello, curamos nuestra alma. Séneca lo expresó muy bien: "El que se arrepiente de haber pecado es casi inocente".
Cada uno de nosotros, amable lector, somos puro pasado, a excepción del momento fugaz del presente en que estamos viviendo. ¡Nuestro pasado está en las entrañas de nuestra conciencia, más vivo que nunca! Si no hemos entendido y aceptado nuestro pasado, nuestro corazón siempre estará triste y acobardado.
¡Analizar lo que nos perturba de nuestro pasado, nos permite quitarnos la pesada losa que aplasta nuestra conciencia! Ya lo dijo Cicerón, de la Roma Antigua: "Es grande el peso de la propia conciencia".
Fray Luis de Granada, en su obra, "Guía de pecadores", nos da el gran secreto para vivir dichosos: "La buena conciencia es tan alegre, que hace alegres todas las molestias de la vida".
¡Cada uno de nosotros tenemos el derecho de vivir una vida mejor en todos los sentidos! No estamos obligados a sufrir para granar premios en el "más allá".
¡Trabajemos cada día para aniquilar nuestras malas conductas! Lo lograremos poco a poco, y así, poco a poco, estaremos viviendo un cielo en la tierra.