Nos resulta imposible aceptar y amar la vida, si previamente no hemos aceptado en nuestra inteligencia y en nuestro corazón, el hecho de nuestra propia muerte
¡Podemos negar cuanto queramos nuestro miedo a morir, pero entre más lo neguemos, más profundamente penetra y se arraiga en nuestro inconsciente!
El creer que un día vamos a morir, es un pensamiento y un sentimiento que sacude todos los cimientos de nuestra existencia. Si no intentamos sepultar este pensamiento y este sentimiento de nuestra futura e irremediable muerte, la presencia de este doloroso acontecimiento futuro, vendrá a constituir la más poderosa "vivencia existencial de nuestro porvenir".
Vivencia permanente, que será la palanca más fuerte a fin de mejorar todas nuestras actitudes, creencias, sentimientos y conductas. Y además, constituye la catapulta más eficaz para nuestro crecimiento emocional y espiritual. El colmo de la negación y del absurdo de que un día vamos a morir, el autor de esta columna lo formuló en una etapa de su vida, así: "La muerte nada tiene que ver conmigo, pues mientras yo esté vivo, la muerte es imposible que se dé; y cuando yo haya muerto, nada tendrá que ver con mi vida".
Un absurdo deeste tipo, esconde el miedo a morir. Pero se trata de un autoengaño sumamente obstaculizador, pues es realmente imposible que no tengamos miedo a morir. Todos tememos a nuestra propia muerte; que hayamos trabajado durante años para ocultar ese miedo, es una cuestión muy distinta. Solamente recordemos que "el instinto de conservación" es tan poderoso, que se da de manera muy clara en el reino animal en aquellas especies más desarrolladas.
El "instinto de conservación" es la enorme fuerza biológica de todo ser que lo que más anhela es seguir existiendo. Y en los seres humanos, a este instinto se añade la conciencia y la inteligencia, que acentúan el deseo de continuar viviendo. Probablemente, el suicida pretende matarse con la ilusión de pasar a una mejor forma de vida. En realidad, esto no lo sabemos, pero es una probabilidad.
La amenaza de la propia muerte es una fuente fundamental de angustia; angustia que se incrementa en la medida en que luchamos por extinguirla, y no saber que su fuente radica en el miedo a morir. Cuando hemos aceptado que si abrigamos un fuerte miedo a morir, esa angustia "existencial", irá disminuyendo, a la vez que el amor a la vida y nuestra responsabilidad existencial se irá acrecentando y fortaleciendo.
Nos resulta imposible aceptar y amar la vida, si previamente no hemos aceptado en nuestra inteligencia y en nuestro corazón, el hecho de nuestra propia muerte, que un día incierto se dará de manera absoluta y sin probabilidad de escape alguno. Nuestra vida concreta y nuestra futura e irremediable muerte, se dan de manera interdependiente y continua. No es primero la vida y después la muerte; lo es en el sentido de la "existencia del ser", de cada uno de nosotros. Pero en el terreno de la "realidad absoluta", cuando cada uno de nosotros nació, desde ese momento, la muerte empezó a latir en el núcleo de cada una de nuestras células.
Una de las causas más poderosas de muchos de nuestros trastornos emocionales, consiste en que no hemos procesado sanamente la idea, el pensamiento y la certidumbre de que un día moriremos. Cuando este proceso sano no se ha dado, la idea y el sentimiento de nuestra futura muerte, invade la totalidad de nuestros pensamientos, actitudes, sentimientos y conductas, trastornando en diferentes grados, según cada persona, toda nuestra existencia.
A esto se debe, que muchos tratamientos de terapia psicológica, no den el menor resultado: la terapia se puede estar enfocando a luchar contra fantasmas y falsos problemas, cuando la fuente que todo lo contamina, podría ser el hecho de que la persona se niega por completo a analizar, preguntar y resolver cuestiones fundamentales sobre una muerte que tanto teme y que tanto oculta. Y a tal grado puede ser así, que ni el psicólogo o psiquiatra han percibido este fenómeno en sus pacientes. La persona que sufre por este pensamiento y sentimiento, según él, ya sepultados, pero en la realidad, totalmente presentes en su vida, en vez de traerlos a su conciencia, ya sea solo o con la ayuda de un profesional, hace lo siguiente: negarlo, afirmar que ya lo resolvió, llenar su vida con todo tipo de actividades que le permitan evadirse de este miedo, perderse en el alcohol, estupefacientes; trabajar en exceso a fin de no darse cuenta de lo más íntimo y temido.
La verdad más irrefutable y dolorosa que cada uno de nosotros conoce, es que las personas, las cosas y los sucesos más importantes de nuestra existencia, desaparecen, se van, terminan, o mueren. Sabemos, que lo que más queremos, es lo que más tememos que algo vaya mal.
Dijo Cicerón: "Filosofar es prepararse para la muerte". Y Séneca acuñó una frase de una sabiduría impar, que podría cambiar la vida de cada uno de nosotros, si la hacemos parte de nuestro corazón: "Nadie disfruta el verdadero gusto por la vida hasta que está dispuesto y listo para abandonarla".
Séneca escribió que ningún pensamiento le fue jamás más útil, que el reflexionar cada día, que un día habría de morirse. Dice Séneca, que la utilidad de este pensamiento es enorme, ya que nos permite vivir nuestra vida, la existencia de cada uno de nosotros, de manera más consciente y plena.
Un pensamiento muy difundido en la Roma Antigua, decía: "Más duro que morir es estar siempre temiendo la muerte".
Imposible que no temamos a la muerte, pero enfrentarnos con el pensamiento de esta certidumbre, podremos poco a poco ir venciendo la magnitud de este miedo. La gran mayoría de nuestros miedos no tiene base en la realidad, pero su intensidad es la misma como si fueran fundados. Y una gran cantidad de miedos sí tienen su fundamento en la realidad.
¡Pero no hay tarea más provechosa que cada día combatir nuestros miedos de todo tipo: los infundados, y los con fundamento!
¡Elijamos el pensamiento de Cicerón: "El estar muerto me parece indiferente"!
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