Cuando experimentamos cambios en nuestras circunstancias, como el de una disminución en nuestros ingresos económicos, una alteración en nuestra salud o en la de nuestro cónyuge o hijos, o la necesidad de emprender una actividad, nuestra primera reacción es de miedo, tristeza, o ambas. A primera vista pareciera que no somos capaces de soportar algunos cambios penosos o difíciles, e inclusive, algunos favorables.
Y lo es a primera vista, ya que al paso del tiempo, los cambios los vamos asimilando, a la vez que vamos encontrando soluciones eficaces. Poco a poco, vamos entendiendo que en nuestra vida todo ha estado cambiando desde que nacimos, y nos damos cuenta, con asombro, de que hemos sido, “casi todo el tiempo”, muy aptos para adaptarnos a los nuevos ambientes que las circunstancias nos han impuesto.
Todo cambio nos sorprende, aun los favorables. La actual sociedad de consumo que nos quiere imponer a toda costa la obligación de ser felices si seguimos sus recomendaciones, como comprar ciertos artículos, unirnos al nuevo programa de la “suprema felicidad”, o bien, de ingresar a nuevas iglesias, sectas o corrientes de pensamiento. Lo anterior nos puede parecer atractivo, pero sólo al principio, pues después de que no funcionó lo prometido, buscamos nuevas ofertas de la felicidad. Y es que la sociedad de consumo en que vivimos, ha reblandecido nuestro carácter y disminuido nuestra voluntad y fortaleza. Si nos asomamos a la historia, pronto aprenderemos, que los hombres y mujeres de todos los países del mundo, han pasado por todo tipo de cambios: climáticos, económicos, políticos, culturales, de salud, etc. A esto, tenemos que agregar los cientos de desastres naturales que suceden todos los años en una gran cantidad de naciones.
Por supuesto, que todo cambio en nuestras vidas que alteren nuestra seguridad, son fuente de temor y a veces de mucho sufrimiento. Pero también debemos admitir, que los seres humanos hemos sido en lo social y en lo personal, muy aptos para adaptarnos a las alteraciones de todo tipo. Si es cierto que todo cambio nos inquieta, no es por el hecho, exclusivamente, de que los hombres seamos incapaces para adaptarnos a la inmensa mayoría de ellos, sino por el factor “sorpresa”, que no deja de ser muy incómodo. Porque en la realidad, a través de nuestra evolución de cientos de miles de años como especie humana, hemos buscado a propósito una serie de cambios por nosotros mismos. Las diferentes razas del mundo se han trasladado para vivir en lejanas regiones del planeta, de su lugar de origen. El ser humano, es movedizo por naturaleza. Nuestra alma es inquieta y curiosa, gustosa de la novedad y de lo diferente, aun cuando ello le acarree problemas.
El hombre, al contacto diario con la naturaleza, observa el continuo movimiento de estrellas y planetas; se prepara para recibir la espiga dorada del verano, las flores y juventud de la primavera; y aunque el otoño le muestra cierta decadencia en la vitalidad de flores, plantas y animales, también lo disfruta; y aun el invierno de árboles desnudos de hojas, lo espera con gusto.
EL ALMA HUMANA ES MÓVIL COMO LA NATURALEZA MISMA DE LA QUE PARTICIPA
La naturaleza humana contiene polvo de estrellas, agua de los océanos, minerales de la tierra, plantas, animales y flores. Si somos parte del cosmos, imposible que nos disguste los cambios de ciudades, de climas y aun de circunstancias sociales diferentes. Nos gustan, pero paradójicamente, nos incomodan. El único problema radica en que algunos cambios sí son fuente de agudos sufrimientos, y ellos se refieren cuando atacan la salud o vida nuestra o de seres que nos son muy queridos. Pero por desgracia, estos cambios que nos afectan están fuera de nuestro total control. Pero haciendo a un lado ciertos sufrimientos que nos van a resultar muy dolorosos, la verdad es, que la enorme mayoría de temores que abrigamos por cambios de todo tipo, pertenecen más bien, a respuestas instintivas y condicionadas que están impresas en nuestro código genético; estas respuestas impresas en nuestro genes, se derivan de hace millones de años; prácticamente, desde nuestros primeros ancestros de hace seis millones de años.
En las primeras etapas de la evolución, dice Critilo, resultaba comprensible que nuestros ancestros se espantaran de todo cambio. Pero ahora, muchísima tranquilidad le daríamos a nuestra alma, si fuéramos plenamente conscientes de que tantos cambios que nos “espantan”, se deben a esas respuestas instintivas que nos han transmitido genéticamente nuestros lejanos antepasados.
“Todo cambia, excepto el mismo cambio, escribió el filósofo griego, Heráclito. Así es, y no puede ser de otra manera. Ante todo cambio, nos dice Critilo, pensemos de inmediato, que somos enormemente capaces para adaptarnos y triunfar sobre todo tipo de alteración, y aun, para ser plenamente dichosos en la gran mayoría de las circunstancias cambiantes. Nuestro carácter es capaz de imponerse sobre todo tipo de circunstancias. La naturaleza puede ser muy dura, pero nuestro sublime espíritu lo vence todo.