Para arriba, para abajo...
Luego de beber unas cuantas copas, es común que los efectos del alcohol comiencen a hacerse evidentes. Lo extraño es que sin importar que en una reunión todos consuman la misma bebida, las reacciones de cada persona pueden ser diferentes, mostrándose animadas (‘para arriba’) o decaídas (‘para abajo’). ¿Por qué es esto?
El alcohol es una droga psicotrópica que provoca reacciones aparentemente paradójicas en quien la ingiere, debido a que en un inicio se tiene la sensación de desinhibición y euforia, y sin embargo su efecto principal es el de un depresor del sistema nervioso, es decir que eventualmente produce un estado de pérdida del control motor conforme se aumenta la dosis.
Para incontables personas el acto de beber alcohol se asocia a la diversión y la socialización. Nuestro medio fomenta su consumo para casi cualquier actividad ya sea deportiva, cultural o social. Tomarlo es una costumbre que se remonta a los orígenes de la humanidad y forma parte de la Historia de todas las culturas.
La gente brinda prácticamente por todo, incluyendo cosas buenas y malas. Tomar acompañado por otros se ve como una forma de compartir. Así, desde pequeños aprendemos a relacionarlo con eventos tan disímiles entre sí como una celebración religiosa, el cierre de un negocio, la promesa de amor eterno (mediante el matrimonio), sellar una amistad, significar un pacto o alianza, fortalecer la pertenencia a un grupo, conmemorar un día festivo... es decir, el alcohol forma parte esencial de múltiples rituales enmarcados por emociones muy profundas. El ciclo vital de individuos y grupos se despliega a lo largo de fases y situaciones en las cuales se activa la expresión de los sentimientos, y si estos son acompañados por el alcohol propiciarán la aparición de muchas facetas de acuerdo a la personalidad y circunstancias de cada protagonista.
REACCIONES ‘SUBE Y BAJA’
La mayoría considera al alcohol una sustancia recreativa, pocas veces se reflexiona sobre sus efectos psicotrópicos y fisiológicos, tan potentes como los de cualquier droga ilícita. La gran incógnita es por qué al beber algunos reaccionan ‘para arriba’ y otros ‘para abajo’, pues la respuesta psicológica y física del alcohol en los individuos suele ser muy variable.
Cuando alguien recurre a las bebidas espirituosas para poder sentir, expresar o ‘solucionar’ sus dificultades es cuando observamos múltiples respuestas ante sus secuelas iniciales, las cuales son tan diversas como los conflictos de quienes lo consumen. Es decir: la reacción depende de la naturaleza humana que se expresa estimulada, lo que nos lleva a pensar que la variedad de reacciones se debe a una situación misteriosa, casi al azar.
Quizá la actitud que cada uno adopta es la proyección de su sentir, libre de la contención autoimpuesta en el afán de acatar las normas sociales. Y es que el efecto depresor del alcohol sobre la corteza cerebral libera los centros cerebrales más profundos, los cuales regulan las emociones y los instintos básicos como la sexualidad, el hambre, la sed. Al ‘soltarlos’, las personas experimentarán una sensación de ‘permiso’ para expresar o satisfacer esas necesidades. Por eso es común observar en quienes beben un gran apetito, más sed, conductas intensas y desinhibidas en lo sexual y en lo social.
Asimismo, podemos entender que en la medida en que la concentración de etílico en el organismo es mayor, los efectos serán fácilmente identificables.
La absorción del alcohol ocurre en todo el sistema gastrointestinal y de ahí es transportado a otros sistemas orgánicos, y conforme estos lo van procesando, se proyecta de lo físico hacia la conducta. Cabe mencionar que la rapidez de absorción dependerá de las condiciones del tracto digestivo; por ejemplo si está vacío o si contiene comida con altas proporciones de grasa se reducirá la velocidad y por lo tanto los efectos de intoxicación no se verán tan pronto. También dependerá de la cantidad y tipo de bebida que se ingiere; no es lo mismo tomar un licor destilado como el whisky o el tequila, cuyo proceso permite altos grados de alcohol, que vino o cerveza, donde la fermentación da una concentración menor.
En la medida en que se eleve el nivel de la sustancia en la sangre, sus propiedades depresoras irán observándose con claridad por quienes rodean al intoxicado. Y es que usualmente en un principio no se presentan cambios notorios, pero al aumentar la concentración por medio de la ingesta disminuye la capacidad de respuesta ante los estímulos y aparecen cambios en el estado de ánimo.
Al llegar a este punto por lo general se aprecia primero un incremento en la euforia, en la facilidad de interacción social y la sensación de felicidad, todo ello acompañado de una conducta desinhibida. La persona se atreve a decir, hacer o planear cosas con repentino valor. Su capacidad de juicio se altera.
Si el sujeto continúa bebiendo, el menoscabo de su coordinación motora será mayor y tendrá más dificultad en el tiempo de reacción.
En la siguiente fase son evidentes los efectos depresivos del alcohol. Muchos individuos se aíslan o bien empiezan a expresar emociones de tristeza, o enojo, resentimiento o actitud agresiva. Algunos simplemente lloran y/o tienen dificultades para hablar con claridad. Lo habitual es que si la persona continúa bebiendo llegue a un estado de mínimo control de sus facultades mentales, seguido por la inconsciencia a través del sueño.
CONCIENCIA Y MODERACIÓN
Millones de individuos encuentran en el alcohol una herramienta que favorece la expresión de sus conflictos y necesidades no resueltas. Muchos otros beben para olvidar, para no sentir, para deshacerse temporalmente de penas y preocupaciones. De ahí que el deseo de consumirlo se presente fácilmente. Sin embargo pierden de vista que la verdadera resolución de todas estas cuestiones está en la interacción humana y no en el alcohol.
Además la situación puede complicarse por las propiedades adictivas de esta sustancia. Sin ir tan lejos, el organismo de quien toma a menudo desarrolla tolerancia, por lo que cada vez requiere tomar más para activar las emociones buscadas.
Beber es una decisión personal. Por principio una copa ocasional no hace daño a nadie, siempre y cuando se consuma con moderación y plena consciencia de que el alcohol es una sustancia tóxica y por lo tanto, su ingreso al organismo tendrá consecuencias.
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