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¿Para qué quieren el poder?

Usos del poder

ALFONSO ZÁRATE

Las fuerzas se alinean, los aspirantes se mueven, los partidos preparan sus arsenales y los poderes fácticos miden a quién o a quiénes apoyar y a cambio de qué.

Como cada seis años, las elecciones presidencial y legislativa se constituyen en el punto focal en la disputa por el poder. Muchos en los tres principales partidos dicen que quieren y algunos, incluso, reeditan los viejos usos -la cargada, el madruguete- pero dicen poco o nada sobre una cuestión central: para qué quieren el poder.

En vez de ideas, los aspirantes llenan los espacios con parloteo intrascendente o ridículo (Ernesto Cordero y los seis mil pesos) y, para colmo, el esquema de promoción definido por la ley (miles de spots) lo único que traerá será el despliegue de frases, algunas ocurrentes y pegadoras, pero la mayoría mentirosas; los slogans de campaña surgirán de la mente de "creativos" de agencias publicitarias reconvertidas en consultorías políticas que ofrecen convertir a personajes mediocres en portentos.

Santiago Creel, el candidato de "la pareja presidencial" hace un sexenio, dice y repite: "Tengo soluciones nuevas a viejos problemas", aunque quizá lo que tenga sean soluciones viejas a nuevos problemas, pero no dice más. ¿Cuáles son esas novedades que sugiere el decepcionante primer secretario de Gobernación de la alternancia?

A partir de este punto, se multiplican las interrogantes para todos los suspirantes. ¿Cuáles son los criterios que guiarían la integración de sus equipos de gobierno? ¿Qué piensan hacer para que México recupere posiciones en los rankings de competitividad? ¿Cómo van a incentivar inversiones productivas que se traduzcan en los empleos que reclaman millones de jóvenes sin presente ni futuro? ¿Qué decisiones adoptarían para lograr inversiones y que el país recupere el paso perdido? ¿Cuáles serían las líneas centrales de sus estrategias para que el país recupere la tranquilidad secuestrada por la delincuencia?

Las respuestas pueden ser falsificadas, fingidas, dictadas por su "cuarto de guerra" para ser puestas en la boca de los aspirantes luego de cursos intensivos con expertos en manejo ante medios. Pero, además, no hay nada en nuestras leyes que obligue a los contendientes a honrar sus compromisos de campaña. Por eso es preciso, antes de votar, revisar el itinerario político, las biografías de los candidatos, conocer qué han hecho como servidores públicos (gobernadores, miembros del gabinete o legisladores); si cumplieron sus responsabilidades con honestidad y eficacia o se sirvieron de los recursos públicos para construir sus patrimonios e imágenes; conocer el perfil de sus colaboradores cercanos y si privilegiaron la incondicionalidad sobre las trayectorias.

Frente a la necedad de vendernos "envoltorios" en vez de contenidos, es imperativo generar espacios para la discusión abierta, mesas de auténtico debate en los medios con formatos que posibiliten argumentar y contraargumentar sobre lo que está detrás de las fachadas y sobre el proyecto de país que pretenden.

¿Cómo construirían mayorías legislativas si no las logran en las urnas? No basta con decir que están a favor de las reformas estructurales que México necesita, ¿cuáles serían los contenidos y alcances de esas reformas?

Desde hace muchos años, el país ha estado sumido en una mediocridad inadmisible no sólo si consideramos sus impactos desestructurantes -el más evidente: la crisis de seguridad- sino a partir del reconocimiento de sus enormes recursos: los extensos litorales con la riqueza de sus mares; su biodiversidad, su infraestructura turística... Mientras otras naciones latinoamericanas han crecido en los últimos lustros a tasas muy superiores a la nuestra, nosotros seguimos sin hallar consensos básicos en asuntos torales como el sector energético, la crisis de los sistemas de pensiones, la indispensable reforma fiscal, la legislación laboral, los monopolios y oligopolios privados, la opacidad en el manejo de recursos públicos en gobiernos estatales y municipales, por mencionar algunos.

Frente a los desafíos más acuciantes: el de una economía para el bienestar social y el empleo, y el de la inseguridad, los aspirantes a una candidatura se hacen disimulados. Lo que ofrecen son imágenes y envolturas.

Ya sufrimos, a partir del año 2000, la experiencia del "bato con botas": un ranchero zafio que dilapidó el enorme capital político con el que llegó a la Presidencia. Conocemos los saldos de esa experiencia: mucha cosmetología política, mucho marketing, mucha incontinencia verbal, pero pocas ideas y menos hechos.

Ojalá que esta vez los suspirantes no se conformen con decirnos que quieren llegar a Los Pinos y empiecen a decirnos ¿para qué?

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario

Twitter: @alfonsozarate

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