No fue tan acertado el cartonista que jugó con el apellido del embajador dimitente de Estados Unidos para representarlo como un malhecho Pato Pascual -la vieja traducción del Pato Donald- al que le salen mal todas las cosas.
El apellido de este enviado de Washington tiene más que ver con la Pascua -que además se celebra en estos días- en que los judíos cargaban a un chivo con todos los pecados del pueblo y lo dejaban abandonado en medio del desierto. Era el "chivo emisario" o el "chivo expiatorio" porque se pretendía que, con el envío a Azazel, el demonio, del chivo en el que se habían vaciado las culpas, se vaciaban, se expiaban las culpas de todos.
El concepto pasó de la religión a la cultura popular, a la psicología social y a la literatura política para ilustrar la utilización de una persona, un grupo, una acción o una condición como los depositarios del mal y los causantes de la adversidad colectiva. Y para subrayar el engaño que deja al descubierto esta operación cuando se comprueba que los males y sus culpas -y las adversidades y sus causas- siguen allí una vez que el emisario ha partido al desierto o ha sido condenado política, social o incluso penalmente.
Y, en efecto, nada de lo que informó el embajador Carlos Pascual al Departamento de Estado desaparecerá con su renuncia, ni como realidades ni como percepciones. Ni éstas dejarán de transmitirse a Washington y a todas las capitales del mundo por las misiones diplomáticas aquí acreditadas, ni dejará de haber filtraciones de esos y otros documentos en las nuevas realidades, las nuevas culturas y las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
En cambio, lo que sí ocurrirá es que la puesta en evidencia de la operación contra Pascual no dejará dudas en el imaginario social de la veracidad de sus informes, así contengan -como se ha acusado- más apreciaciones subjetivas que hechos comprobados sobre las causas de los males del país y del Gobierno Federal.
Eso, aparte de que la publicidad de la renuncia del embajador le ha dado todavía más publicidad a los cables del diplomático filtrados a WikiLeaks -y difundidos por los medios- que provocaron las muestras explícitas de rechazo y exclusión que condujeron a la renuncia del emisario.
Y no es que no resulte incómodo e incluso irritante ver divulgadas las apreciaciones negativas que sobre nosotros hace, frente a otros, alguien a quien hemos convertido en interlocutor. Pero las relaciones personales no son lo mismo que las relaciones entre los estados. Y lo que el presidente Calderón logró con la renuncia del embajador Pascual fue una satisfacción personal: quitarse de la vista a alguien que lo ofendió con una mala evaluación de su gobierno, su partido y su persona, como si con ello el diplomático hubiera incurrido en infidencia o traición personal.
- ANTIESTRATEGIA Pero lo que hizo Pascual en este punto fue cumplir bien o mal con su trabajo, con la circunstancia de que su trabajo quedó atrapado en la red de filtraciones de WikiLeaks, que a su vez puso al descubierto las malas calificaciones que al embajador le merecía el gobierno mexicano. Mientras que la reacción de Calderón no respondió a una operación estratégica pensada en términos del punto al que se quiere llegar como gobierno, sino en su aparente necesidad de saldar lo que consideró un agravio contra su persona.
El presidente Felipe Calderón tuvo acaso la inspiración de que la permanencia del embajador prolongaba el agravio, sin considerar la conveniencia de conservar aquí un representante en deuda con el Ejército y el partido en el gobierno -y cuestionado por injerencista por los otros- a cambio además del reconocimiento de Washington, para quien relevar a un diplomático exhibido por WikiLeaks despertará la presión de relevar a todo su servicio exterior.
Pero el problema de actuar bajo inspiración y no con estrategia abre ahora más incertidumbres que certezas respecto de los siguientes episodios de una relación binacional cargada de asuntos explosivos.