Ahí se encuentran hacinados los cuerpos de 63 mineros que perecieron en un derrumbe en una mina de carbón. Una tumba colectiva a la que no pudieron llegar ni sus compañeros mineros. Hubo una explosión. El gas grisú que emana de la piedra silenciosamente es una mezcla de metano, nitrógeno y anhídrido carbónico. En la actualidad se cuenta con modernos aparatos que dan la alarma en el caso de que los gases formen una atmósfera explosiva en el interior de una mina subterránea. En la antigüedad se usaban canarios que dentro de su jaula al ser introducidos en una mina se desplomaban exánimes, lo que era suficiente para que los mineros salieran del lugar. Desde que ocurrió el siniestro, 19 de febrero de 2006, se ha prohibido que los familiares penetrasen al interior de la mina. No obstante tres viudas y el padre de uno de los mineros, junto a tres personas más, bajaron protegidos con mascarillas, cascos, guantes, botas, además de autorrescatadores de oxígeno, metanómetros y lámparas, dada la oscuridad en el interior.
Los trabajos oficiales de rescate se habían suspendido desde el 4 de abril de 2007. (Se me hace un nudo en la garganta sólo de pensar en el sufrimiento de las arriesgadas mujeres cuyos esposos ahí perdieron la vida, su desesperación las ha llevado a procurar darles a los finados un lugar en un camposanto donde puedan llevar a sus hijos a llorar, rechazando los ofrecimientos económicos que ha hecho la empresa dueña del fundo minero..
Esa es la triste historia de familias que se ven orilladas a aceptar trabajos en condiciones infrahumanas, mal equipados, con inspectores que en la mayoría de los casos no se dan cuenta de nada, permitiendo que los obreros obtengan el salario del miedo a base de exponer su propia vida en labores insalubres.
Así se desenvuelve la vida de los mineros de las minas de carbón. Las prestaciones sociales que puede obtener un obrero que trabaja en la superficie no se homologan con los que prestan sus servicios bajo tierra. En la mayoría de las ocasiones aceptan lo que la empresa les ofrece por la ausencia de otras fuentes de trabajo en su localidad. Por lo común labores mal pagadas, si se toma en cuenta que no gozan de prestaciones sociales.
No hace mucho tiempo, un gobernador demagogo, sin ensuciarse las suelas de los zapatos, acudió a un socavón que carecía de los servicios mínimos de seguridad, aquí cerca, donde tres trabajadores quedaron atrapados por un derrumbe, logrando ser rescatados sólo dos. En esa ocasión el mandatario aprovechó para prometer que se revisarían las condiciones de trabajo de los fundos. Pasaron los días, el ejecutivo estatal no volvió a pararse en el lugar del percance, ni jamás se supo de su paradero, comprobándose que solamente le interesaban los bienes que logró acumular durante su mandato.
En uno de los recientes días, quedó claramente demostrada, la protección de que gozan los propietarios de minas siniestradas de parte de algunas autoridades, que se hacen de la vista gorda. Tan es así que ante la tercera comisión de la permanente, los familiares de las víctimas de la mina Pasta de Conchos, denunciaron que tanto las autoridades federales como las estatales presionan a las viudas para que acepten las indemnizaciones que ofrece la empresa cualquiera que sea su monto, argumentando que a una de las viudas le dicen "que debe estar contenta porque nunca se había logrado semejante indemnización".
A otras viudas de plano, quienes manifestaron ser abogados representantes de la empresa, pretendieron intimidarlas con llamadas en las que les ponían al tanto los peligros a que se exponían por que los camiones en que viajarían "han sido baleados en dos ocasiones". Que a cambio que no siguieran insistiendo en la entrega de los restos de sus familiares que murieron en la mina Pasta de Conchos, les entregarían indemnizaciones entre un monto de 25 mil a 200 mil pesos. Que los reclamantes deberían estar conscientes de que la empresa es "muy pobre".
Las preguntas que se formulan las personas que están en el dilema de aceptar una pequeña suma de parte de una poderosa empresa o continuar con su reclamo de que les entreguen los cuerpos de sus familiares que perecieron en la mina el día de la explosión, es, todo parece indicarlo, un chantaje dirigido a evitar que sigan reclamando les entreguen lo que haya quedado después del estallido y del tiempo que llevan sometidos a los elementos naturales que ahí privan.
No obstante la pregunta que se hacen los familiares de los que perecieron, es muy sencilla ¿será posible que aún queden vestigios con los que la ciencia pueda revelar de que ahí pasó algo más que una simple deflagración?, de no ser así, ¿por qué la insistencia de sellar la boca de la mina accidentada? ¿De dónde surge el temor de que llegasen a ser rescatados despojos, para simplemente inhumarlos mediante las exequias funerarias que les piden sus creencias religiosas? ¿O se considera solamente que es un trabajo ímprobo o sea agotador, ingrato, costoso y agobiante en el que puede ponerse en peligro la vida de más personas? O hay detrás, como sospechan algunas familias, una truculenta historia que se pretende mantener soterrada para siempre.