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Pastizales

A la ciudadanía

GERARDO JIMÉNEZ G.

 M E atrevo a escribir sobre los pastizales, tema en el que si bien he colaborado con algunos colegas en escritos académicos no soy, desde luego, experto, y al que, lamentablemente, se le da importancia en proporción igual al olvido en que los tiene el hombre; sin embargo, creo conveniente opinar ante la grave situación que enfrentan estos ecosistemas, acentuada coyunturalmente por la sequía que vivimos, quizá la primera más severa de este siglo.

Se define al pastizal como la comunidad vegetal dominada por gramíneas, plantas herbáceas de tallo huecos y frutos en forma de espiga; ocupan cerca del veinte por ciento de la superficie de la tierra localizada en zonas semiáridas y comprenden algo más de seis mil especies. En México se ubican principalmente al pie de la Sierra Madre Occidental, en los estados de Chihuahua, Durango y Sonora, como parte de un corredor que se extiende a través de Norteamérica.

Son ecosistemas que proporcionan servicios ambientales y económicos esenciales para la vida, como la captura y almacenamiento de agua en acuíferos, lagos y ríos, captura de bióxido de carbono generado por las actividades humanas al quemar combustibles fósiles, contribuyen en la regulación del ciclo hidrológico, la humedad y temperatura del aire, la conservación y fertilidad de los suelos, la conservación de la vida silvestre y en la producción de alimentos, principalmente de carne por el ganado que se alimenta de ellos, servicios que en gran parte desconocemos, sobre todo los habitantes de las ciudades que vivimos retirados de los sitios donde se encuentran los pastizales.

Las hojas de los pastos convierten la energía solar en una forma de energía utilizable por los animales, que a su vez el hombre aprovecha en forma de carne al incorporar cabezas de ganado al pastoreo de estos lugares, obteniendo una de las formas de consumo de proteína más importantes de su dieta alimenticia. Sin embargo, tal parece que quienes han realizado el aprovechamiento de este recurso no lo han valorado adecuadamente y lo han sobreexplotado, como sucede con otros.

Se estima que en Estados Unidos, país que cuenta con casi 400 millones de hectáreas de pastizales y 1,400 de las especies existentes, el abuso sobre el pastizal data desde mediados del Siglo XIX, mientras que en México esta situación se hizo notoria en la segunda mitad de la centuria pasada, cuando la demanda de productos alimenticios de origen animal crece ante la expansión urbana en sus ciudades, aunado a la apertura del mercado norteamericano que estimuló la exportación de becerros en pie por el diferencial de precios frente a los que se pagan en el mercado interno, condición que se acentuó con la apertura comercial antes y después del Tratado de Libre Comercio que desgravó los aranceles y amplió sus cuotas de exportación hacia el vecino norteño, al cual le vendemos alrededor de un millón trescientos mil becerros al año.

Son pocos los esfuerzos que se han hecho para aprovechar racionalmente este recurso, tanto desde el gobierno como de los mismos dueños de los predios, los ganaderos que los utilizan, principalmente para el pastoreo de ganado. No existe una ley nacional sobre pastizales y sólo algunos estados, entre ellos Durango, la han promulgado con escasa eficacia en su aplicación; tampoco se han diseñado políticas públicas que canalicen recursos y acciones hacia ese fin, destacando la delimitación de los coeficientes de agostaderos y el subsidio a su recuperación a través del Progan, insuficientes ya no para conservar los pastizales, sino incluso para recuperarlos.

Históricamente, los pastizales se manejan con similares sistemas de pastoreo y en los cuales una parte importante de los dueños de los predios, sobre todo ejidales, no aplican inversiones en infraestructura ni realizan cambios importantes en sus prácticas ganaderas, provocando que los pastos se vayan perdiendo por el sobrepastoreo. En un informe que el Inifap publicó hace veinticinco años sobre el estado de los pastizales y los sistemas de manejo que se efectúan en la región Norte de Durango, donde se encuentran los mejores pastizales en la entidad, denotaba el deterioro que presentaban estos ecosistemas por las indebidas prácticas ganaderas.

El año pasado colaboré en el Estudio Técnico que la Secretaría de Medio Ambiente de Durango y la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas le solicitaron a la Facultad de Agricultura y Zootecnia de la UJED, en el cual se delimitó un polígono que se pretende declarar espacio protegido en el corazón de la Región Norte de ese estado, donde los investigadores del área técnica realizaron mediciones sobre la cobertura de pastos, encontrando algunos predios en los que se estimó hasta sesenta por ciento de suelo desnudo, y otros elementos como la invasión de arbustos y pastos exóticos que desplazan a los nativos, que nos hacen suponer la amenaza que sufren, en gran parte por el mal manejo a que se ven sujetos, ahora agravados por la sequía.

La semana pasada visitamos el Ejido La Zarca, en el municipio de Hidalgo, Durango, y fue lamentable la situación que vive la gente de esta comunidad en la cual no se dieron las cosechas de temporal ni se recuperaron los ya deteriorados pastos, avizorando una posible migración de la población, además de que se han tenido que sacrificar una gran cantidad de cabezas de ganado, como observamos al recorrer el agostadero alternando con la vista reses vivas y muertas en los potreros.

Tal situación, propiamente calificada como crítica, hace prever tanto un agravamiento en ese deterioro de los pastizales como en las condiciones sociales de la población que los aprovecha, y quizá, como en toda crisis, deba ser vista como una oportunidad para cambiar, para voltear a ver estos bellos paisajes y encauzar esfuerzos por recuperarlos, y para los ganaderos, de modificar sus prácticas de manejo del ganado hacia formas más sustentables y no sobrecargar los agostaderos con más cabezas que las que puedan soportar. Creo que las universidades y otros actores sociales pueden realizar una aportación importante al respecto, pero también las oficinas de gobierno deben hacer su parte más allá de aplicar acciones de contingencia por la afectación que tiene la sequía en estos lugares.

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