El presidente de la cadena Starbucks, Howard Shultz, se hartó de sólo vender café y decidió hacer política. En una carta abierta, que envió a todos los líderes de las compañías que cotizan bolsa, el CEO de la franquicia de café más grande del mundo hizo el siguiente llamado: "Estoy pidiendo que todos nosotros renunciemos a las contribuciones políticas hasta que el Congreso y el Presidente vuelvan a Washington y entreguen a los estadounidenses un plan de deuda y déficit fiscalmente disciplinado y de largo plazo". Su ducha, dice, es "contra una cultura política que ha elegido anteponer la ortodoxia partidista e ideológica al bienestar de la población".
Cualquier parecido entre el hartazgo de los gringos con su clase política y la lógica de verse al ombligo de nuestros diputados no es mera coincidencia: es una crisis de representación que se está manifestando de diversas maneras pero con los mismos rasgos de identidad en México, Estados Unidos, Europa y casi todos los países occidentales.
Los puntos en común en la mayoría de las democracia son que los diputados atienden cada vez más a los intereses de grupo y a la lógica de sus partidos, dejando de lado un proyecto nacional de mediano o largo plazo, y que los ciudadanos, organizados alrededor de las redes sociales, están cada vez más activos y claros en lo que quieren de la política.
Esto es, no son sólo los políticos los que se han refugiado en sus agendas de intereses, sino que los ciudadanos tienen cada vez más capacidad de exigir y vigilar a sus representantes. Sociedad civil y políticos está caminando muy rápido, hacia lugares opuestos.
Más allá del impacto que pueda tener el llamado de Shultz en el bolsillo de los diputados (en Estados Unidos la principal fuente de ingresos para campañas vienen de donaciones privadas) lo interesante es cómo hoy se puede hacer una movilización desde un teléfono en un café, o desde un llamado a una marcha en el Zócalo de la Ciudad de México o discutiendo de manera remota en foros a través de Internet. Si la clase política no entiende que hoy el espacio público por excelencia son las redes sociales y que la vigilancia en torno a las decisiones que se toman en el Congreso es radicalmente distinta a lo que existía hace diez años, el choque será inevitable.
Lo que está en juego no es sólo la carrera de éste o aquél político. Lo que están poniendo el riesgo al no levantar la mirada más allá de su hermosa y prominente panza es el sistema de representación, esto es, la base misma de la democracia. La democracia sigue siendo el menos peor de los sistemas políticos y el sistema de partidos la forma más eficiente de organizar la representación. Pero si la clase política sigue más empeñada en administrar el poder que en ejercer la representación; en resolver el tema propio y no el interés del país, van a minar el piso en el que están parados.
No hay que olvidar que democracia nació en un café (entonces se llamaban ágoras, no tenían logo de sirenita y no servían cafés de sabores). Hoy, 2,600 años después la política de café está más viva que nunca.