Descansa. Luego de trabajar en las labores del hogar y en la parcela de alfalfa, María Rodríguez se toma un tiempo lejos de los rayos solares.
Tomándose un descanso del sol lagunero que se siente al mediodía y luego de realizar labores de cuidado a la única parcela con la que cuentan para subsistir, Rosa María Rodríguez acepta tomar asiento y narrar sobre su pasado en el campo, "uno se tiene que mover a la ciudad, aquí en el rancho hace mucho que dejó de haber dinero", dice la mujer mientras se lava las manos.
Luego de haber vendido el 80% de sus tierras de cultivo a inversionistas foráneos, la familia Rodríguez del ejido Santo Tomás en Matamoros modificó su estilo de vida para sobrevivir, siendo Victoriano Rodríguez quien en lugar del arado y el riego se dedica a recolectar desechos con un carromato de mulas a pesar de sus 70 años de edad, "sólo le queda una parcela de alfalfa, con lo poquito que resulta, pues la vende a los lecheros de aquí mismo", dijo Rosa María Rodríguez, quien atiende el cultivo de su esposo mientras éste trabaja en la ciudad.
Fue después de la crisis de 1994 cuando la familia Rodríguez se vio en la necesidad de obtener recursos de inmediato para pagar los estudios de los tres hijos dentro del matrimonio, por lo que decidieron ceder ante las ofertas de un productor agrícola foráneo, quien les compraría el total de sus tierras; "en aquel momento teníamos la urgencia del dinero, pero vimos que a la larga nos salió peor".
Limpiándose el sudor y con un gesto de preocupación, Rosa María lamenta que a pesar del esfuerzo de su esposo por sacar a sus hijos adelante ninguno haya podido concretar una carrera profesional, pues el dinero de las tierras vendidas se utilizó para pagar deudas como uso de sistemas de riego y servicio eléctrico; "mi hijo el más grande quería ser contador público, él le hacía la lucha pero sin dinero está imposible, mejor se puso a trabajar con mi esposo en la parcela".
NUEVA PROFESIÓN
Después de la venta de sus tierras y ante la urgencia de mantener una familia, los Rodríguez decidieron armar un carromato de madera para brindar un servicio de fletes en la ciudad de Torreón, por lo que sus últimos cuatro mil pesos que les quedaban los utilizaron en la compra de una mula, que representaría su modo de subsistencia hasta el día de hoy, "yo y mis hijos nos quedamos atendiendo la parcela y Victoriano se fue a la ciudad... desde entonces trabaja de velador en las noches y con el carrito en el día, de ahí vivimos".
Al paso de los años sus dos hijos se decidieron por la albañilería general, mientras que su hija, quien ahora cuenta con 33 años de edad, vive como madre soltera en el mismo ejido, Rosa por su parte ha intentado buscar trabajo como cocinera en algunos comercios y restaurantes de Matamoros, aunque confiesa que su apego a las únicas tres hectáreas con las que cuentan es lo que la mantiene en casa; "uno se acostumbra al campo, ya no tan fácil puede andar uno de aquí para allá y menos a mi edad".
SE QUEDAN FUERA
Victoriano Rodríguez pertenece al 70% de campesinos matamorenses que se quedaron fuera del programa de ayuda rural Procampo en 2010, debido a no poder reunir la papelería necesaria e ingresarla en los tiempos oficiales, "pues no sabemos ni leer bien, mi esposo no tiene ni acta de nacimiento y piden todo eso en el Gobierno".
Además de no poder acceder a los programas rurales, María y su esposo no cuentan actualmente con servicio médico, "aquí no lo necesitamos, a veces nos enfermamos pero como quiera le vamos haciendo", dice la mujer entre risas.
Cuando se dan las tres de la tarde decide terminar su descanso para servir la comida que ya preparaba su hija en el interior de la casa, pues es uno de los días donde sus otros hijos llegan a la vivienda de Santo Tomás, "es de ley, sopita y frijoles todos los días, gracias a mi esposo no nos falta nada", asegura Rosa María mientras se levanta con dificultad de un madero improvisado como banca.