¿Por qué sacas la espada?
Es muy distinto defenderse cuando es necesario, a actuar todo el tiempo a la defensiva. Una actitud así suele ser un serio obstáculo para las buenas relaciones de pareja, amistosas, laborales y familiares, pues dañan la confianza entre los involucrados.
La mayoría de la gente se pone a la defensiva cuando detecta un posible rechazo o agresión por parte de otro ser humano, y podríamos afirmar que esta conducta es normal. Sin embargo existen individuos que ante cualquier circunstancia (aun el comentario más inofensivo) reaccionan a la defensiva y de forma exagerada, incluso violenta, convirtiéndose en el blanco de la atención negativa y ahuyentando a quienes les rodean.
La actitud defensiva se construye al interpretar el mundo como un lugar hostil, peligroso y amenazante en donde para sobrevivir es necesario protegerse y estar alerta.
Quien tiene dicha percepción considera las relaciones interpersonales como factores de riesgo y rivalidad; los demás (conocidos, amigos, familiares e incluso pareja) se transforman en enemigos de los que es necesario cuidarse, en vez de compañeros con los cuales es posible contar para hacer equipo o desarrollar una comunidad. Por ello no dudan en responder continuamente como si cada conversación fuera un juicio a su persona, sintiéndose incluso incitados a buscar la forma de agredir, pues creen que es preferible atacar antes de ser atacados. Existen ideas que refuerzan esa clase de comportamiento, como la frase: “La mejor defensa es un buen ataque”.
LA ESPADA SE AFILA EN CASA
Las actitudes defensivas se generan desde la familia de origen y van integrándose a la estructura de personalidad, convirtiéndose en rasgos de conducta que se exacerban bajo estrés o ante los cambios naturales del ciclo vital humano.
Estar constantemente a la defensiva es el resultado de una interacción de factores y variables entre los que se encuentran la falta de confianza, la baja autoestima y un pobre autoconcepto en donde no se toleran las críticas.
En una proporción alta detectamos que quien vive a la defensiva suele tener una historia infantil caracterizada porque los padres eran individuos cambiantes, violentos, poco empáticos a sus necesidades de afecto y aprobación, demandantes de perfeccionismo y con una marcada tendencia a los juicios, al sarcasmo y a no estar satisfechos con sus triunfos, creando en él un entorno de ansiedad y desvalorización a los logros.
De aquí podemos entender que al crecer en un ambiente de tal tipo, aprendieron a defenderse primero de sus padres y cuidadores para asegurar un equilibrio precario y no ser afectados por la dinámica familiar, la cual tarde o temprano se traslada al ámbito laboral, social y de pareja.
En psicología social existe un concepto que se denomina ‘profecía autocumplida’, que se refiere a cuando una persona desarrolla un pensamiento que al pasar el tiempo se transforma en su realidad, y su actitud responde a la misma. Es decir, si por ejemplo alguien piensa que el mundo es un lugar hostil y la gente sólo busca aprovecharse de las debilidades ajenas, desplegará un temor a ser herido o despreciado por quienes le rodean. Se tornará desconfiado, aislado. Y responderá molesto cuando le pidan algo. Lógicamente actuando así, provocará una conducta de evitación y suspicacia por parte de los que tienen trato con él. A la vez, ello reforzará su creencia en que los otros son agresivos y rechazan. Así se establece un círculo vicioso del que es muy difícil salir o romper, debido a los reforzamientos continuos que ese sujeto recibe de su entorno y que confirman su idea de la realidad que él construyó a raíz de sus experiencias al ir buscando un lugar en el mundo.
Como podemos apreciar estos individuos sufren enormemente y su comportamiento defensivo sólo es el reflejo de algo que se cimentó en su mundo interno y se refuerza en el exterior.
EL RIESGO DE LA ACTITUD
Las tendencias defensivas suelen aumentar bajo situaciones de crisis, cambios y estrés. Y si algo es seguro en la vida es que continuamente se presentará esa clase de escenarios. Es posible deducir entonces que al tener un mecanismo automático e inconsciente de respuesta defensiva, éste se disparará casi en cualquier lugar y circunstancia, dejando a los involucrados molestos y con una alta dosis de frustración. Un ejemplo común puede ser cuando un marido llega a su casa cansado y con hambre después de trabajar y le pregunta a su mujer si ya pueden cenar, a lo que ella responde afirmativamente. Al iniciar la comida él le agradece su atención y la felicita por los alimentos sabrosos y bien preparados. Pero entonces ella contesta asumiendo una actitud defensiva: “Claro, ya sabes que aquí tienes a tu sirvienta para atenderte cuando te da la gana, y además qué horas son estas para agradecerme”. Ante eso el marido molesto se retira y comenta que no es posible tener una comida agradable con ella. Aquí vemos cómo la interacción refuerza el pensamiento inicial de la esposa: “Soy alguien que está sólo para servirte cuando te da la gana”.
Desde luego, esto genera dificultades muy serias en las relaciones humanas. Con una forma de interacción semejante se construyen confusión y malentendidos, también frustración y enojo.
Para desactivar el problema es necesario un aprendizaje de la comunicación clara y directa. Además de un trabajo profundo en la autoestima, la autoimagen y los residuos infantiles de rechazo y falta de afecto.
Recordemos que las relaciones realmente satisfactorias se dan en un marco de igualdad, donde los involucrados no se enfrenten ni polaricen las recompensas, sino que establezcan un modo de vincularse del cual todos puedan obtener algo positivo. Es decir, una posición de ganar-ganar.
www.prodehum.edu.mx