C On el arribo a México de la competencia electoral efectiva -una vez que los votos empezaron a contar- llegaron también las "modernas" herramientas de la lucha electoral; los estudios de opinión que miden el humor colectivo: qué sienten, qué quieren y qué rechazan segmentos muy precisos del electorado; la "cosmetología política" que permite mejorar la apariencia de los candidatos (sólo la apariencia) y les inventa un look para hacerlos más atractivos; el marketing que diseña las estrategias para mover tanto las imágenes como las narrativas en el sentido que esperan los sufragantes ("al cliente, lo que pida") y propone las frases que deberán sustituir a las ideas o la falta de éstas.
A partir de entonces, las fachadas empezaron a ocupar el lugar de las esencias. A veces me he preguntado quién habría ganado en un imaginario debate entre Abraham Lincoln y Ronald Reagan, y he concluido que el desempeño actoral de Reagan -carisma, entrenamiento para manejarse ante las cámaras, asociación en el imaginario colectivo con la personificación del bien en su lucha contra el mal- se habría impuesto sobre la inteligencia, los argumentos y el rostro sombrío de Lincoln.
En las campañas, los spots reemplazan a las razones. Detrás del ascenso político que ha llevado hasta la misma Presidencia de la República a personajes patéticos, está la manipulación de la sensiblería de muchos, de su hartazgo y su ingenuidad; entonces, los votos expresan una apuesta, con alto grado de irreflexión, por una alternancia que a veces se prueba sin alternativa.
Los partidos y los candidatos confían en sus maquinarias electorales pero, sobre todo, en la seducción que pueden ejercer figuras de relumbrón. Sin embargo, las experiencias recientes (remember Fox) y el estado lastimoso de nuestra vida pública -especialmente de cara a la incertidumbre del escenario internacional- deben llevar al ciudadano a revisar con sentido crítico lo que está detrás de cada opción.
Alguna vez propuse una tipología del voto que incluía: 1) el voto "duro", de aquellos electores que mantienen su preferencia por un partido, independientemente de los candidatos y las ofertas; 2) el voto "de castigo", que reprueba a los candidatos del partido cuyo gobierno entrega malas cuentas; 3) el voto "aspiracional", a favor de quien parece representar un modelo a imitar; 4) el voto "ético", que constituye la aprobación o reprobación al candidato en función de sus posturas en temas que el elector estima cruciales (como el aborto o la reelección sucesiva de alcaldes); 5) el voto "útil", que pretende incidir en el resultado, aun cuando el candidato no sea el de sus preferencias; 6) el voto "en defensa propia", ante el riesgo que parece anticipar el triunfo de un determinado partido o candidato; 7) el voto "por conveniencia", que responde a las supuestas ventajas que obtendrá con el triunfo de ese candidato; 8) el voto "del miedo", como el que llevó a Zedillo a la Presidencia en el contexto de la violencia de 1994; 9) el voto "reflexivo", que implica un análisis serio sobre el candidato, su trayectoria, su equipo, etcétera, y 10) el voto "que sea lo que Dios quiera" (antes lo definía, en palabras de Gabriel Díaz Rivera, como el voto "chingue a su madre", pero cambié la frase después de recibir una admonición de la Secretaría de Gobernación, un regaño en los tiempos de Carlos Abascal) y que se refiere al elector que vota a lo tarugo.
Lo cierto es que, hasta ahora, el voto "reflexivo" es marginal. Con gran cinismo, muchos ciudadanos reconocen que, sin mayor análisis, votarán como siempre o por el candidato con el que hacen clic, sin saber por qué. La frivolidad como respuesta irracional, indiferente, al desencanto.
Sólo que las condiciones adversas que sufre el país reclaman una revisión seria de lo que está más allá de las fachadas. Porque, a final de cuentas, con o sin nuestra indiferencia o hartazgo, los políticos electos -en el Ejecutivo y el Congreso- definirán el destino colectivo en los próximos años.
Quienes aspiran a gobernarnos tienen que ir más allá de generalizaciones y ocurrencias para decirnos con claridad qué es lo que harían, desde la Presidencia, para mover la economía y recuperar la tranquilidad, ¿para qué quieren gobernar? ¿con quiénes gobernarían?, ¿cuáles serían sus acentos, prioridades y estilo de gobierno?
@alfonsozarate