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Presa de su proyecto

MACARIO SCHETTINO

La semana pasada comentaba con usted acerca de los candidatos presidenciales y su ubicación en el espectro político, y concluía que López Obrador y Peña Nieto comparten el espacio que llamé "nacionalismo revolucionario", que según mis números debe contar con un máximo de 60% de las preferencias electorales. El artículo causó mucha discusión y hubo un tema en particular en el que no fui claro. Para muchos, Peña Nieto no es nacionalista revolucionario, e incluso varios lo calificaron de "neoliberal".

Esta confusión tiene que ver con la ambigüedad del candidato.

Por un lado, cuenta en su equipo con técnicos reputados, como Luis Videgaray, y ha empezado a ofrecer algunas propuestas que chocan con lo que su partido ha hecho recientemente. Por ejemplo, habla de inversión privada en Pemex o tímidamente de impuestos generalizados. Finalmente, se puede sumar a esto su administración en el Estado de México.

A diferencia de otros gobernadores priistas que endeudaron a sus estados, Peña Nieto no lo hizo, tal vez porque ya lo recibió en esas condiciones. Al menos no empeoró la situación financiera de la entidad. Pero el manejo corporativo en el Estado de México coincide con la tradición más venerable del PRI. En pocos estados se ha logrado mantener el control corporativo como en el gobernado hasta hace poco por Peña Nieto.

Tal vez sea esa combinación de control corporativo con administración razonable lo que hace a algunos calificar de "neoliberal" al candidato, por como se recuerda a Carlos Salinas, con el que también suele asociársele. Pero Salinas fue un renovador económico surgido y sostenido por un régimen profundamente autoritario que ya no existe. Por eso ya no existe.

Las alianzas del candidato son lo más revelador de su proyecto, me parece. Rumbo a la elección intermedia, en 2009, opta por apoyarse en el corporativismo más rancio. Tal vez ya nadie recuerde su aparición con Antorcha, o su impulso a la CNC, o se nos borre la relación con la CTM, que lo ha llevado a bloquear la reforma laboral haciendo uso de la mayoría con que cuenta en la Cámara de Diputados, en su coalición con el Partido Verde.

Mayoría que no ha hecho absolutamente nada, salvo obstaculizar. Alguna vez comenté aquí que ese comportamiento demostraba una de tres cosas: la incapacidad del PRI para decidir, su falta de ideas sobre el futuro de México, o su intención de que nada cambiara, de mantener lo que queda del viejo régimen y recuperar lo perdido en cuanto se pudiera. Hay quien sostiene que existe una cuarta posibilidad: que no quisieron decidir para evitar que Calderón o el PAN pudiese cosechar algo, por poco que fuese.

Sólo bajo esta última opción podría pensarse que Peña Nieto está dispuesto a impulsar reformas profundas. Estaríamos entonces frente a una estrategia muy cuidadosa, en la que el reformador finge no serlo para alcanzar el poder absoluto y entonces descubrirse. Pero esto no puede ocurrir, porque el poder absoluto dejó de existir en México en 1997. Ni siquiera alcanzando la mayoría en ambas cámaras tendrá el nuevo presidente algo del poder del viejo régimen. Y esa mayoría se ve francamente lejana en las encuestas más recientes, en donde Peña ya no ronda el 60%, sino que apenas supera el 40%.

Peor aun si se considera el costo de su coalición con el Verde y Nueva Alianza.

Es muy posible que el señor Peña Nieto haya apostado por ese camino y que haya escondido muy bien sus intenciones reformistas durante los años en que construyó su imagen y forjó sus alianzas. Sin embargo, esa construcción no fue gratis y hoy es presa de su proyecto.

Hay dos razones que han impedido las reformas: creencias e intereses. Creencias en las virtudes del viejo régimen e intereses de los grupos creados a su amparo. Cuando alguien dice que el proyecto es la Constitución, refrenda su creencia en ese viejo régimen; cuando alguien se rodea de líderes corporativos y empresarios oligopólicos, reconoce y acepta los intereses que impiden los cambios.

Por esas creencias que profesa y esos intereses que lo rodean, me parece que Enrique Peña Nieto llega a 2012 como un claro representante de quienes intentan restaurar el viejo régimen, en alguna versión edulcorada. Es el espacio que disputa López Obrador, en versión menos flexible. Millones de mexicanos que añoran el pasado elegirán entre ellas. Los millones que aspiran al futuro, me parece, buscarán al tercer candidato.

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