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Que sea la Nochebuena

ADELA CELORIO

 D E pequeña siempre me conformé con los cacahuates y los tejocotes que caían por aquí o por allá; hasta que alguna vez, asesorada por mi padre que siempre me quiso arrojada y valiente como un niño, "en cuanto rompan la piñata te arrojas la primera sobre los dulces" -me dijo- y yo obedecí sólo para quedar masacrada entre los tepalcates y la turbamulta de chiquillos que me cayeron encima. ¡Qué miedo! Desde entonces, con sus colores brillantes y las caudas de papel de china flotando al aire, tan preñadas de dulces, frutos y sorpresas... las piñatas me provocan un pánico anticipado.

La verdad es que me alegro de que termine la temporada de compras exhaustivas, brindis, y posadas en jardines donde los tacones de mis zapatos se entierran en el pasto y yo me muero de frío. Hoy nos reuniremos alrededor de la mesa para celebrar la Nochebuena, y qué mejor puedo desearle a usted pacientísimo lector, lectora, que tenga una amorosa familia con quien compartir la cena más entrañable del año.

Que le obsequien magníficos regalos y en santa paz y armonía reciba al Niño Jesús en su corazón. Si es así, siéntase bendecido y especial; porque créame; no todos tenemos tanta suerte y con más frecuencia de la que usted imagina, las familias no son como las pintan los dulzones cuentos de Navidad. Seguramente está informado de que en algunas casas la Nochebuena acaba siendo una cena de negros. Los medios de comunicación nos venden la idea de que en esta noche todo es perfecto, la familia es unida y solidaria, los amigos son leales, el jefe es un amor, y reunidos con los que amamos, somos felices y comemos perdices alrededor de un bellísimo árbol colmado de regalos.

Reconozco que es inoportuno y hasta de mal gusto recordar que con frecuencia sucede que los convocados a nuestra mesa no se hablaron en todo el año y hoy aparecen con su máscara de amor y perdón navideños para deslizar entre el bacalao y los romeritos los resentimientos acumulados.

Entre un brindis y otro, afloran emociones que el resto del año se mantienen bajo control. No falta quien se ponga pesado, discutidor, y quiera aprovechar el momento para ajustar las cuentas con la hermana o con el tío. Se me ocurre que tal vez sea porque no estamos acostumbrados a digerir las altas dosis de amor y paz que nos impone la publicidad, o simplemente porque la familia con la que compartimos la mesa y el techo casi nunca es como nos han dicho que debe de ser. Porque resulta que se trata de seres humanos susceptibles de emociones como los celos o la envidia, el resentimiento y la tristeza que se recrudecen en esta temporada, especialmente entre las personas mayores. ¿Sabía usted que es significativo el número de suicidios asociados a la depresión navideña? La inamovible certeza de que todas las familias unidas son amorosas y felices; no tiene ningún fundamento; lo que sí me consta es que las hay más educadas y tolerantes ante las pequeñas mezquindades de por ejemplo: una cuñada que siempre encuentra el pelo en la sopa, o el espíritu competitivo de aquel primo que no pierde la oportunidad para treparse y si usted menciona que mañana sale de vacaciones a Cuernavaca; dándole una consoladora palmadita en la espalda, con una sonrisa de triunfo se apresurará a informarle que él se va con sus hijos a esquiar a Veil.

Ante estas sangronadas la anfitriona tiene que hacer malabares para evitar que la situación se salga de control. ¡Ay que cansado!

Es por eso que empecé esta nota diciendo que si usted cuenta con una familia amorosa y su cena transcurre en armonía y paz entre cánticos corales y el crepitar de los leños en la chimenea; reciba mis más envidiosas felicitaciones. Tiene una gran suerte; valórela, disfrútela y agradézcala. Si no es ese el caso; entonces que Dios le conceda una buena dosis de tolerancia para que el bacalao y los romeritos no se le indigesten ni se le amarguen los azucarados buñuelos del postre.

Ni modo, después de todo, la familia con sus variopintas personalidades, constituye una responsabilidad frente a nosotros mismos y frente al mundo, y por ello merece la pena procurar que a pesar de los otros y a pesar de uno mismo; al menos esta noche especial cenemos juntos y cumplamos así con el mandato de Jesús: "Haced esto en memoria mía".

Para terminar, además de un abrazo friolento, travieso, amargo y dulzón para todos mis amadísimos amigos laguneros, quiero compartirles esta conmovedora oración de Voltaire: "Señor; Tú que no nos diste un corazón para odiarnos el uno al otro, ni unas manos para degollarnos mutuamente: haz que nos ayudemos recíprocamente a soportar el fardo de una vida penosa y pasajera. Haz que las pequeñas diferencias no sean señales de enojo y división".

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