El PRI de Enrique Peña Nieto le dio un portazo a esa parte de la sociedad interesada en participar en la vida pública. Las implicaciones son tan ominosas para el presente y el futuro que obligan a superar las diferencias para manifestarse juntos en caminos, calles y avenidas.
En la primera década de este siglo los partidos recibieron 50 mil millones de pesos de dinero público; los ríos de dinero sólo lubricaron su caída al lugar más bajo del aprecio ciudadano. Las señales de inconformidad se multiplicaron y algunos políticos respondieron con concesiones. El priista Manlio Fabio Beltrones, impulsó reformas en el Senado que terminaron recibiendo el voto de 88% de los senadores. Parecían estar muy cerca las candidaturas ciudadanas, la reelección de algunos cargos, las consultas populares, las iniciativas, etcétera.
En los momentos críticos el PRI tuvo políticos capaces de encauzar por la vía institucional al México bronco (por ello es que este cambio de régimen ha sido relativamente pacífico). El PRI de la actualidad es un tibio reflejo de su pasado. El nuevo caudillo y serio aspirante a la presidencia, Enrique Peña Nieto, ha podido controlar a su partido y domar a los partidos opositores. Como teme exponer su candidatura ante algún ciudadano alborotador de la plebe, y como tampoco quiso regalarle triunfos a Beltrones, sus operadores en la Cámara de Diputados se encargaron de abortar la reforma proveniente del Senado. Lo hacen cuando regresa a las calles una sociedad asustada por el deterioro de la vida diaria y enojada por la incapacidad de quienes gobiernan.
La marcha del próximo domingo 8 de mayo podría ser el inicio de un ciclo importante de movilizaciones. Esto se debe, en primer lugar, al notable impulso a la unidad y a la determinación con la que personas y organismos civiles están haciendo a un lado agravios reales o imaginados. Pesa más lo monumental de la crisis y la presión que tienen los organismos civiles para demostrar que, a diferencia de los partidos, ellos sí pueden unirse en lo esencial sin vulnerar su autonomía para pelear por causas particulares.
Otro aspecto que hace promisorio lo que está gestándose es el rigor y cuidado del pliego petitorio en construcción. Todo movimiento que trasciende necesita de un relato claro con intenciones comprensibles y viables. Según me comentan algunos de los organizadores, están avanzando a buen paso en la formulación de un pliego petitorio que viene acompañado de objetivos y peticiones concretas y de mecanismos para verificar su cumplimiento.
Una de las reivindicaciones compartidas es la necesidad de que la Cámara de Diputados apruebe la reforma política enviada desde el Senado. Son inaceptables las consecuencias que tiene el veto impuesto por el PRI de Peña Nieto. Si la reelección de diputados y senadores no se aprueba ahora tendremos que esperar al menos unos diez años para que se aplique. ¿Otra década de relajo e impunidad en los legislativos? Tampoco tendremos mecanismos para lograr que las consultas sean vinculatorias ni habrá la posibilidad de que ciudadanos sin partido se postulen a cargos de elección popular.
Ni saben cómo gobernar ni son capaces de darnos protección y siguen haciendo todo lo posible para no rendir cuentas. Resulta natural que uno de los puntos de acuerdo sea la exigencia de un período extraordinario de sesiones en el cual los diputados aprueben la reforma política. No es la panacea, pero es un paso en la dirección correcta.
Durante su sexenio, el socarrón de Carlos Salinas escamoteó lo más que pudo la democratización de la vida nacional. Tuvo la capacidad de hacerlo porque como Presidente todavía detentaba un gran poder y porque en ese tema los opositores actuaron divididos. Incurrió en la arrogancia de quienes creen posible tratar como plastilina a la historia. Lo pensó hasta que en 1994 vino la insurrección zapatista y la movilización ciudadana encabezada por Alianza Cívica, entonces se vio obligado a hacer concesiones que llevaron a hacer al IFE con carácter ciudadano, que luego sometieron los partidos.
Enrique Peña Nieto está actuando sin darse cuenta de la fragmentación del poder político. También se siente capaz de jugar con los tiempos de la historia y está buscando sincronizar los cambios a sus necesidades personales. Con sus desplantes autoritarios el mensaje que lanza es que sólo atenderá aquellas exigencias que tengan tras de sí el respaldo de las movilizaciones sociales.
Por ello, y para recuperar la esperanza marcharé el 8 de mayo e invito a los lectores a hacerlo olvidándose de las diferencias que puedan tener con quienes caminarán al lado. Confío en que el pliego petitorio que conoceremos ese día haga propuestas que unan a los diversos. Si queremos rescatar la democracia y salvar vidas (algunas de las cuales pueden ser las de los nuestros y las nuestras), la calle es de lo poco que nos queda.
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