El radicalismo es una de las graves enfermedades de la humanidad, que se ha agudizado en el presente siglo.
Radical, según el Breve Diccionario de la Lengua Española, es: "relativo a la raíz; fundamental. Del latín tardío radicalis, 'que tiene raíces'".
La acepción más utilizada en el mundo moderno, se aplica a todos aquellos que intentan llevar a la práctica sus ideas por encima de otras maneras de pensar, aun sobre la integridad de las personas.
La división tosca del mundo en occidental y oriental, ha dado pie para la consolidación de posiciones fundamentalistas y radicales, caso de la satanización que hicieron del comunismo, que utilizaran en plena guerra fría para atemorizar al pueblo de los Estados Unidos, llevándoles a votar y decidir sobre situaciones no comprendidas y sí temidas, hasta permitir atropellos en personas acusadas injustamente.
Si lo lleva al plano político, los partidos mexicanos se han radicalizado -además hay otros varios intereses de fondo- y baste que los "rojos" propongan algo para que los "azules" se opongan y los "amarillos" organicen una gresca. Se han radicalizado y en el camino perdido la razón de ser, en una guerra que costeamos los ciudadanos con detrimento en lo que queda de nuestra riqueza nacional.
Vale la pena hacer notar que el radical, comúnmente, acusa de ello al grupo o persona que va a agredir; cuando se trata de creencias religiosas, unos y otros -islámicos y cristianos, por ejemplo- se denuncian por el mismo "pecado"; la promoción de algo diferente a lo que nos es común, es buena oportunidad para denunciar y hacernos creer que el otro es malo y que con su actitud nos amenaza.
En el plano social sucede igual: aquel que ha extremado su actitud hacia la sociedad y, en consecuencia, se declara "minoría ofendida", justifica su agresividad -física o ante las costumbres sociales- hacia las mayorías "incomprensivas", denunciándolas como radicalizadas.
En meses pasados, intercambiando correos electrónicos con el Dr. Fernando Barraza, amigo desde la adolescencia y excelente médico radicado en Mazatlán, Sinaloa, me envió una nota referente a Kevin Rudd, Primer Ministro de Australia, que informaba: "a los musulmanes que quieren vivir bajo la ley Islámica Sharia se les dijo el miércoles que se vayan de Australia, cuyo gobierno ha emprendido un campaña contra los radicales en un esfuerzo para evitar potenciales ataques terroristas". Cuando comprendió que había ofendido a los ciudadanos musulmanes de aquel país, corrigió y aclaró "son los inmigrantes, no los australianos, los que deben adaptarse"; sin embargo, el daño estaba hecho y su actitud revelada.
De igual manera, radical es aquel cristiano protestante que azuza a sus fieles para denigrar las creencias de católicos; también lo es el sacerdote que permite o promueve indirectamente la agresión física y hasta la expulsión de las poblaciones a aquellos que no profesan sus ideas religiosas.
Existe un remedio para el radicalismo, difícil de obtener y muy escaso entre los extremistas: se llama tolerancia, que viene "del latín tolerare, llevar, cargar, sostener; tener la fuerza de llevar o sostener. Es permitir, no prohibir; soportar, llevar con paciencia". Inentendible e inaceptable para los obcecados, ¿verdad?
El radical busca convencer a los demás que su opositor es malo para todos, que producirá daño en sus personas y seres queridos, buscando lograr sus fines.
Recuerde que luego del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, la administración federal de EUA, trató, por todos los medios, de convencer que detrás del atentado estaba Saddam Hussein y que poseía armas nucleares con las que pretendía amenazar al país; Irak, junto a Corea del Norte, fueron transformados en "fuerzas del mal", a las que debía destruir por el bien de todos.
Como resultado, Bush tuvo la más alta evaluación en encuestas de aceptación; invadió Irak, y años después se demostró que no había armas nucleares, ni preparativos para elaborarlas, aunque Saddam, efectivamente, fuera radical peligroso. El objetivo se había logrado y aún pagamos las consecuencias.
Indudablemente que el radicalismo va contra la democracia, que se nutre del espíritu contrario: buscar hacer la voluntad de las mayorías.
Los radicales buscan, por sistema, provocar miedo y tergiversar la realidad para su beneficio; utilizan las herramientas del temor y hasta la difamación como instrumentos para conseguir los fines; hacen lo necesario para colocarse en posición de víctimas u ofendidos; y siempre intentan adaptar esa aparente realidad de dolor físico o mental, en situaciones que nos ofendan e involucren afectivamente.
Cuando no tenemos información adecuada y somos alterados en nuestra capacidad de pensar y ser ecuánimes, perdemos el derecho de decidir y la posibilidad de hacer nuestra voluntad.
Le invito a que reflexionemos sobre el tema y que, una vez detectadas las áreas de oportunidad, trabajemos en evitar caer en las trampas de los radicales. ¿Le parece conveniente?
Ydarwich@ual.mx