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Recorren camino de fe hacia el Señor de Mapimí

Llegan los peregrinos. En la entrada de Cuencamé se enfilan las más de 100 carretas que hicieron el viaje de dos días desde los ejidos JuanEugenio, La Ventana y SanJosé, para entrar todos juntos al municipio y después de dar un breve recorrido, adorar al Señor de Mapimí.

Llegan los peregrinos. En la entrada de Cuencamé se enfilan las más de 100 carretas que hicieron el viaje de dos días desde los ejidos JuanEugenio, La Ventana y SanJosé, para entrar todos juntos al municipio y después de dar un breve recorrido, adorar al Señor de Mapimí.

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Desde el primero de agosto, los pobladores de los ejidos Juan Eugenio, La Ventana y San José de Zaragoza, preparan las carretas en las que recorrerán por dos días los más de 80 kilómetros de distancia que abarcan desde el Cañón de Jimulco hasta Cuencamé, Durango, para venerar al Señor de Mapimí.

Es el mismo trayecto que en 1715 recorrió el cristo y que desde entonces se ha convertido en una tradición religiosa y familiar para los pobladores del Cañón de Jimulco.

El cristo fue encontrado en el lugar conocido como Jimulquillo, en donde fue escondido tras ser destruida su iglesia por los indios tobosos, ubicada en el municipio de Mapimí, Durango. La imagen fue trasladada a la parroquia de San Antonio de Padua, de Cuencamé.

Desde entonces movidos por la fe y la devoción, año con año, los habitantes del Cañón de Jimulco realizan el recorrido que se ha transmitido de generación en generación y permanece desde hace 296 años.

Familias enteras se preparan desde un día antes para hacer la peregrinación. Las mujeres hornean pan de cocedor o gordas, preparan las provisiones que habrán de degustar durante cinco días, dos de ellos entre el monte. Los hombres se encargan de acondicionar los carromatos. Colocan una estructura de varilla en forma de arco y le montan lona, mezclilla o hule que los protegerá del sol y la lluvia.

En los carruajes suben cobijas, colchones, maletas, pastura para los animales, mesas, sillas comales y las provisiones. Dejan todo listo para partir a temprana hora.

Comienza el recorrido

Desde las 5:30 de la mañana comienzan a partir las carretas de Juan Eugenio, pero no todas juntas, sería complicado, pues el camino no es uniforme.

Cada una traslada a no menos de cinco integrantes de una misma familia, desde niños recién nacidos hasta abuelos y bisabuelos en algunos casos. Es así como los más grandes se encargan de inculcar a las generaciones más jóvenes el recorrido y transmitir la devoción y fe por el Señor de Mapimí.

Bernabé Huerta montando su caballo "El Palomo" va al frente de un contingente de cuatro carretas. De manera amable nos invita a subir para hacer el recorrido. En la carreta va Raquel, su esposa, sus dos hijos, Manuel y José, así como sus tres nietos, Pamela, Manuel y Ángel.

Desde niño, su padre Silvestre Huerta, que también va en una de las carretas, inculcó a Bernabé la devoción por el Señor de Mapimí y ahora él lo hace con sus pequeños nietos.

"Mi papá me trajo desde que nací y desde entonces no he fallado ni un solo año", dijo. El hombre platica que esta vez el recorrido lo haría a caballo para pagar una manda.

"Me detectaron tumores cancerígenos apenas este año. Me los quitaron. Yo le prometí al Señor de Mapimí que si me curaba iba a hacer el recorrido y aquí estoy", dijo el hombre de 60 años.

Bernabé se adelanta para llegar a San José y hacer la primera parada. En San José se concentran cerca de 30 carretas que detienen su paso brevemente para almorzar y dar de beber a los animales. Las familias comparten los alimentos: gordas de cocedor, asado, pan horneado.

Luego continúan el recorrido. Raquel decide caminar un rato como lo hace la mayoría de los peregrinos también conocidos como "Cuencameros".

Raquel cuenta que su devoción comenzó al casarse con Bernabé. "Yo no hacía el recorrido hasta que me casé con Berna, desde que me trajo no he fallado", dijo.

Es la cuarta mujer que comparte que la tradición la adoptó gracias a su esposo.

Después de media hora y ya entre los cerros del Cañón de San Diego decidimos esperar la carreta. El camino es angosto y lleno de piedras grandes. El caballo resbala varias veces, pero no cae.

"No se preocupe no nos pasa nada. Aquí se han desbocado animales, se han ponchado llantas, atravesamos ríos y gracias al Señor de Mapimí a nadie nos ha pasado nada", explicó la mujer.

"Es más, se han venido mujeres embarazadas y llegando a Cuencamé dan a luz, algunas hasta Torreón las pasan. Otras se vienen al tercer día de que se 'alivian' y de cesárea o parto normal y ni ellas ni sus criaturas se han enfermado", dice y luego sonríe.

El cañón parece no terminar y al menos ese día no se recorre por completo, pues los Cuencameros hacen la segunda y última parada del día en un lugar conocido como el "Huangoche" que es un abrevadero situado en el cañón, con un estanque de agua.

Camino a la Cureña

Las carretas se enfilan. Los hombres atan entre una y otra grandes lonas para formar sombras. Las mujeres bajan los utensilios, prenden la leña y comienzan a cocinar mientras los niños juegan y los animales descansan.

El calor se vuelve insoportable, pero las familias se ven contentas, mientras comen, platican hazañas vividas en el año o de los recorridos.

Hasta el Huangoche llega la familia de José Luna. Debajo unos arbustos, tendido sobre una colchoneta está el hombre de 86 años y junto a él, su esposa. José Luna fue el encargado durante varios años de organizar la procesión, pero una caída lo dejó imposibilitado para caminar, más no para hacer el recorrido.

"Seguimos viniendo con todo y fe. Mi esposo tiene 4 años que no camina, ya no escucha muy bien, pero seguimos viniendo. Un nieto nos trae, ahorita no vino ni la mitad de la familia porque somos muchos, pero andamos desde los más grandes hasta los más chiquitillos aquí", dijo María Rodríguez, esposa de José Luna.

Antes de la puesta del sol, las familias preparan la cena y luego empiezan a tender las cobijas en el suelo, pues dentro de poco se terminará la luz y hay que descansar.

A la mañana siguiente las carretas retoman el camino para abandonar por fin el cañón. El camino no es mejor que el anterior, pero prometen que mejorará. A la una de la tarde se llega a La Cureña, un ejido de apenas 5 casas sin luz, ni agua potable, pero sí con estanque natural.

La Cureña es el punto de reunión de los tres ejidos. Poco a poco llegan las más de 100 carretas que tienen ya su lugar asignado.

Silvestre Huerta Reyes, sentado en su carreta, platica que hace 10 años, mientras pastoreaba sus chivas, le picó un animal y estuvo a punto de perder la vida.

"Estuve muy malito en el Seguro de Torreón, me picó un animal, me dijeron que una araña. No sentí nada hasta que me salió una roncha en la pierna y me empezó a doler. Caí en coma. En mi inconciencia yo le pedí al Señor de Mapimí que me salvara y lo hizo...tengo 50 años de venir y mientras tenga vida vendré a visitarlo", narra Silvestre Huerta.

Don Silvestre es acompañado de su esposa Ana López, quien tiene cirrosis y realiza la peregrinación para pedir la cura de su enfermedad. Además de su esposa, lo acompañan sus hijos y nietos.

En La Cureña, Darío Morales Estrada alcanza a su familia. Darío hizo el viaje a pie para pagar una manda que prometió al Señor de Mapimí. De Juan Eugenio hasta el Huangoche hizo 11 horas, y de ahí hasta La Cureña 4 más.

"Se lo prometí porque tenemos un hermano desaparecido le prometí para ver si aparece, hasta ahorita no. Y también por una nuera que estaba embarazada y se puso enfermita, el niño nació enfermito, le pedí que nos lo aliviara gracias a Dios y sí, ya los tenemos en la casa. Lo prometido es deuda, yo tengo que llegar hasta Cuencamé caminando", dice.

Por la tarde llegan las danzas de La Ventana. Durante el atardecer los tambores comienzan a retumbar llamando a los Cuencameros a reunirse para la misa.

"Las gracias te vengo a dar de haber llegado hasta aquí, hoy te vengo a saludar ¡oh! Señor de Mapimí", entonan tres hombres seguidos del resto de los peregrinos. De esta manera concluye el segundo día de recorrido.

Por la mañana del 4 de agosto las carretas parten hacia la última parada, Cuencamé. Los peregrinos deciden no almorzar, pues en el camino los habitantes de este municipio los encuentran con alimentos.

En el ejido Ojo Seco, grupos de niños que divisan las carretas les salen al paso. -¡Pan. Pan!- exclaman. Raquel explica que les piden el pan de cocedor que les quedó. Se los entregan y los niños se retiran gustosos a la siguiente carreta, pero no pasan más de 20 minutos y la comida regresa al carruaje, esta vez donada por un grupo de mujeres de Cuencamé, que decidieron ir al encuentro para entregar gorditas y refresco.

A la entrada de Cuencamé las carretas comienzan a formarse. Un grupo de hombres y mujeres a caballo vestidos de Charros llegan hasta donde están las carretas para acompañarlos en su recorrido. Hasta que está la última carreta la fila no avanza.

Adelante van los estandartes de la peregrinación que representan a las tres comunidades y al Municipio, seguidos por los peregrinos que entonan el canto del Señor de Mapimí, les siguen los charros y las carretas. Los habitantes de Cuencamé salen a recibirlos y aplauden el esfuerzo de los Cuencameros.

Las carretas recorren las calles principales y llegan a la iglesia para recibir la bendición. Luego se separan, cada una se va con las familias que año por año los alojan o bien a un terreno que el Municipio destinó para su llegada. A las cuatro de la tarde, tal y como llegaron acuden a la misa de recibimiento a adorar al Señor de Mapimí y a dar las gracias por permitirles venerarlo un año más.

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