Regresar a ser uno
Dejar de estar con la otra persona es, invariablemente, una pérdida que implica un proceso de duelo que nos puede dejar marcados o por el contrario capitalizar esta experiencia en función de nuestro crecimiento personal. Abandonar las expectativas de vida en pareja y volver a ser uno solo es un camino doloroso que, aunque suene mal, será también una oportunidad para reconstruirnos luego del naufragio de un proyecto de vida de dos.
La última vez que Elsa escuchó el abrir y cerrar del portón de su cochera fue esa mañana en la que su esposo decidió no regresar. Hasta entonces ése era el ruido que la hacía despegarse de la cama e iniciar el día, preparar a sus hijos, de siete y nueve años para llevarlos a la escuela y después ir a cumplir con su labor como asistente gerencial. Por la tarde ambos regresaban a casa y mientras atendían las tareas de los niños y los deberes cotidianos, platicaban sobre lo que había ocurrido en su jornada.
Desde que Elsa conoció a Eduardo quiso formar junto a él una familia, disfrutar de su compañía hasta llegar a la plenitud de la vejez; lo mismo quería él. Así que ella le apostó todo a esa unión, dejó de estudiar la carrera de Contaduría Pública, hizo a un lado las críticas de su madre y se embarcó en lo que consideraba su destino. A partir de que se casaron dedicó sus días a ‘hacerlo feliz’, mientras que Eduardo se comportaba como un excelente compañero. Sin embargo, en el último año Elsa tenía la sensación de que algo no marchaba bien, pero decidió dar por hecho que simplemente se trataba de una especie de miedo a perder lo que tenía. Aun así, se esmeró más en su arreglo personal y se empeñó en darle mayor intensidad a la parte íntima de su relación. A pesar de ello la rutina se impuso a los sueños y las aspiraciones. Dos días después de esa mañana, Eduardo la llamó para decirle que estaba cansado y quería divorciarse, que lo vivido en ocho años de matrimonio le enseñó que no era lo que esperaba para él.
Ahora a Elsa le cuesta el mismo trabajo abandonar la cama por la mañana que conciliar el sueño al acostarse. Apenas deja a sus hijos en la puerta de la escuela, sus pensamientos aprovechan para enredarse en un repetitivo: “¿Qué hice mal?, ¿por qué dejó de quererme?, ¿acaso no le di todo lo que necesitaba?”, y muchas otras emociones encontradas que la distraen hasta en las luces de los semáforos. El llanto se apodera de ella cuando en la noche no tiene con quién hablar y siente el vacío de la otra mitad de la cama. Ya ni siquiera le dan ganas de cocinar los fines de semana y dice sentirse sin energía para atender a sus niños, pese a que hace todo lo posible porque éstos no resientan la falta de atención. La sensación de extravío provocada por la ausencia del otro ser la ha orillado a desear que algo malo le suceda, pero a la vez ha sido el motivo por el cual decidió solicitar apoyo profesional.
SIN IMPORTAR EL ORIGEN
Las razones para separarse o divorciarse pueden ser infinitas y cada quien, desde su posición, argumentará aquellas que depositen la culpa en el otro y en sí mismo.
El Médico Psiquiatra Fernando Sánchez refiere que en la mayoría de los casos estos rompimientos no se dan ‘de la noche a la mañana’, sino que paulatina e insidiosamente se van acumulando cuestiones para que el vínculo que une a dos individuos que se aman, se diluya hasta hacerse un filamento que se rompe.
Desavenencias, un moldeamiento insuficiente en la interacción de la pareja que trae consigo hostilidad, la dificultad para resolver problemas económicos o materiales, la educación de los hijos, el trabajo y la infidelidad son algunas de las razones más frecuentes de la desunión.
En menor medida están aquellos casos en los que hay una desilusión abrupta, al ocurrir descubrimientos como la existencia de un hijo fuera del matrimonio, la pérdida de un bien material y cualquier otra situación en la que una de las dos personas se sienta engañada o traicionada.
Ante cientos de combinaciones circunstanciales, la realidad es que romper con quien se pensaba compartir la vida hasta el último día provoca un enorme dolor y sentimiento de quebranto.
Cultural, religiosa y emocionalmente hemos sido formados con la idea de necesitar a un compañero para estar completos, y con base en ello nos creamos expectativas con las que fincamos una relación. Entonces la pérdida se produce invariablemente porque existe la sensación de pertenencia del otro, que aunque en términos de igualdad y equidad de género se dice que nadie es propietario del otro “emocionalmente se llega a sentir que sí”, apunta Sánchez.
El sentimiento de posesión al que hace referencia el psiquiatra se produce por el miedo ante la posibilidad de perder la seguridad, la protección y el placer que brinda estar con alguien. E incluso algunos especialistas señalan que el apego que dificulta terminar con una relación es la reproducción del apego básico que vivimos como bebés, en especial con la madre; esto es porque cuando nacemos somos seres indefensos y el vínculo que en esa etapa se establece con ella es absoluto.
Dependiendo de la forma en que se haya dado la ruptura, quien la propicia acostumbra experimentar sentimientos de culpa aunque sepa que tomó ‘la mejor decisión’, mientras que la contraparte enfrenta una gran carga de ira y la idea de que fue traicionada.
Todo esto trae aparejada una serie de dolores de tipo personal que en conjunto causarán un duelo por la carencia de ese complemento, el cual se manifiesta con emociones como nostalgia, resentimiento, ira o coraje, entre muchos otros. El duelo producido puede ser terminable o por el contrario volverse interminable, dependiendo de los siguientes factores:
-Personalidad. La manera de comportarse en determinadas situaciones.
-Autoestima. La autoimagen o percepción que se tenga de sí mismo dependerá de tener o no conductas autodestructivas o poco asertivas en este proceso
-Sensibilidad. Hay quienes podrán sentir la tristeza de manera más profunda que otras.
-Nivel de importancia que se da a la relación: El grado de pérdida varía de acuerdo con el grado de intimidad, si existía algún tipo de dependencia, la fase en que se encontraba, el alcance del vínculo, etcétera.
-Apoyo externo. Quien tenga a su alrededor gente que entienda y escuche su situación poseerá mayores recursos para afrontar el proceso que alguien carente de ese apoyo, o bien de la disposición de compartir sus sentimientos más profundos.
Cuando toda esta red o estructura no es lo suficientemente fuerte ni sólida, la factura emocional llega a ser muy costosa, por el alto riesgo de experimentar depresión, ansiedad, ira, coraje o rencor, emociones que se consideran nocivas por los alcances que pudieran llegar a tener en un momento determinado.
Algunos individuos se enquistan en el propio duelo y recurren al enmascaramiento para no afrontar el dolor que éste les provoca; es cuando van de una relación a otra sin cerrar el ciclo que les está afectando. En casos extremos recurren a ‘escapes’ como el alcoholismo o la drogadicción, adoptan conductas autodestructivas o suicidas poniendo en riesgo sus vidas e incluso las de quienes le rodean...
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