Primero fue la tierra que se estremeció en Japón. Luego la cifra de muertos, cada vezmás alta, seguida por la amenaza de una nube radioactiva y las explosiones en los reactores de la planta nuclear de Fukushima.
El pánico se contagió de los japoneses, que son ejemplo mundial de serenidad.
Dos laguneros que viven en Japón contaron a El Siglo de Torreón sus experiencias de asombro o de horror, mientras intentan describir lo que han vivido.
“Yo salí corriendo del edificio de 14 pisos en el que vivo. El crujir de la madera y los cristales rotos se mezclaba con el llanto de los niños y los gritos de las madres”, cuenta Sandy Meléndez, diseñadora que vive en Saitama, cerca de Tokio.
Al temor por el terremoto siguió la tragedia del tsunami, que dejó al menos 10 mil personas desaparecidas.
Aún así, los japoneses regresaron al trabajo e intentaron seguir con su vida normal.
Hasta que la devastación del terremoto y las explosiones en la planta de Fukushima dieron otro vuelco a la vida japonesa, provocando cortes de energía y dejando a la población en vilo por una catástrofe nuclear.
“Tokio, al igual que las zonas devastadas del noreste del país, sufre escasez de alimentos en los supermercados. Es prácticamente imposible encontrar agua embotellada, jugos, alimentos instantáneos, arroz, pan, frutas y verduras”, dice Raúl Urteaga, ministro de Asuntos Comerciales de la Embajada de México.
“Tampoco se puede encontrar baterías, velas, artículos para higiene. También se ha racionado la gasolina. El Metro sí está operando aunque no a su capacidad completa”.
Mientras tanto, el impacto económico del terremoto y la crisis nuclear aún no ha podido calcularse en toda su magnitud.
Tampoco se sabe el desenlace del desastre nuclear en Fukushima, mientras trabajadores intentan enfriar los reactores para impedir más fugas de radiación que afecten al país entero.
Ante la situación de emergencia, Sandy y Raúl como miles de japoneses y extranjeros en el país, se aferran al Internet, al correo electrónico y a las redes sociales para mantenerse en contacto con el mundo y relatar cómo se ha trastocado la vida en un país devastado y lleno de angustia.