Adiós. Restos del escritor argentino Ernesto Sábato durante su velatorio en el Club Atlético Defensores de Santos Lugares, en Buenos Aires, Argentina. ARCHIVO
Buenos Aires, Arg.- Cubierto de aplausos, en una jornada como extraída de las zonas más lúgubres de alguna de sus novelas, con viento, lluvia y frío, frío en algún rincón del alma, por cierta sensación que con él se va el último exponente de una literatura que no le escapaba a la metafísica y la profundidad para explorar al ser humano, así se fueron los restos de Ernesto Sábato, fallecido el sábado a los 99 años, de su barrio, Santos Lugares.
Desde la tarde de un sábado no menos lluvioso, la capilla ardiente se había montado enfrente de su casa. En el club Defensores de Santos Lugares, allí donde la biblioteca llevaba su nombre y donde cada tarde durante muchos años, se cruzaba con los parroquianos a jugar al dominó y compartir un café. No importaba ni las diferencias políticas ni mucho menos su carácter de autor universal.
"El prestigiaba la mesa, el club, el barrio, nuestras vidas, con toda esa sencillez y sus acostumbradas rabietas", explicaba en la fila uno de los socios vitalicios, del legendario club de barrio, más reconocido por sus ya desaparecidos bailes de carnaval de otras épocas y su luchador equipo de básquet, que por ser el club de Sábato.
Fue su hijo Mario, el que en una sentida carta, daba cuenta de la última voluntad de su padre, ser velado allí para que sus vecinos lo despidan. "El no era sólo nuestro, sino de todos", apuntaba. Y ese todos incluyó a unos más que a otros a la hora de darle el último adiós. Por allí pasaron el senador oficialista, Daniel Filmús y el candidato a la Presidencia por el radicalismo, Ricardo Alfonsín, para decir que "se fue el más grande", intelectuales y escritores y compañeros de su última gesta, en la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas (CONADEP) la que recabó toda la información posible del horror en los campos de exterminio de la dictadura militar en 1984.
Brilló por su ausencia, la presidenta Cristina Kirchner, que en 2004 había, tal vez exagerado, el homenaje al autor de El Túnel, en el III Congreso de la Lengua, en la ciudad santafecina de Rosario, aunque del Gobierno asistió el secretario de Cultura, Jorge Coscia, quien destacó que "Sábato había descubierto la tristeza de los humildes".
Horas después de que sus restos fuesen sepultados en el cementerio privado, Jardín de Paz, en la localidad bonaerense de Pilar, la Feria del Libro -que en la víspera se había declarado en luto- le rindió un sentido y ovacionado homenaje al último grande de la literatura argentina.
De eso justamente habló el filósofo y escritor Santiago Kovadloff, tal vez uno de los intelectuales más brillantes del país, al decir que "Sábato pertenece a una estirpe de intelectuales que no ha encontrado en Hispanoamérica demasiados novelistas que la representen. El drama, la lírica, la sátira y aun la parodia se perfilan entre nosotros como las sendas preferidas en el campo de la prosa de ficción... En los días que corren, la novela argentina parece preferir el trabajo de superficie. Se complace en la anécdota y en la frivolidad entendida como ejercicio de ingenio. Demuestra una aptitud casi televisiva para la estupidez y sabe, con ello, asegurarse el fervor de un mercado que teme las ideas".
"Por supuesto hay excepciones, pero para el núcleo más compacto de novelistas locales, el deleite supremo al escribir es hacerse eco de una época sin sustancia espiritual", acotó.
El vecindario disfrazaba el dolor por la pérdida de su integrante más ilustre con anécdotas y sonrisas de paz En todos los estadios de futbol el sábado se hizo un minuto de silencio en su honor, el que fue coronado con aplausos. Incluso, en La Plata, en el partido que Estudiantes (club del que Sábato fue simpatizante y jugador en sus fuerzas básicas) perdió con el Vélez Sarsfield, la parcialidad del local lo despidió al grito de "Sábato, Sábato", un canto que ayer, en ese domingo gris, lluvioso, retumbaba en los corazones de muchos argentinos, que desde el sábado sienten un poco el frío de cierta soledad literaria. Y es que con Sábato se fue el último exponente de la mejor época de las letras argentinas.