Q Ué bueno que no soy diputado federal y no me veo en el dilema de aprobar o no el proyecto de reformas a la Ley Federal del Trabajo, porque la verdad dudo mucho de que daría mi voto a favor.
Para no quedarme solo con mi criterio, le mandé ese proyecto a un empresario amigo, Juan José, que tiene una gran conciencia social, para conocer su punto de vista y la respuesta fue contundente: "Se me hace incongruente y sin sentido".
Si bien me preocupan los aspectos jurídicos, la verdad me he puesto a pensar más en las razones políticas, porque no las entiendo.
Durante muchas décadas se afirmó que "la revolución mexicana no había concluido", lo cual era erróneo desde el punto de vista histórico.
Pues, cosa muy distinta era que los postulados de la revolución debieran seguir vigentes, porque en esencia no se habían cumplido, a que aquélla hubiera concluido.
Pero en enero de 1992, se reformaron los artículos 27 y 130 constitucionales. Y al hacerlo, acabaron con dos de aquellos postulados.
En efecto, las modificaciones al 27, acabaron con el ejido, en la medida en que abrieron la puerta para que los ejidatarios pudieran tener la propiedad de sus tierras y por ende, venderlas. Al final de cuentas se quedaron sin tierras y sin dinero.
Aquel histórico grito zapatista, de que: "La tierra es de quien la trabaja"; y el de "Tierra y libertad", se convirtieron en polvo y riqueza para otros: los acaparadores de terrenos que pronto comenzaron a urbanizar y comercializar esos inmuebles.
Luego vinieron las reformas al 130, que sí me toco aprobar en el constituyente permanente, cuando era diputado local. Y lo hice pensando en que las mismas apaciguarían un poco la belicosidad de algunos clérigos, pero me equivoqué, porque a su juicio no fueron suficientes.
Con esas dos reformas se cerraba un ciclo: el de la lucha de los ejidatarios y el de la reforma juarista.
¿Cuántas vidas costaron, en su momento, estos dos postulados?
Ciertamente miles. Porque miles fueron los que lucharon para restaurar la república y ver separada la Iglesia del Estado. Y otros tantos durante la revolución para que las tierras pasaran a manos de los campesinos.
La Iglesia tornó a sus antiguas prácticas de acumular riqueza, especialmente inmobiliaria y han vuelto los litigios por bienes adquiridos por ella a trasmano. Hay curas que quieren el derecho a ser votados, porque añoran formar parte del congreso federal, los locales, las alcaldías y si es posible las gubernaturas y hasta la presidencia si se les deja.
Los campesinos están ahora más pobres que nunca y viven en la extrema miseria sin poder siquiera cultivar un pequeño pedazo de tierra para sobrevivir.
Los trabajadores, que también aportaron vidas al movimiento revolucionario, mal que bien iban sobreviviendo. Con míseros salarios y bajo condiciones inhumanas en ciertos trabajos (como la minería), pero salían adelante, lo que no significa que estuvieran bien.
Pero ahora su situación dará un giro y se verán afectados en sus derechos, lo que no dejará de ser un retroceso en sus vidas.
Y para colmo, el Gobierno Federal sigue sin generar los empleos que prometió y con millones de dólares retenidos que no pondrá en circulación, sino hasta que las condiciones políticas se lo indiquen.
Deprimido el empleo, deprimido el gasto social y la inversión pública. No hay dinero circulando y obvio es que ello en todo repercute.
Un buen amigo, que está dedicado a la venta de maquinaria pesada, me dice que tiene vendidas un buen número de ellas, pero no cierra esas operaciones porque los compradores están esperando que el Gobierno Federal suelte el recurso para ello. Y mientras tanto ¿qué puede hacer?, buscar otras fuentes de ingresos, no hay de otra.
Pero me preocupa que los postulados de la revolución estén a punto de ser cancelados por la reforma en puerta. Debe tener cosas buenas, pero no entiendo por qué es el PRI el que propuso ese proyecto.
Cuando en 1994 andaba en campaña para la diputación local, la CTM me hizo una reunión con trabajadores y al tomar la palabra, entre otras cosas, prometí que me opondría a cualquier modificación al Artículo 123, porque contenía postulados que no debían de ser tocados.
Qué bueno que no soy diputado, porque aquella promesa aún pesaría sobre mi conciencia y me hubiera opuesto a las reformas con las consabidas consecuencias políticas.
No quisiera estar en los zapatos de algunos amigos diputados federales, pues es posible que ellos, por razones obvias, en su momento hayan hecho promesas semejantes. Y ¿ahora qué harán?
La revolución quedará truncada y no servirá ya ni para los discursos plazueleros, porque además, como lo menciono, la propuesta es del PRI. Debieron de haber dejado que la presentara el PAN, porque no es lo mismo ser artífice que apoyar.
Sé que la modernidad va exigiendo cambios y nuevas reglas para todos. Pero creo que hay principios y postulados que deben permanecer en la Constitución casi perennemente, aunque ella misma plantee la posibilidad de ser modificada.
En teoría, es perfectamente posible, máxime que lo que se está tocando es la Ley reglamentaria y no la Constitución, pero hay postulados que forman parte de ella y que fueron el resultado de luchas intestinas que costaron vidas y sangre y no deberían ser tocados.
Una cosa es que la norma pueda ser modificada y otra muy distinta que se dé al traste con principios fundamentales. Pero yo no soy quien decide, ni tengo forma de oponerme más allá de estas simples líneas.
Nomás falta que, pronto, se cambie la forma de Gobierno y tornemos a las épocas monárquicas. Con eso de que nos encantan las "reinas y las princesas y los palacios", que en realidad no son sino oficinas públicas.
Mejor aquí le dejo, porque se me está subiendo la sangre a la cabeza y eso no es nada bueno.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".
