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Salam al dictador de Egipto

GENARO LOZANO

NUEVA YORK.- Dieciocho días de protesta obligaron a Hosni Mubarak a dejar el poder. El espíritu de la disidencia y las demandas de democracia, justicia y libertad, que vibraron en las calles de las capitales occidentales en el 68, revivieron en el corazón del mundo árabe, como mencionó Gustavo Gordillo hace una semana en La Jornada. Mubarak no pudo aferrarse ni un día más al poder y renunció, pero pasó el mando a manos de los militares. ¿Hay que celebrar?

Pocos imaginaban lo que sucedió finalmente en Egipto. Mubarak cedió ante las protestas y fue arrinconado ante el abandono de Estados Unidos, su aliado incondicional durante los treinta años de su mandato. Uno de los cuarenta dictadorzuelos que aún gobiernan en el mundo se fue, pero su salida abre un difícil camino para la transición democrática que los egipcios desean y que algunos en Occidente temen.

El cambio inició en las calles de Egipto, y sí en el mundo virtual de las redes sociales, pero ahora se encuentra confinado en las paredes de los cuarteles militares. Egipto no ha tenido un solo líder civil desde 1952 -el mismo Mubarak salió de las Fuerzas Armadas- y ahora el Ejército es el que tiene en sus manos el destino de ese país.

En efecto, los militares han sido los garantes del orden institucional desde la década de los cincuenta. Como bien apunta el politólogo Ellis Goldberg, en un artículo publicado en la revista Foreign Affairs, los militares controlan hasta un 20 por ciento de la economía egipcia en una serie de empresas paraestatales que son fundamentales para el país. En el ejército egipcio, con poco más de 800 mil efectivos, se encuentra hoy el llamado a reformar la Constitución egipcia y a llamar a elecciones parlamentarias y presidenciales para antes de que termine el año. En los generales, ascendidos por el mismo Mubarak, recae el futuro de una transición que no sea simulada o de que no haya un cambio irreversible, como dijo el presidente Barack Obama en su discurso de ayer.

¿Cuál es el escenario siguiente? Los egipcios deberán de entrada decidir si continúan con un sistema presidencial o si éste cambia a uno parlamentario. Lo que buscan los egipcios de entrada es impedir el ascenso al poder de un clon de Mubarak. Por ello, Mohammed ElBaradei, el Premio Nobel de la Paz que se ha convertido en un líder de la oposición, ha planteado una ruta de la transición en la que se elija a un consejo de tres presidentes -uno que represente a las Fuerzas Armadas y dos civiles- en lo que se llama a una Asamblea Constituyente y se decide reformar el sistema político.

En el aire rondan muchas preguntas. De entrada cómo podrán los militares renunciar a sus cuotas de poder, a los espacios de control que guardan desde hace cinco décadas y a qué líder civil verían con buenos ojos para que no les quiten los privilegios de los que gozan. En esta cuestión, Estados Unidos, que proporciona ayuda por el orden de los mil 300 millones de dólares anuales al Ejército egipcio, funcionará como un último supervisor, pero la negociación final pasa por hablar con los generales.

Una segunda pregunta, y que ronda en la mente de algunos políticos occidentales, es cuál será el papel que desempeñará la llamada Hermandad musulmana, un grupo político-religioso de presión, en la transición egipcia. Lo que menos desean estadounidenses y europeos es repetir lo que sucedió en 1979 con la salida del Sha de Irán del poder: la instauración de un régimen teocrático, controlado por líderes religiosos en Egipto.

Una tercera interrogante es ¿qué sucederá con los países vecinos? No sólo cómo se redistribuirá el balance de poder en el Oriente Medio -Egipto, Irán y Arabia Saudita son en efecto los tres países clave en la región- sino cuál será el futuro de los demás regímenes autoritarios de África y el Asia Central. Lo que empezó en las calles de Irán, en 2009, pero que Ahmadinejad logró contener, y que se repitió en las calles de Túnez, Egipto y ahora Argel y Yemen, podría expandirse como bola de nieve a Sudán, Zimbabue y demás países africanos donde la corrupción, la pobreza y el autoritarismo político siguen siendo la norma.

Al final, de Túnez y Egipto sale un poderoso mensaje: en la generación del Twitter y Facebook, los costos de la represión y la exclusión se encarecen para los líderes autoritarios como Mubarak que mantienen los sistemas políticos de sus países cerrados, que se sirven de los fondos píublicos para alimentar burocracias leales y que mantienen sus economías cerradas al exterior. Los Castro en Cuba; Hu Jintao y el Partido Comunista en China; Kim Jong II en Corea del Norte y Ahmadinejad y los Ayatolas en Irán tienen los ojos bien abiertos al Salam (adiós) de Mubarak.

Politólogo e Internacionalista

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