La renuncia del embajador de Estados Unidos en México, Carlos Pascual, empujada por el presidente Felipe Calderón, sorprendió a todo mundo, incluyendo a los partidos de izquierda que todavía no acaban de entender lo sucedido.
La costumbre ha sido que Estados Unidos meta sus narices e influya en la designación de candidatos presidenciales y en la remoción de miembros del gabinete e incluso de gobernadores.
Pero que un mandatario mexicano "truene" contra el embajador norteamericano y que sus críticas provocaran su caída es algo inusitado, al menos en la historia reciente. Obviamente algún costo tendrá para México como veremos más adelante.
En los últimos tiempos, México ha recibido a embajadores de Estados Unidos con perfiles muy disímbolos. Desde diplomáticos duros como el exactor John Gavin y el ex director de la CIA, John Negroponte, hasta amigables y expertos como Jeffrey Davidow.
Sin olvidar a algunos que han pasado sin dejar huella como Tony Garza, aunque su estancia por México no fue en vano ya que terminó bien casado con una acaudalada empresaria.
Carlos Pascual, quien nació en Cuba en 1959 y emigró a Estados Unidos tres años después, apenas comenzaba a conocer las intrincadas relaciones entre México y los Estados Unidos.
A pesar de haber trabajado más de veinte años en el Departamento de Estado, sus conocimientos sobre México y su idiosincrasia eran mínimos. Su especialidad son los países de Europa del Este como Rusia y especialmente Ucrania en donde fue embajador del año 2000 a 2003.
Por ello se explica su desatino en criticar, aunque sea de manera secreta, al ejército mexicano y al presidente en funciones como se reveló en los ya famosos informes de WikiLeaks.
Pascual comentó en uno de sus reportes a la secretaria de Estado, Hillary Clinton, que "el Ejército (mexicano) era lento, mal preparado y que tenía aversión al riesgo". Dijo también que no existía coordinación entre las secretarías de la Defensa Nacional y la Marina en la lucha contra el narcotráfico.
Todavía más, Pascual contó a su jefa en Washington que los precandidatos del PAN a la Presidencia de México eran "grises" y que el PRI se apuntaba como el más seguro ganador para la contienda de 2012.
Para rematar, en otro cable difundido por WikiLeaks, el diplomático sostuvo que el presidente Calderón estaba "abrumado e inseguro acerca de qué ruta seguir para aterrizar sus proyectos políticos".
Por lo anterior resulta explicable la reacción de Calderón y su exabrupto ante dos medios de comunicación -El Universal de México y el Washington Post-y su posterior queja ante el presidente Barack Obama en su reciente visita a la Casa Blanca.
Nadie le dijo a Pascual que en México, a pesar de los avances democráticos y sociales, ningún extranjero puede criticar al Presidente, al Ejército y a la Iglesia. Son valores entendidos.
Lo sorprendente fue que la renuncia de Pascual se concretó a escasos días de la cumbre entre los presidentes, en pocas palabras la respuesta al presidente Calderón fue casi inmediata lo cual habla bien de la señora Clinton y del propio Obama.
Ahora tendremos que estar pendientes sobre el costo de esta renuncia. México pierde, con la salida de Pascual, a un interlocutor cercano a los altos mandos norteamericanos. Su sucesor podría ser un diplomático burócrata que poco o nada aporte a la compleja relación binacional.
Es probable además que Estados Unidos haya obtenido por parte de Calderón algunos compromisos políticos y económicos que pronto conoceremos. Se menciona con insistencia la autorización para que agentes norteamericanos puedan portar armas y sin olvidar las eternas ambiciones de Washington por asegurar el suministro de gas y petróleo baratos de México.
Lo cierto es que las filtraciones de WikiLeaks cobraron en México su primera víctima y afectaron todavía más las relaciones tensas, frágiles y por demás complicadas que se tienen con los Estados Unidos.
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