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Si ves algo...

JUAN VILLORO

 L Os trenes y el Metro de Nueva York son vigilados por comandos con los uniformes color arena que conocemos desde la ocupación de Irak. Mientras tanto, los altavoces invitan a informar sobre cualquier anomalía. Una mochila olvidada en un rincón puede contener una bomba: "If you see something, say something".

Este lema de seguridad también puede ser el del cronista. Toda historia tiene una pulsión paranoica: narramos porque creemos advertir "algo más". En un cuento o una crónica, la mirada sólo se detiene en una mochila si adentro hay algo inquietante.

Nueva York vive pendiente de los signos que pueden alterar la realidad. Al recién llegado le cuesta trabajo acostumbrarse a un clima de atención acrecentada que la población local sobrelleva mejor, tal vez acostumbrada a no encontrar nada más espontáneo que las reglas. Conocer las posibles transgresiones casi constituye un deporte. En el Metro un letrero ofrece: "Si quiere saber más de infracciones marque el número." Pero estar al tanto de un delito no basta; hay que saber cuál es el castigo. Un amigo argentino, que fue taxista durante tres años en Buenos Aires, presentó su examen de manejo en Nueva York. Reprobó en el primer intento porque desconocía los montos de las multas. Se había preparado para evitar errores, no para castigarlos. Entendió que conocer el precio de la infracción hace que la normatividad se vuelva subcutánea.

Quienes venimos de México, donde la única legislación inquebrantable es la que afecta a los fumadores, imaginamos la desconocida legalidad como una forma de la protección. Las leyes de Estados Unidos son percibidas como restricciones para quienes no han vivido con tantas instrucciones de uso.

En el fin de la violencia, Wim Wenders plantea una utopía de la protección basada en el video. Si sabemos que nuestros actos son registrados, inhibimos la conducta. El Metro de Nueva York apuesta por la misma lógica e informa del número de cámaras que siguen a los viajeros. El dato se ofrece como un beneficio ("esta estadística refuerza tu seguridad"); de manera implícita, también comunica al usuario que está siendo vigilado.

La consigna "Si ves algo, di algo" transforma la protección en un asunto de responsabilidad colectiva. No parece inducir a la delación de personas porque pone el acento en "algo" raro (una maleta perdida) no en "alguien" raro.

En forma paralela, las redes sociales transmiten comentarios sobre las horrendas cosas que, presuntamente, unos cibernautas saben de otros. El tema de la difamación en red se ha vuelto tan urgente que el pasado 20 de septiembre ocupó un sitio insólito: la portada del New York Times.

Las áreas rurales han mostrado especial interés en conectarse a la red. Condenadas al aislamiento, encontraron en los foros digitales una nueva sociabilidad. Hyden, Kentuky, tiene 365 habitantes. En la misma tarde, 107 personas del pueblo coincidieron en un chat.

"Pueblo chico, infierno grande", dice el dicho. No es extraño que las habladurías prosperen en lugares donde los sucesos son infrecuentes y donde todos se conocen. Los adioses, de Juan Carlos Onetti, muestra en forma maestra el papel corrosivo de la maledicencia en una pequeña comunidad. Lo que se atribuye a los demás acaba por definirlos.

Una de las actividades más comunes en Internet es la de calumniar al prójimo en forma anónima. En las macrópolis los ultrajes se difuminan en forma similar a la basura: nunca acaban de ser limpiados, pero se van descomponiendo. En los pueblos, el "qué dirán" determina la vida real.

De acuerdo con el reportaje del New York Times, escrito por A. G. Sulzberger, Internet destruyó el apacible pueblo de Mountain Grove, Montana, de cinco mil habitantes.

La red ha traído un novedoso desafío urbano: la sensación de hacinamiento depende menos de la falta de espacio que del exceso de comentarios. En una localidad moderna, las nociones de "densidad" y "saturación" no derivan de la extensión del territorio sino de la información que ahí circula.

Sulzberger menciona los divorcios, los trabajos que se pierden, los deseos que la gente tiene de abandonar un pueblo como Mountain Grove, donde el 80% de los habitantes entran al mismo vertedero de chismes de Internet.

Numerosos ataques han llegado por Topix, red social aún más vulnerable que Facebook. Sulzberger entrevistó a Chris Tolles, directivo de Topix, y escuchó una elocuente respuesta sobre la economía de la maledicencia: los sitios web que publican comentarios negativos son los más visitados. El cibernauta espera lo peor.

"Si ves algo, di algo", el lema de seguridad contribuye al estado de alerta de Nueva York. La percepción es una forma de la vigilancia. ¿Hay una conexión entre el prestigio social de la denuncia y la difamación en red? ¿La calumnia es más verosímil en un clima de sospecha? Resulta imposible establecer un vínculo inmediato. Lo cierto es que el New York Times habla de familias que se mudan de los pueblos envenenados por la ponzoña. Mientras unos hacen las maletas, otros temen encontrarlas.

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