Silencio e intercambio
Posiblemente en el encuentro con la visión cultural de Oriente podamos aprender algo útil para nosotros los occidentales, especialmente cuando de comunicación interpersonal se trata.
No es posible ‘no comunicar’. Aun cuando no decimos nada estamos comunicando. Nuestro silencio siempre simboliza algo. Pero la actitud frente al mutismo no es la misma en todas las culturas.
Creemos que es preciso decir algo aunque no se tenga nada para decir. Nuestra postura cotidiana es que ‘hablar es siempre mejor que quedarse callado’. En Oriente las personas opinan que como el silencio tiene un significado hay que respetarlo y no exigir un mensaje inmediato. Para los orientales, hay ocasiones en las cuales es preferible el silencio a las palabras.
Para nosotros algo (un mensaje) siempre es mejor que nada (un silencio). Esperar silenciosamente no forma parte de nuestra manera de comunicarnos. Para un oriental, en cambio, esa nada puede convertirse en algo... si se espera pacientemente.
Esta sutil diferencia determina una actitud completamente distinta hacia la comunicación. Cuando no tiene algo para decir, un oriental no habla, espera. Se queda callado porque confía en que aquello que aún no percibe se manifestará más tarde. Cree que si tiene paciencia lo que todavía no escucha, aparecerá.
Dicha visión surge de una diferencia cultural profunda: para un occidental el mundo es controlable en tanto se perciba (en este caso, un mensaje que se escuche). Tal postura nos lleva a ser más intolerantes frente al silencio y a creer que nuestras palabras nos permiten influir en los demás. Por su lado, un oriental piensa que gran parte de la realidad no puede ser controlada, se perciba o no. Para su cultura, hablar no garantiza el control de una situación. Esta creencia hace que se valore mucho más el silencio.
Cuando alguien tiene un problema, en nuestro afán de ayudarlo nos acercamos y le preguntamos: “¿Qué te pasa? ¿Tienes alguna dificultad?, ¿deseas hablar de ello? ¿Por qué no me cuentas?”. Lo primero que buscamos es saber cuál es el conflicto, definirlo claramente. Es decir, romper el silencio y recibir un mensaje. Sin embargo los orientales no comunican sus opiniones y emociones a cualquier persona, porque creen que no es apropiado expresar el verdadero interior públicamente: sólo lo hacen frente a la familia o amigos íntimos. Por tanto, establecen una diferencia entre las verdaderas opiniones y sentimientos de las opiniones y sentimientos pretendidos. Esta es una ética muy arraigada en su cultura.
Si aplicáramos nuestro método inquisitivo con un oriental, no obtendríamos respuesta alguna; pretenderíamos escuchar ‘algo’, para terminar recibiendo ‘nada’. Incomodamos con preguntas ansiosas que demandan respuestas urgentes. El apremio por un mensaje no respeta los tiempos y silencios del interlocutor. Nuestro estilo de comunicación puede resultar demasiado exigente para un oriental... y para muchos de nosotros también.
Cuando un oriental desea ayudar a alguien a resolver un problema, utiliza un enfoque distinto: mientras más seria es la situación, menos interviene. No habla de cosas relacionadas directamente con el problema, sino que espera hasta que la otra persona comience a hablar voluntariamente.
Permanecer en silencio no es pérdida de tiempo, permite identificar las reacciones emocionales de nuestro interlocutor. Es decir, a través de una concesión en el diálogo se obtiene un mensaje mucho más real e importante.
Mientras más respeto tengamos hacia el silencio -y mayor tiempo concedamos a la otra persona-, más profundo y valioso resultará su mensaje. Tener paciencia ante el mutismo es una poderosa enseñanza que nos da la cultura oriental y que podemos aplicar en todas nuestras comunicaciones; el silencio es una forma de decir algo con más tino y respeto. Y necesariamente debe ser un silencio que muestre interés por el otro, con una actitud positiva e incondicional, para que sea constructivo.
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