Simić, un poeta de la calle
Exiliado de la Segunda Guerra Mundial, Charles Simić encontró en las calles de Estados Unidos el escenario propicio para desarrollar una fructífera carrera literaria que le ha merecido importantísimos premios. La amplia obra del poeta minimalista (poco traducido ale español) cada vez atrae más la atención internacional.
Todavía estoy sorprendido por toda la vileza y la estupidez que he visto en mi vida. Charles Simic
Dušan Simić, conocido a nivel internacional como Charles Simić, nació el 9 de mayo de 1938 en Belgrado, entonces parte de Yugoslavia. Sin embargo su carrera literaria la ha desarrollado en Estados Unidos, país al que emigró a los 16 años huyendo de los vestigios de la Segunda Guerra Mundial.
Las imágenes de la Europa desvastada por el conflicto bélico permearon profundamente su creación literaria. Para muestra, un botón: La tierra temblando, al paso de la muerte... / un pequeño perro blanco corrió hacia la calzada / y se enredó entre los pies de los soldados. / Una patada lo hizo volar como si tuviera alas. / Eso es lo que sigo viendo: / la caída de la noche. Un perro con alas.
Fue también en el ambiente bélico donde aprendió inglés leyendo revistas estadounidenses; también descubrió el jazz, pues lo escuchaba en la radio junto a su madre. Pero a pesar de haber crecido en medio de la guerra, Simić afirma en su libro de memorias Una mosca en la sopa (2010), que tuvo una grata infancia: Era completamente feliz. Mis amigos y yo teníamos muchas cosas que hacer durante el día y tiempo de sobra para hacerlas. No había colegio y nuestros padres estaban ocupados o sencillamente no estaban. Vagábamos por el barrio, trepábamos por las ruinas y supervisábamos el trabajo de los rusos y de nuestros partisanos. Todavía quedaba algún francotirador alemán aquí y allá. Cuando oíamos disparos echábamos a correr. Había equipamiento militar por todas partes. Las pistolas habían desaparecido, pero quedaban otras cosas. Me hice con un casco alemán. Llevaba cartucheras vacías. Tenía una bayoneta.
El conflicto militar obligó a Charles y a su madre a abandonar Belgrado, mientras que su padre estaba en un campo para deportados en Italia. La influencia grande, grande, en mi vida, fue nacer en Yugoslavia en 1938. Y luego en 1941 comenzó la guerra y estuve ahí [...] y luego bajo el comunismo en los años posteriores [...]. Los años de la guerra en Yugoslavia fueron infierno puro, declaró en cierta ocasión a un periódico norteamericano.
Tras dejar su terruño, el joven Simić vivió en Francia y declamaba en voz alta los textos de los ‘poetas malditos’ Rimbaud y Baudelaire. La emoción que le provocaba la poesía lo hacía llorar, hecho que generaba risas entre sus compañeros de clase.
Su estancia en la nación gala no fue fácil ya que él y su madre vivían en precarias habitaciones de hotel, y constantemente debían hacer largas filas para renovar su permiso mientras esperaban un visado americano que les permitiera viajar a Estados Unidos. Finalmente, los Simić se reunieron con la cabeza de la familia en Norteamérica y juntos se instalaron en Chicago.
LAS LETRAS COMO PATRIA
Sin duda el arte era el destino para este exiliado, si bien no siempre quiso dedicarse a las letras; por su cabeza también cruzó la posibilidad de convertirse en pintor. “Empecé a escribir en la escuela secundaria y luego conocí a personas que eran escritores y poetas. Solíamos hablar de poesía, leer poesía. Comencé a publicar mis primeros poemas en 1959 en Chicago Review, una revista muy buena”.
En 1967 publicó su primer libro, What the Grass Says, a la par que comenzó a realizar traducciones de poetas yugoslavos. No obstante, fue hasta la década de los setenta que el nombre de Simić cobró notoriedad, lo cual ocasionó que el propio autor se tomara más en serio su carrera. Al respecto ha comentado: “La primera vez que me di cuenta de que mi poesía significaba algo fue en 1970. Vivía en Nueva York. Trabajaba en una revista de fotografía. Comencé a recibir cartas de colegios y universidades preguntándome si iría a enseñar redacción creativa y literatura. Había planificado pasar el resto de mi vida en la ciudad de Nueva York laborando en cosas diferentes, pero ante mi sorpresa las ofertas siguieron llegando”.
Paralelo a su carrera docente, Simić continuó escribiendo y publicando, mostrando en cada volumen su calidad y versatilidad, pues lo mismo escribía de situaciones realistas y descarnadas que de temas oníricos. Poco a poco se hizo evidente que la literatura norteamericana había salido ganando con la llegada de este serbio, y lectores e instituciones por igual retribuyeron sus magníficos libros con importantes reconocimientos como el premio Pulitzer (en 1990) y el nombramiento de U. S. Poet Laureate (poeta oficial del país).
LA CRÍTICA LITERARIA
Algunos críticos han calificado su obra como minimalista, por encontrarla concisa y rica en imágenes. Los personajes preferidos en sus textos son personas sin hogar, empresarios de pompas fúnebres, peluqueros y profetas del fin del mundo, así como los cerdos y las cucarachas. Para Simić “un poeta no tiene realmente una personalidad propia. Tiene muchas identidades. Escribe sobre un cenicero y se convierte en cenicero. Puede transformarse también en un lucero o en dos amantes”.
Más que una sola influencia, en su libro de memorias el nativo de los Balcanes reconoce que el mayor aprendizaje lo obtuvo fuera de las aulas: Mis mejores maestros, tanto en arte como en literatura, fueron las calles por las que vagué. No sería demasiado exagerado afirmar que no soltaba los libros ni para mear. Leía hasta quedarme dormido y seguí leyendo cuando me despertaba. Leía en el trabajo, con el libro escondido entre los papeles de la mesa o en un cajón entreabierto. Leía de todo, desde Platón a Mickey Spillane. Creo que me enterrarán con un libro en la mano. Puede que el más apropiado sea El libro tibetano de los muertos, pero preferiría cualquier manual de sexualidad o los poemas de Emily Dickinson.
Su notable afición a deambular a lo largo y ancho de las ciudades es destacada por quienes analizan el legado de Simić. El escritor Hans Magnus Enzensberger, quien tradujo al alemán los textos del serbio, describe su obra como “ahogada más y más por la vida diaria estadounidense, la tristeza y la gloria de la calle”.
Sobre la trascendencia que tiene la creación de Simić, el crítico español Martín López-Vega afirmó: “Es muy posible que no haya en la poesía norteamericana de hoy, a excepción de John Ashbery [...], poeta más relevante que Charles Simić”.
Simić tiene arriba de 40 libros publicados, aunque por desgracia no ha sido muy traducido al español. Entre los pocos volúmenes que se consiguen en la lengua de Cervantes están El mundo no se acaba y otros poemas (1989) y Desmontando el silencio (1971).
Sin duda, Chales Simić es un autor que vale la pena leer. Su existencia ha sido por demás excitante y como afirma el diario español El País, en el mundo ha habido pocas vidas tan particulares como la suya y tan divertida, disparatada e inteligentemente contadas.
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