Sin fronteras para el hogar
Motivos para cambiar la ciudad o país de residencia hay muchos; pero más allá de ellos, la mudanza trae consigo transiciones que es importante contemplar a la hora de tomar la decisión, de manera que la experiencia resulte en algo positivo, independientemente de las expectativas.
Las razones para mudarse a una ciudad o nación distinta a la que ha sido siempre el hogar pueden ser muy diversas: estudios, trabajo, matrimonio, o el mero deseo de integrarse a otro entorno y/o cultura. En el caso de los mexicanos, la complicada situación del país también ha traído consigo que algunas personas emigren de manera temporal o definitiva, ya sea en el mismo país o lejos del mismo. No obstante, es una realidad que siempre han existido ‘almas aventureras’ cuyo deseo es habitar y recorrer otras tierras, dentro o fuera de México, no por nada es común encontrar compatriotas en casi cualquier sitio en el mundo que se visita.
Radicar en un nuevo lugar no es lo más sencillo, pues requiere de un ineludible proceso de adaptación a un totalmente desconocido entorno (y todo lo que ello implica). Sin embargo, una actitud asertiva podrá hacer de la vivencia algo verdaderamente fructífero.
Es de esperarse que a mayor distancia geográfica entre el origen y el destino, sean más notables los contrastes, pues no es igual trasladarse en el interior del mismo país (donde la cultura es la misma al menos en términos generales) que al exterior de éste. Lo que es un hecho es que ambas situaciones generarán una descomunal información y experiencias en la vida de quien se muda; una vida que de una u otra manera se transformará.
BOLETO HACIA LO DISTINTO
Cada vez es más común que jóvenes y adultos decidan emprender la aventura de estudiar y trabajar lejos de México. Esto les da una enorme posibilidad de abrir los ojos ante nuevas realidades, de adentrarse en otras culturas.
Como se mencionó, el ‘transplante’ de una nación a otra requiere que el individuo se adapte a condiciones muy disímiles a lo que conoce en todos los ámbitos, desde lo climático hasta lo económico. La socialización también habrá de ser distinta, ya que las pautas de conducta y comportamiento varían radicalmente de un lugar a otro.
Para algunos esto puede resultar difícil en un principio, aunque en el caso de los jóvenes la enorme plasticidad y adaptabilidad que les concede la edad les permite superar el proceso de aquello que técnicamente definimos como shock cultural. Lo mismo sucede con quienes han tenido el hábito de viajar, pues de cierta forma su mente es asidua al cambio y la diversidad.
SIN FECHA DE REGRESO
La vivencia de instalarse en otro país suele ser más fácil de asimilar cuando el cambio de hogar será temporal y la persona no se ve orillada a vender sus bienes. En ese caso tiene la certeza de que a su regreso de inmediato se reinsertará en el ambiente que ya conoce sin que le cause problema alguno.
En contraparte tenemos que en la actualidad numerosos individuos (con o sin familia) reubican su residencia permanente con más frecuencia que antes. Y al igual, hoy día es habitual ver que quien desempeña un puesto clave en una gran empresa sea enviado a laborar a otra ciudad o país, lo cual hace necesario que en caso de tener familia ésta se mude con él. En esos casos, la experiencia podría ser más compleja para los hijos, quienes requerirán amoldarse al entorno escolar, hacer nuevos amigos, adecuarse a las normas sociales que prevalezcan en el lugar. En países de lengua distinta tendrán que aprender a hablar, leer y escribir en un idioma diferente. Aun así, como se ha dicho a menor edad hay una mayor capacidad de adaptación.
En el caso de los adultos, enrolarse en actividades como cursos, prácticas deportivas, o bien acercarse a alguna organización social, sin duda facilitará el proceso adaptativo.
ANIMALES DE COSTUMBRES
Si bien es cierto que la especie humana es la más adaptable del planeta, ello no significa que por fuerza todos los individuos puedan acostumbrarse rápidamente a vivir en condiciones que les resultan muy contrastantes en relación a las de su sitio de origen.
Pasar por una serie de etapas que van de la fascinación y el interés excitante a la toma de conciencia de la nueva realidad y condición de vida, y con ello al despertar del encanto, suele ser un ciclo natural. Luego vendrá la identificación de las coincidencias y disparidades que existen entre lo conocido y lo nuevo.
A lo primero que precisarán habituarse será al clima y a las variantes que suelen existir en el cambio de las estaciones, mismas que en algunas regiones geográficas llegan a ser muy marcadas. Posteriormente vendrá la adaptación geográfica, pues resulta básico estudiar la ubicación del nuevo hogar y los principales sitios a los que habrá que acudir. Conocer calles y avenidas principales, las mejores vías de acceso, servicios de transporte, etcétera. La adecuación a los hábitos alimentarios es fundamental, ya que no todo el orbe tiene idénticos horarios para comer y por supuesto la variación del menú puede ser incalculable.
Un gran reto a vencer será el aprendizaje de las normas sociales y de etiqueta. Y finalmente será necesarísimo dominar el idioma local. En numerosas naciones, los nuevos pobladores requieren cultivarse incluso en la lengua vernácula o las variantes dialectales que se hablan en la región concreta del país al que llegan.
MÁS QUE UN RETO
Cuando las personas se desplazan movidas por desesperación o un mero impulso, no hacen una justa valoración de los costos que eso les representará, de ahí que a los pocos meses de haberse ido decidan emprender el regreso a casa.
Mudarse ‘a ojos cerrados’ significa en no pocas ocasiones aceptar un empleo de menor rango al que se tenía en el sitio de origen. Hay que tomar en cuenta además que con frecuencia los costos de vida son más altos (sobre todo en el extranjero).
A la luz de lo anterior resulta fundamental que antes de ‘quemar las naves’ se diseñe un plan a seguir, que incluya por ejemplo la certeza de que en el destino elegido hay la garantía de un empleo que permita vivir con decoro y dignidad. Igualmente, es vital asumir que el traslado traerá consigo inevitables y grandes cambios, y que habrá que dejar atrás a familiares, amigos y demás seres queridos.
Pero por encima de todo lo anterior es fundamental que quien ha emigrado o piensa hacerlo, mantenga siempre una actitud receptiva de apertura a lo nuevo, y dé claridad a los objetivos que pretende alcanzar y los retos a los que habrá de enfrentarse para lograr las metas que persigue.
Renunciar a la zona de confort que concede vivir ‘para siempre’ en el lugar de origen requiere sin duda de un esfuerzo extraordinario y de una fuerza especial para desprenderse de todo lo que habrá que dejar atrás. La recompensa vendrá con la experiencia misma, la ampliación de horizontes no sólo físicos sino emocionales, intelectuales y culturales, y la seguridad de que una vez conquistado el territorio ajeno, éste podrá ser llamado ‘hogar’ con profunda satisfacción.
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