Foto: RAMÓN SOTOMAYOR
Apenas el semáforo prende en rojo y surgen entre los vehículos que se detienen. Son los trabajadores de la industria del crucero: los conocidos franeleros, malabaristas, semilleros, tragafuego, vendedores de tazos, pollitos de juguete que pican una tabla, campechanas de Parras y pays caseros, también están los promotores de llantas, lecturas de Tarot, y hasta el joven, que con unos botes y un par de palos se transforma en el hombre orquesta.
La única opción
Poco antes de las 6:00 de la mañana, sobre el camellón central de la avenida Juárez y calle A. de Juambelz, Mario coloca una pequeña mesa sobre la que lleva una hielera. A oscuras y tolerando el intenso frío empieza a llenar vasos desechables con jugo de naranja, medio litro que ofrece a 14 pesos. Tiene dos años en esta labor.
Dos horas después, tres cuadras más adelante hacia el oriente por la misma avenida, José Antonio embolsa mandarinas.
Transcurrida la mañana, a bordo de una moto llega un hombre que pinta su rostro de blanco, rojo y amarillo, es el payaso que forma figuras con globos.
Los franeleros ya están en acción donde inicia el puente Diana Laura. Los semilleros y otros vendedores llegarán más tarde. Es el amanecer y un nuevo día de lucha para sobrevivir en las confluencias de mayor circulación de Torreón.
Mientras para algunos jóvenes con deseos de mostrar sus talentos el crucero se convierte en una pista del Cirque du Soleil, para otros -la gran mayoría- es la única opción.
Javier perdió su trabajo como cobrador hace años y después de buscar, sin éxito, entró en depresión.
"Me la pasaba dormido, soñando con que el día siguiente me llegaría la oportunidad deseada, no podía aceptar mi situación. Los días transcurrían y andaba prácticamente de limosnero con mis amigos, ya no sabía ni qué ofrecerles a cambio de que me prestaran dinero para pasar el día, qué empeñar o vender, malbaratando mis muebles, hasta que tuve contacto con un amigo que ya vendía semillas en crucero. 'Nadie me da nada y no le pido nada a nadie', me dijo. Así me decidí a ofrecer frutas en bolsa en las calles", relata.
Sencillez
Es domingo al mediodía y el joven Sinaí, armado con su violín, interpreta música que se conoce como Klezmer, de origen indú, en el crucero de la avenida Juárez y calle El Siglo de Torreón. "Me pongo dos o tres días a la semana, no tengo trabajo, pero me gusta vivir así. Dios te da lo que necesitas para ese día, es parte de la filosofía cristiana", explica.
Sinaí relata que en el 2006, durante un viaje a Chiapas, descubrió que le cancelaron sus tarjetas de crédito. La situación lo obligó a conseguir dinero de cualquier manera e hizo lo que sabía: en la plaza de San Cristóbal tocó su violín y los resultados fueron buenos, a tal grado que junto a su compañero de viaje, decidió seguir con la aventura por otras partes de México.
Recorrieron Veracruz, el D.F., Puerto Vallarta, Mazatlán, Durango. Hasta que llegó a Torreón, donde conoció a su esposa Gio, que a veces lo acompaña en el crucero.
El violinista cuenta que algunas personas lo insultan y han llegado hasta a escupirle. Sin embargo, su respuesta a las ofensas son las pequeñas tarjetas con mensajes bíblicos que entrega.
El discurso político es ignorado y hasta desconocido por todos ellos, a muchos hasta les molesta, pues consideran ofensivo a su dignidad el que se asegure que todo marcha bien en la generación de trabajo.
La realidad los obligó a buscar otras formas de sustento, su futuro es incierto y las probabilidades de mejorar su condición de vida son mínimas. La industria del crucero es el grito del desempleado.