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Socavar la democracia

RENÉ DELGADO

Entre el crimen organizado y la política desorganizada, el daño que se le está asestando al país no tiene límite. Si el primero tiene contra la pared al Estado de derecho, la segunda socava los cimientos de la democracia.

Si la actuación de la fracción parlamentaria del PRI en la Cámara de Diputados, bajo la supuesta coordinación de Francisco Rojas, respondió al afán de "asegurar" las posibilidades presidenciales de Enrique Peña, el resultado es impresionante: no perfila al mexiquense como un político con talla para ocupar la Presidencia de la República y sí, en cambio, vulnera la posibilidad de dar un paso en la dirección de consolidar la democracia.

La frustración de las reformas política, fiscal, militar y laboral, el virtual boicot al fortalecimiento del Instituto Federal de Acceso a la Información así como el impresionante retraso en la designación de los consejeros electorales perfilan al Revolucionario Institucional no como un partido en vías de recuperación del poder presidencial a partir del replanteamiento de su posición, sino como un partido ansioso por regresar a un pasado irrepetible: el de un presidencialismo autoritario al que le sobra o le estorba la ciudadanía, empeñado en rehabilitar el corporativismo.

La figura de Enrique Peña, diseñada por sus operadores en San Lázaro, es la de un ferviente creyente del viejo corporativismo y de la negociación bajo cuerda de intereses nacionales en beneficio de intereses particulares. Ése es, sin embargo, problema de Enrique Peña y su clan; el problema nacional es que, en la miopía de fortalecer una precandidatura, se perdió la oportunidad de consolidar la democracia justo cuando está en peligro.

El periodo ordinario legislativo que hoy concluye era, probablemente, la última oportunidad para consolidar la democracia a partir del ensanchamiento de la participación ciudadana y para ampliar el margen de maniobra del próximo gobierno a partir de la renovación de herramientas laborales, fiscales y militares. Esa oportunidad se echó al cesto basura. El crimen, de seguro, festeja la actuación.

A la reforma fiscal planteada por la fracción parlamentaria tricolor del Senado se contrapuso la reforma laboral, mal hecha, elaborada por la fracción parlamentaria tricolor de diputados. A la reforma política impulsada por la fracción parlamentaria tricolor del Senado, se respondió con la contrarreforma política impulsada por el peñismo en la fracción tricolor de diputados. Por lo visto, la mayoría parlamentaria del PRI en diputados tenía por único objeto parar a la minoría parlamentaria del PRI en senadores. ¡Increíble!

En medio de ellos, el calderonismo -si todavía existe- no supo qué hacer o, bien, sin querer, terminó por fortalecer al peñismo. Descalificó la reforma fiscal, se sumó a la embestida contra el fortalecimiento del acceso a la información y no hizo suya, siendo que contemplaba parte de sus postulados, la reforma política.

Felipe Calderón y Enrique Peña tienen un parecido mayor al que niegan.

Si desde el arranque del periodo ordinario se temía que la sucesión presidencial contaminara el quehacer legislativo y anulara la posibilidad de consolidar la democracia, reparar instrumentos de gobierno y replantear el marco jurídico de la seguridad, la compostura de la mayoría diputadil tricolor concretó el temor.

Ahora se irá al proceso electoral bajo la amenaza criminal y sin contar con leyes e instrumentos que reanimen la participación ciudadana. El peñismo sacó del arcón de los años dorados del priismo la idea de que la ciudadanía es un estorbo, un mueble útil sólo en la casilla electoral, porque la política es y debe ser patrimonio exclusivo del corporativismo de toda laya.

El estado mayor legislativo del peñismo en la Cámara de Diputados no causa asombro: Humberto Benítez, Emilio Chuayffet, Luis Videgaray (en su momento), Alfonso Navarrete, José Ramón Martel, Felipe Enríquez, César Augusto Santiago y, desde luego, Francisco Rojas, además de los empleados que contrataron en el Partido Verde, anticipaban lo que iba ocurrir. Un staff político, cubierto en la retaguardia, por los representantes de Elba Esther Gordillo, incluido desde luego Humberto Moreira que, según versiones no confirmadas, dirige al PRI.

Dicho, en breve, el salinismo, el magisterio, los representantes "populares" de las televisoras uniendo esfuerzos para impulsar ya no la candidatura, sino la Presidencia de Enrique Peña sobre la base de echar atrás las manecillas del reloj de la historia: no hay mejor futuro que el pasado tricolor.

En la miopía y la falta de perspectiva, el peñismo ni por asomo aprovechó la oportunidad de modernizar su visión de la política.

El hecho de que la fracción parlamentaria en el Senado, coordinada por Manlio Fabio Beltrones, quien desde luego tiene sus propias aspiraciones y ambiciones, pusiera sobre la base del debate parlamentario tres mitos intocables -generalizar con matices el Impuesto al Valor Agregado, proponer la reelección de legisladores y replantear el fuero militar- le daba una enorme oportunidad al priismo en su conjunto para reposicionarse frente al electorado. El peñismo no vio la oportunidad, sino el peligro y, entonces, volteó para atrás: no reforma fiscal, no reelección; sí candado de gobernabilidad; no acotamiento del fuero militar; sí militarización de la situación nacional.

Tan cuidadoso de su imagen mediática, Enrique Peña dejó que sus operadores desfiguraran su imagen política frente a grupos que también influyen y, al final, quedara mal frente a los fuertes intereses con los que quiere prolongar una supuesta luna de miel. La imagen del joven Peña se asemeja a la canción de Gabilondo Soler, El Grillito Cantor: "¡Toma el llavero, abuelita, / y enséñame tu ropero! / Prometo estarme quieto / y no tocar lo que saques tú".

Más allá de Enrique Peña y su desbocada carrera hacia a Los Pinos, lo grave es que ahora se vaya a una elección presidencial sin tener asegurado el proceso y sin darle garantías a los candidatos y a los electores como tampoco al próximo gobierno. Si el crimen tiene contra la pared al Estado de derecho y la política socava los cimientos de la democracia, el resultado es un peligro.

¡Qué daño le están provocando al país el crimen organizado y la política desorganizada!

En la obsesiva pero no objetiva revisión de la historia, donde quedó inserta su biografía, Carlos Salinas de Gortari sólo recuerda un error. Y niega que sea suyo.

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