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Soliloquio

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Adela Celorio

Alaba una cosa y te alabará. Maldícela y te maldecirá.

Emmet Fox

La cuesta de enero me cuesta. Enfrentar el año con frío, sin flores, y con montones de facturas por pagar, me cuesta. Después del frenesí de diciembre, hacer el forzoso aterrizaje en la vida real, me cuesta.

Siempre he pensado que el año debería empezar en febrero, que aunque loco, es más amistoso que enero y además queda cerca de la primavera. El panorama de un año que comienza en enero me pone el ánimo brumoso y mis pensamientos negativos se transforman en actitudes bruscas e impacientes, en palabras duras que como piedras, golpean y lastiman a quienes me rodean. Me duelen los hombros y el cuello por la tensión acumulada, y hasta mi Chona que es una perrita amistosa y platicadora ha dejado de hablarme y echada lejos de mí me mira desconfiada como preguntándose: “¿A ver a qué horas me patea esta pinche vieja?”.

Creo que ha llegado el momento de cambiar de canal, total creo que con la primera quincena de enero lo peor ya pasó. He vivido lo suficiente como para saber que la tranquilidad de espíritu depende de la materia prima que ocupa nuestros pensamientos; y por ahora los míos son obsesivos, circulares y necios. Estoy calcando la actitud que tanto odiaba en mi padre cuando decía convencido: “¡Dios! ¿Por qué me hiciste tan inteligente si me ibas a rodear de puro bruto?”. Rencorosa, enojada, abatida como estoy, lo más divertido que se me ocurre es canturrear para mí misma: “Nadie me quiere, todos me odian, mejor me como un gusanito”.

Pero vamos a ver, si nadie me quiere, ¿para qué me sirve ser inteligente y tener siempre la razón? ¡Eureka, ya lo sé! Me sirve para reconocer -sólo a veces- que soy una idiota, y para intentar no seguir a contrapelo con la vida. Estoy convencida de que tengo serias razones para ser infeliz pero prefiero apostar a las pocas que tengo para ser feliz. Por lo pronto, me doy... He aprendido que cuando una situación me rebasa debo rendirme, dejar de resistirme y apretando los dientes si es necesario; aceptar las cosas como son.

En cuanto permito que la vida fluya sin obstruir el cauce, cuando consigo aceptarla como es, se hace la luz y soy capaz de recibir la bondad y plenitud que me rodean, porque la aceptación es algo así como un prolongado suspiro del alma. Es como cerrar los ojos y rezar o incluso llorar en silencio, es como si el vapor de la lucha se saliera por fin de la olla a presión que es mi cabezota para que yo pueda ser capaz de decir: “Todo está bien como está. Esta es mi vida que de momento me aprieta, este es el saldo de mi cuenta corriente que también me aprieta y que por más que le explique que he dejado de cenar y no como nada de grasa, la estúpida báscula no entenderá mis razones y seguirá marcando el peso que le de la gana. Esto es lo que realmente está pasando en el momento presente... ¡Está bien!, es la vida real”. Por hoy abandono la lucha, dejo de maldecir y saco mis pensamientos a orear para que purificados por el aire y el sol, no sigan intoxicándome. Para propiciar el proceso de cambio saldré a dar una larga caminata porque está probado que no hay mal que la calle no cure; y dejaré que el proceso de cambio dé comienzo.

Les cuento todo esto porque no faltará alguien por ahí a quien el mes de enero le resulte cuesta arriba e igual que yo ande por ahí sintiéndose triste, solitario y desesperanzado. En esos casos, lo sé por experiencia, siempre es consolador saber que no estamos solos, que hay muchas personas en el mundo a quienes les cuesta arrancar el año y andan como yo, con el alma a tropezones. A ellos quizá les sirva saber que aceptar las cosas como son y permitir que la vida fluya por sus propios cauces, es lo que nos proponemos al decir: “Hágase Señor tu voluntad”.

Corroe-e: adelace2@prodigy.net.mx

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