El nuevo sistema de liguilla del futbol mexicano puede tener más de dos lecturas: es claro que los dueños de los equipos, junto con las televisoras involucradas, no están interesados en implementar un formato que impulse una mejor competencia o calidad en nuestro futbol; tampoco se intenta fomentar la justicia tan injusta que sufren los primeros lugares de la tabla una vez llegadas las finales. No. Aquí el único motor para tales reformas es el buen amigo Don Dinero, que tras la salida de Carlos Slim en sus múltiples patrocinios, ha generado alarma en las arcas monetarias de este futbol.
Se ganan con este cambio más partidos de liguilla (objetivo principal, pues mientras más juegos, más taquilla, más comerciales, más consumo, más todo...); de paso, aunque sin buscarlo, se cuida al líder de la competencia, tan mal acostumbrado a ser eliminado en la primera ronda o simplemente a no quedar campeón. Sabemos que el equipo que llega en primer lugar, con la presión en su calidad de favorito y enfrentándose a un rival ocho de la tabla con nada qué perder y todo por ganar, normalmente queda eliminado. Ahora un par de partidos malos no le costará el excelente torneo realizado al líder de la competencia, sino que tendrá cuatro partidos más para enderezar el camino y encaminarse, ahora sí, como amplio favorito para levantar el trofeo.
Los demás aspectos positivos, si los hay (o habrá), sólo los conoceremos sobre la marcha, pues quizá en un grupo queden sembrados Tigres, Monterrey, Santos y América, y se dan tan sendos y épicos agarrones que todos quedaremos agradecidos.
Pero de entrada, y tras debatir el tema con mis compañeros de televisión que son serios especialistas (bueno, ni tan serios ni tan especialistas) se pueden adelantar las siguientes desventajas: se pierde la emoción y el encanto que sólo tiene nuestro sistema de competencia que es el enfrentamiento a muerte súbita. Aunque la liguilla al final sea injusta y muy cuestionable, lo que es cierto es que al iniciar la fase final nos encontramos con grandes partidos, quizá no exquisitamente jugados, pero sí dejando en la cancha todo el esfuerzo, el alma y la dignidad deportiva por avanzar a la siguiente ronda.
Con el nuevo formato se corre el riesgo de que a dos fechas de terminar la ronda de liguilla ya se conozca al equipo que accede a la gran final y que los restantes partidos, muy numerosos, no tengan razón de ser: no importa si ganas o pierdes, no te sirve para la porcentual, no acumulas minutos, nada. Y ese sí que sería un serio golpe al espectáculo y a la economía de los estadios y las televisoras. Pero como dijo el gran Julio César: la suerte está echada.
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