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Solo y Sin Marca

Alejandro Rodríguez

Llegar a una final es meritorio, pero puede ser obra de la casualidad. Acceder a dos finales habla de seriedad en el trabajo. Obtener tres finales en cuatro torneos no puede ser accidente, ni rebote, ni regalo del destino: este dato contundente denota el esfuerzo diario, congruencia, trabajo, planeación y ambición con que Santos Laguna se ha desempeñado en los últimos años.

Incluso cuando las cosas se hacen bien, pueden salir situaciones mal. Preponderantes que ni la estadística ni el trabajo de oficina pueden controlar, como es el misterio de la conducta del ser humano: jugadores fallidos, cuerpos técnicos fallidos.

Santos llega herido a otra final. Digo herido porque perdió de forma dramática las dos anteriores disputadas. Una de las ventajas de la herida es que ésta genera experiencia y aprendizaje. Santos no puede encarar esta final como hizo ante Toluca ni ante Monterrey (sobre todo como hizo ante este último, prohibidísimo) sino con sabiduría, colmillo retorcido (el plantel lo tiene) y actitud triunfadora.

Benjamín Galindo debe ser el primer congruente desde la banca y no verse tentado a cambiar porque sí su once inicial: Oswaldo Sánchez es el alma y liderazgo del equipo. En mucho, gracias a él Santos está nuevamente en la final; César Ibáñez por izquierda demostró en un juego lo que tres futbolistas cotizados no han podido en todo el torneo. Baloy y Hoyos son los centrales, con el riesgo que ello implica, ni Rafa Figueroa ni Aarón Galindo han cumplido cuando se les ha requerido entrar al quite. Guty debe mejorar ostensiblemente; Juan Pablo Rodríguez está convertido en un maestro renacentista con sus trazos largos y exactos; Salinas es el motor y la gran revelación del plantel esta temporada; Christian Suárez encontró la puntería, se acordó que es un refuerzo y vive sus mejores días en el futbol mexicano (¿le habrán enseñado a patear Benjamín Galindo y Héctor Adomaitis? Eso parece...); si se pierde la magia de Ludueña, que sobre todo aparece en este tipo de partidos espectaculares, será por demás lamentable, de hecho el último campeonato de Santos fue con gol de la afilada Hacha, que siempre es peligroso; arriba: la velocidad (y casi nada más) de Darwin Quintero y el pedazo de jugador en que se ha convertido Oribe Peralta con su peso y contundencia en los momentos adversos.

Toda la suerte para Santos, que se ha convertido en un orgullo para su afición. El norte sigue demostrando que posee real calidad en muchos aspectos y desmitifica así las antiguas creencias de que sólo los capitalinos y las Chivas son los importantes. Tigres es un rival de mucho cuidado. Tuca sabe más por viejo que por diablo (que ambas cosas es) y a los amantes del futbol nos queda disfrutar de esta nuestra final.

Aleson2001@hotmail.com

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