En la colaboración anterior señalábamos que el problema del agua en La Laguna, particularmente lo referente a la contaminación con arsénico, tiene que verse con un enfoque de cuenca para comprender la complejidad en que se presenta. En ella mencionamos cómo la disponibilidad de este recurso se asocia con la salud de los ecosistemas, particularmente de los bosques templados de la Sierra Madre Occidental, donde se ubica la principal fuente de agua que utilizamos los laguneros.
Otro vértice de este asunto tenemos que asociarlo con los ecosistemas de pastizal que se ubican en la parte media de la cuenca de los ríos Nazas-Aguanaval, sobre todo la región conocida como Norte de Durango, cuyo deterioro ha sido registrado en estudios que realizó el INIFAP en 1987 (Fierro et al) y 1995 (Anaya y Barral), o los recientes de 2010 por la FAZ-UJED (Quiñones et al).
Estos ecosistemas forman parte de una extensa franja que atraviesa Norteamérica, en cuya porción mexicana se han utilizado para la ganadería extensiva de bovinos y agricultura de temporal desde hace más de cuatro siglos, cuando a través de ellas se realizó la colonización hispana; se ubican entre las elevaciones que conforman la sierra y las grandes extensiones desérticas, con relieves donde predominan lomeríos y llanos donde pastorea el ganado bovino y se siembra frijol, maíz y forrajes.
Históricamente, estos pastizales se han manejado con sistemas de libre pastoreo en los cuales no se regula la carga animal, cuyo aumento por encima de los coeficientes de agostadero, particularmente durante las últimas dos décadas por la apertura comercial con el vecino norteño, han acentuado los problemas de sobrepastoreo que deteriora la cubierta vegetal; hay sitios en los que ésta se ha medido y donde se han identificado suelos desnudos en más de un 50%. Esto se acentúa en algunos ejidos impactados por las reformas agrarias salinistas de fines del siglo XX, al permitir el parcelamiento de los predios ganaderos con la consecuente fragmentación del hábitat.
Los pastizales también realizan funciones o procesos ecológicos importantes, particularmente como retenedores de erosión del suelo, en la regulación de los escurrimientos superficiales y en la filtración del agua al subsuelo que alimenta los flujos subterráneos, además de otros como captura de CO2, conservación de biodiversidad (destacando como corredores de aves), etc., por lo que su deterioro también afecta los flujos superficiales y las filtraciones de agua precipitada en la parte alta donde se ubica el bosque, pero también la que llueve en esta parte media de la cuenca, en la que predominan dentro de la cubierta vegetal. Por ello, su conservación también favorece la disponibilidad de agua en la parte baja donde se concentra la mayor parte de la población de la cuenca.
Sin embargo, a pesar de su valor económico-social y ambiental, no han constituido una prioridad en la política oficial mediante la cual se les ponga la debida atención y, por consecuencia, existen escasas regulaciones en su uso o las establecidas no siempre se aplican, además de que se les destinan escasos recursos financieros orientados a su recuperación y conservación. Debido a la desatención histórica de los pastizales de las franjas de transición en el norte de México, son ecosistemas en riesgo de perderse por los procesos de deterioro a que están sujetos.
Por ello, la recuperación de estas áreas también debe considerar el diseño de políticas públicas acompañadas de recursos financieros destinados a protegerlas y conservarlas, como pretenden hacerlo la Comisión Nacional de Aéreas Naturales Protegidas y la Secretaría de Recursos Naturales y Medio Ambiente de Durango, quienes el año pasado promovieron la realización de un Estudio Previo Justificativo para ver la factibilidad de declarar como área natural protegida federal el polígono conocido como Cuchillas de la Zarca, en una superficie mayor a las cuatrocientas mil hectáreas.
Independientemente de que esto ocurra, lo cierto es que estas áreas requieren un cambio en los sistemas de manejo de los predios que convierta la ganadería ahí practicada una actividad sostenible, tarea en la que las oficinas gubernamentales deben incluir a las universidades y centros de investigación donde se haya generado información tecnológica que contribuya a ese manejo sostenible, para lo cual se requiere el establecimiento de un estrecho vínculo entre estas instituciones oficiales y educativas con los productores rurales de dichas áreas, mediante el cual se propicie la colaboración con ellos. La tarea de recuperación de los pastizales no es tan sencilla y, aunque no en la magnitud del bosque, sólo será posible en el mediano y largo plazo, pero también hay que hacerlo, o cuando menos ya iniciarlo.