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#SpanishRevolution

Relatos de andar y ver

ERNESTO RAMOS COBO

I.Hay la percepción de que lo postmoderno conduce a una opresión invisible, que la soledad del hombre es la del enterrado vivo, aun con las vitrinas abiertas, con toda la información, con todos los accesos: #SpanishRevolution. En las imágenes las plazas llenas del ciudadano de a pie, gritando desde la sed, soñando despiertos. Los vemos y nos reconocemos en algunos. Vemos que cae la lluvia gota a gota en sus caras, y, bajo esos faroles, su propia lucha es la libertad del rímel corrido. Se confirma eso de que en este parque humano la esperanza nunca muere, que los abyectos resurgen, que nunca todo podrá descarrilarse, que vale la pena seguir intentando trepar, o buscar ese árbol, salir a la intemperie, ver el sol, rescatar los recuerdos.

Creo que ese árbol grueso y nutrido crecía en el centro de un valle -cerrando los ojos lo alcanzo a ver.

En su interior tenía nidos negruzcos, parecidos a plumajes negros, como nube cargada de sacos de tierra que no caen. Solitario y centenario, resistía los vientos que barrían el valle. Había un muro de piedras que dividía dos predios, y al que se le veía venir bordeando, colina abajo, hasta rematar en la intemperie de sus raíces, trenzadas por el paso del tiempo. Me gustaba equilibrarme sobre ellas. Parecían serpientes satisfechas.

Allí me quedaba, a sus pies, por días; añoraba treparlo para alcanzar los nidos. Pero algo me lo impedía, no podía, y desesperaba sin lograrlo, pateando el tronco, esperaba un tiempo, pasaban otros días, noches, cielos de luna. Mi espera asemejaba la del que acampa en el parque solitario del no sé qué. Hasta que, de tanto esperar, perdí los recuerdos, y la intemperie se borró sin darme cuenta. Quedó todo quieto entonces, adormilado, oscuro, y mi cuerpo solitario sin ni siquiera una linterna al hocico. Me recuerdo palpar la áspera madera para encontrar un borde, lo intentaba, sudaba, desesperaba. El calor que me rodeaba no sólo era de aire, sino de tierra misma resquebrajándose en terrones, un piso quebradizo seco sediento, y un altar de árbol que sube florido frente a mí, cargado de nidos negros.

Nada se movía, se desplazaba, se extendía. Yo esperaba algo, sin saber qué. Me sentía como un enterrado bajo tierra.

II.

Beatrix. ¡Oh Beatrix!

La maga de la liberación abrupta.

Horizontal y sudorosa en su camastro de enterrada viva. En la pantalla puedes oler su hedor líquido de linterna al hocico, mientras Morricone suena -incluso puedes oler su respiración detenida, la mano que se proyecta al ataúd como un chuchillo de sangre, y sus nudillos que resquebrajan primero la madera, después la tierra y la luz y la vida que de nuevo surge.

En la bastedad que encuentra en la superficie no hay nada, salvo el destino de seguir intentando por todos los siglos.

III.

De nuevo encuentro el árbol y una vez más intento treparlo -lo intuyo (busco), poniendo las manos en el tronco del pasado. Estático contemplo el tiempo detenido: soy pieza de sal bajo ese calor que insiste. Aguardo como entonces jugando, balanceándome, sobre las raíces de ese árbol destinado a no mostrarse. Hasta que la noche me alcanza con el cansancio del sueño.

Creo haber sentido que detrás de las montañas se asomaban relámpagos. Son líneas blancas que se acercan con golpe eléctrico y temblor de tierra. Son líneas blancas que golpean, crujen, incendian. Es un carbonizado rechinar que cae como puerta abierta a lo que la naturaleza reclama. Es la barda que se divide en dos. Son las raíces como los dedos tiesos de alguien que ha muerto. Es una cobija de hojas secas que cubre parte del valle. Son los nidos esparcidos donde han muerto los huevos chupados.

Recuerdo que al despertar seguí intentando. Sangraron mis nudillos bajo la sombra. El sol moviéndose a todo lo alto lentamente incandescente. Recuerdo que de nuevo me puse a contar los segundos, como en la infancia, equilibrándome arriba de esas serpientes gordas.

Ciudadalfabetos.com

@eramoscobo

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