"No sé qué secreto impulso me hace atrevida ni en qué grado convenga a mi pudor el abogar por mis pensamientos en presencia de tan augustas personas". Tampoco creo que sea conveniente empezar esta nota con el anterior fragmento de Shakespeare, pero estamos en verano y esta mañana me siento atrevida. Estoy imaginando que si el mes de agosto se porta como debe, todos los lectores estarán vacacionando y no habrá nadie para leer este periódico, pero obsesiva como soy, aquí me tienen escribiendo para nadie por lo que me permitiré dar rienda suelta a "mi loca de la casa" como llamaba Santa Teresa a la imaginación.
Como ya he dicho en otras ocasiones, a lo único que no he podido acostumbrarme es a mí misma, cada día soy más imprevisible y la verdad es que al menos de momento no se puede contar conmigo y mucho menos con mis ocho manos, que en condiciones normales sirven lo mismo para un planchado que para un barrido. Pues ahora nada, se han puesto en huelga. Resulta que justo en medio de la reciente crisis que nos organizamos -total, una más ya no importa- con la casa tirada, los muebles amontonados y una cuadrilla de albañiles golpeteando y horadando las paredes; a mí lo que el cuerpo me pide es echarme entre las plantas de menta y albahaca de mi pequeño invernadero que es el único lugar de la casa que mantiene la cordura. Ya sabemos que nada es para siempre y el arquitecto ha ofrecido terminar la obra en septiembre para que podamos retomar el desorden acostumbrado.
El problema es que en estos días en que mis manos serían de tanta utilidad, me siento incapacitada para cualquier cosa que no tenga que ver con los sueños, la poesía, la música. Reconozco el viejo síndrome de agosto. Creí haberlo superado, pero apareció de nuevo y aquí está con sus devastadores efectos. Mis neuronas se quedan en blanco, y desconectado de todo, mi cuerpo se torna perezoso y se niega a seguir el fastidioso ajetreo en que sucede mi domesticada vida.
Esta vez no pienso revelarme, me permito la languidez, y por mí que se caiga el mundo. Que los políticos griten, que sean ellos quienes se desgañiten en su afán de posesionarse de cualquier hueso; y pues ni modo, también la otra delincuencia, esa que ahora llaman organizada, seguirá muy activa; pero lo mío (y si hay alguien por ahí lo invito a que sea también lo suyo) es aflojar el paso, aquietarme, y panza arriba observar el tranquilo paseo de las nubes en el cielo. He decidido permitir que mi corazón retoce y la imaginación tome vuelo. Después de todo, hasta el año, recorrido ya la mitad de su camino, aprovecha este mes para echarse una siestecita antes de arrojarse por la inclinada pendiente de septiembre.
Estoy consciente de que además de mi polivalencia doméstica, mi trabajo es pensar, preocuparme, denunciar; pero de momento lo único que se me ocurre y haré este fin de semana, es viajar hasta un viñedo para danzar sobre las uvas maduras y beber el vino del estío.
Este verano dejaré que sean otros los que se agiten por los caminos del mundo. Que sigan ensuciando los mares con sus aceites bronceadores y su basura, que contaminen el aire con su gasolina quemada. Que se fatiguen arrastrando maletas en los aeropuertos, que agoten los paisajes con sus cámaras digitales y revienten sus tarjetas de crédito. Que compren recuerditos y manden tarjetas postales con saludos a la familia, y al regreso nos cuenten que su viaje fue maravilloso. Ojalá no sean tan imprudentes de invitarnos a una cenita para mostrarnos sus fotografías. Que el mundo ruede; yo no pienso moverme. Y que nadie venga a contarme que Javier Sicilia con especial ternura de hombre bueno besó en la mejilla a Capulina Beltrones porque ¡guácala! Pero ni modo, a veces hasta los poetas hacen cochinadas. Y que nadie venga a quejarse una vez más de que el Negrito Bailarín y su familia son corruptos porque eso ya no es noticia y porque por lo visto ya nadie los va a llamar a cuentas y además yo no estoy de humor para seguir oyendo tontejadas. Yo aquí, quietecita, lo más lejos que estoy dispuesta a moverme es a mi cocina para sacar del congelador una cremosa paleta Magnum cubierta de chocolate y almendras, y chupetearla echada junto a la Chona -la muy perrona- que en este caos en plena actividad, es la única que; agotada después de tres noches de juerga de las que reapareció misteriosamente con nuevo corte de pelo, perfumada y acompañada de una bolsa de croquetas; ahora comparte conmigo el síndrome de agosto.
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