Antes, cuando era el Partido de la Revolución omnipotente y su candidato seguro presidente, no dejaba de haber concesiones, pugnas y acomodos entre el jefe del Estado y las llamadas "fuerzas vivas". Todo -carteles, volantes, mantas- estaba listo para proclamar candidato del PNR a Aarón Sáenz en 1929. Joven militar obregonista, "capitán del ensueño", ministro de Relaciones Exteriores a los veinticinco años de edad, y luego de Industria y Comercio y de Educación Pública, sentado al lado de Obregón en el crimen de "La Bombilla", Sáenz era el candidato natural de la Revolución... y de Obregón, asesinado en 1928. Pero no lo era del "jefe máximo" Plutarco Elías Calles, que necesitaba un presidente tan dócil como Pascual Ortiz Rubio, traído de la embajada en Brasil para suplantar a Sáenz, obedecer a Calles y olvidar a Obregón.
Circunstancias tan dramáticas no volvieron a presentarse desde que el Ejecutivo, gracias a Lázaro Cárdenas, se estableció como tal, con el derecho no escrito de nombrar al sucesor. Y así fue, con algunos tropiezos. Como a Sáenz en 1928, todo, en 1950 indicaba que el sucesor de Miguel Alemán sería el Regente del D. F., Fernando Casas Alemán. Sorpresas nos da la vida: el candidato oficial fue el paisano de Alemán, Adolfo Ruiz Cortines. Viejo zorro, Ruiz Cortines presidente no reveló su baraja hasta el último momento. Gilberto Flores Muñoz, secretario de Agricultura, llegó sorprendido a Los Pinos cuando se reveló la candidatura de Adolfo López Mateos. "¿Qué pasó?" le preguntó al presidente Ruiz Cortines y éste, con su habitual parsimonia e ironía, le contestó: "Perdimos, Gilberto".
¿Y el país? Federico Reyes Heroles indica con certeza, que México es ya la décimo tercera potencia económica mundial. Ubicación geográfica, demográfica, urbanización, desarrollo humano, fuerza cultural, nos aseguran que seremos un país desarrollado. Pero llegaremos mal, por el bajo nivel de la calidad educativa, por la injusticia fiscal, por la persistencia de la pobreza.
La mitad de los mexicanos tiene treinta años o menos. La mitad de los mexicanos vive en grados de pobreza mayor o menor. No hay una clara oferta para ese número de ciudadanos jóvenes y pobres. Existe el peligro de que, a falta de una oferta clara, muchos jóvenes opten por el camino fácil: crimen, dinero, sexo y muerte temprana. La prioridad política, social y económica del presente inmediato es darles a esos millones de mexicanos jóvenes la oportunidad de construir a su país. No basta la oportunidad de trabajo del sector público: es normal, pero los tiempos no lo son. No basta la oferta del sector privado: es necesaria, pero es casi secreta, sin verdadera relevancia pública. No bastan ya los "chiqueadores" tradicionales del turismo, el petróleo y las remesas de trabajadores en los Estados Unidos. Los dolores de cabeza van a ser mayores: menos turismo, petróleo encadenado a ceremonias históricas, trabajo en los Estados Unidos limitado por la reacción conservadora y la recesión económica.
Pero México tiene mano de obra abundante e inutilizada. Falta la oferta organizada de un nuevo contrato social para el trabajo que nos falta hacer si queremos superar los obstáculos que justamente indica Reyes Heroles. Puertos, carreteras, renovación urbana, salud, educación: en todos los renglones necesitamos más y necesitamos mejor.
La opción es clara: o hacemos lo necesario o nos avasalla lo innecesario.
¿Quién o quiénes son capaces de atender la nueva agenda mexicana, la que trasciende las tibias ofertas de los partidos actuales?
En la era de nuestra aún frágil democracia los juegos sucesorios se han desplazado de la presidencia a los partidos. Desde luego, el presidente en funciones tiene sus preferencias, pero como Felipe Calderón ejerce un poder aplastante y desplazante sobre sus colaboradores, difícil es saber a quién preferiría. Por lo cual, fuera del gabinete, Santiago Creel puede declararse pre-candidato de su partido, el PAN, con un catorce por ciento de aprobación. Le han seguido numerosos candidatos (y una candidata, Josefina Vázquez Mota) que ahora cargan con el mismo fardo que, antes de llegar al poder, el PAN le endosó al PRI: diez años en el poder, una alternancia ganada, pero lista a perderse, vicios del PRI, presidencias que no han estado a la altura de los desafíos actuales o que han estrechado las agendas.
Desplazado del poder, el PRI tiene pocos --o muchos--precandidatos. Difícil saber hoy quién será, al cabo, el portaestandarte del antiguo PRI o el abanderado de un PRI remozado, más actual, menos ligado a los intereses creados de un ayer cada vez más remoto y sólo repetible en cabezas afiebradas.
Ansiosa del poder, la izquierda se ha pulverizado a sí misma con tensiones intestinas. Hay quienes, como en el viejo PRI del cual provienen, quisieran restaurar un pasado desaparecido, a golpe de retórica. Hay quienes en cambio, miran hacia delante y nos ofrecen una izquierda distinta de la derecha porque, al cabo, la izquierda admite problemas y soluciones que la derecha esquiva disfraza o ignora. Es la gran diferencia. Sólo que la izquierda sólo puede llegar al poder, sin que renuncie a su programa, convenciendo a ese México de Reyes Heroles de que la izquierda abarca las clases medias mexicanas que quieren cambios pero no violencias, soluciones y no retóricas, democracia y no demagogia. La derecha en el poder no ha podido satisfacer las demandas más amplias de la clase media en cuanto estas demandas son, también las de las clases populares.
Unir éstas y aquéllas sería lo propio de una izquierda-social demócrata, de un centro-izquierda que si bien nos va, suscitará la respuesta de un centro-derecha moderno. Pues la modernización de México, meta desde la era de la Independencia, no se logrará con anacronías de un lado u otro, sino con diferencias aclaradas a partir del centro político donde se ubica, con sus preferencias, sus tendencias, sus prejuicios, cómo no, la mayoría de los ciudadanos.
He evocado la larga ruta política que nos llevó de Obregón a Calles y del Maximato vencido a las presidencias sexenales que, entre 1934 y 1958 construyeron a nuestro país, carentes de la legitimidad electoral, pero dueñas de la legitimidad revolucionaria. Ésta, perdida en 1968, no es recuperable. La legitimidad democrática vuelve a ponerse en juego en el año electoral que se inicia hoy mismo. Cada cual conoce sus cartas. Yo destapo, como ciudadano, las mías. Son cartas marcadas, sólo, pero sin duda, por la historia que aquí he querido recordar.
Mi opción es por una izquierda moderna, social-demócrata, internacionalista, ilustrada y bien anclada con la problemática de un país, ayer nomás de 20 millones de habitantes, hoy de 120 millones, que ya superó la agenda de antaño, pero debe aún encarar la agenda de mañana.