Hay signos inquietantes en el decir y actuar oficial en relación con el crimen, es mejor no soslayarlos. Esos signos revelan cierta tentación fascista, oculta por el manto de una doble premisa: no hay mejor criminal que el criminal muerto; si de acabar al crimen se trata, derechos y libertades son una minucia. Esa premisa exige dar por cierta una simple presunción: todos los muertos son criminales y todas las víctimas de abusos deben tenerse por sospechosas.
Exige ser cómplices de algo que, a la postre, provocará una herida difícil de sanar y olvidar. Quizá esa tentación tenga por objeto, a partir de un baño de sangre, sanear la atmósfera de inseguridad y violencia para abrirle espacio a la campaña electoral que, en la actual circunstancia, presagia un problema superior al existente. La pregunta es si un ejercicio cívicodemocrático puede tener por piso un mar de sangre fresca o seca o si un Estado se puede afianzar sobre la costra o el coágulo de una infamia.
Ahí están esos signos, no pueden ignorarse o disfrazarse. Es mejor fijar postura franca ante ellos y salir del juego de simulaciones y engaños. No se puede tener alma demócrata y corazón fascista. Torturar seres humanos y presumir respeto a sus derechos. Practicar la venganza y creer en el Estado derecho. La esquizofrenia política no acepta disfraz.
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Es comprensible que, al conocer en detalle la barbarie aplicada por los criminales a sus competidores, a elementos de las fuerzas del orden o a civiles inocentes, la rabia, el dolor, la tristeza y el miedo social sean tentados por la idea de darles el mismo trato que dispensan. Es comprensible, pero injustificable porque cobrar ojo por ojo, diente por diente, es llevar al Estado de Derecho justo a donde los criminales lo quieren: a su quiebra. Es, además, exponer al peligro la democracia si por ésta se entiende algo más que un voto y al fracaso al próximo gobierno si, de veras, se le quiere dar oportunidad.
Exponer a la luz la tentación fascista no supone la defensa de la criminalidad, sino de la civilidad. Es inaceptable igualarse con los criminales, empatar el terrorismo criminal con el terrorismo de Estado. No vale hacerse de la vista gorda frente a cuanto está ocurriendo ni convertirse, por indiferencia, en pariente o cómplice de los criminales.
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En el decir, esas tentaciones se advierten en expresiones inquietantes. Exponente en turno y por antonomasia de ese lenguaje fascista es el exgobernador constitucional de Veracruz, Javier Duarte. No, no hay error al reconocerlo como exgobernador constitucional, renunció a ese cargo al confesar –vía Twitter y, luego, en discurso oficial– que el mensaje enviado con los 35 ejecutados arrojados en plena vía pública “es muy claro, en Veracruz no hay cabida para la delincuencia” o, bien, que los criminales tienen por destino inexorable la cárcel o la muerte.
A confesión de parte, relevo de pruebas –dice el refrán– y, entonces, la Procuraduría General de la República o el Congreso de Veracruz debería llamar a Javier Duarte para que abunde en lo que sabe. Su decir revela que él sabe quién ejecutó y arrojó los cuerpos y expresa, además, su respaldo a ese tipo de castigo, ajeno por completo al Estado de Derecho. Lo peor, el dicho del exgobernador sugiere y delata que hay grupos militares o paramilitares que actúan por la libre, al margen del derecho, e imparten justicia a partir del tableteo de un fusil automático o de la tortura de quien, sin juicio, ha sido sentenciado a muerte.
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En el decir, esas tentaciones también se advierten en el dicho presidencial. El jefe del Ejecutivo incurre demás en más en expresiones lejanas por completo a quien juró respetar y hacer respetar la Constitución. ¿Qué quiere decir el mandatario cuando, como hace días, expresa: “esa plaga que es el crimen y la delincuencia, es una plaga que estamos decididos a exterminar en nuestro país, tómese el tiempo que se tenga que tomar y los recursos que se necesiten”.
Exterminar es un vocablo con sólo dos acepciones: acabar del todo con algo o alguien o, bien, destruir, devastar con las armas. ¿Anunció el mandatario de manera coloquial una política de exterminio? Inquieta el dicho porque es consonante con lo que se está viendo en varias plazas de la República: ejecuciones supervenientes a la tortura que, oficialmente, son producto del enfrentamiento entre bandas criminales pero que, en combinación con el dicho de Javier Duarte, quizá más bien sean producto de ejecuciones extralegales, de escuadrones alentados a exterminar criminales, en vez de detenerlos y presentarlos ante la autoridad judicial. No estaría de más tener definiciones claras de lo que se está diciendo y haciendo.
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En el actuar los signos de una tentación fascista también se asoman. Son ocasionales, pero crecientes las denuncias de quienes, de pronto, se ven puestos contra la pared en su propio domicilio que no es una casa de seguridad y viven de cerca lo que es sufrir un abuso o atropello a sus derechos fundamentales. Torturas, desapariciones, detenciones extraoficiales, o la configuración de nuevos delitos –ahí está el de perturbación del orden público, bisnieto del de disolución social–, recuperan espacio como costumbre.
Esto, desde luego, sin mencionar que muchas libertades y derechos han sido limitados por la vía de los hechos y, lamentablemente, su limitación se entiende como impuesta por la realidad. Sí, sin anuncio legal, la libertad se sacrifica en nombre de la seguridad que nomás no llega. En suma, ni libertad ni seguridad sólo temor y miedo.
En este actuar hasta el significado de las palabras se trastoca: legislar, hoy, es legalizar una serie de medidas arbitrarias y autoritarias para actuar sin el temor de más tarde se vaya a denunciar la ruptura del Estado de derecho.
Inquietan esos signos, alarma la tentación fascista.
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Sin información oficial, clara y precisa sobre el derrotero de una guerra cuya existencia se niega, es menester poner sobre la mesa esos signos y esa tentación. Ir a un ejercicio cívico-democrático –como lo es una elección– sobre un piso ensangrentado y en un marco donde los derechos y las libertades de reunión, manifestación, expresión y tránsito están limitados o lastimados, es un engaño. No se puede elegir un destino cuando no hay destino qué elegir. Es hora de exigir definiciones y aclaraciones sobre el rumbo que el país toma, antes de que la tentación fascista frente a la criminalidad arrase con la civilidad.
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