Terminamos por acostumbrarnos
Lo peor de todo es que terminamos por acostumbrarnos. Ajustamos nuestra forma de vida. Aceptamos como inevitable lo que debería ser inaceptable.
Cuando vino la matanza de 15 jóvenes en Villas de Salvárcar en Ciudad Juárez, el 31 de enero de 2010, el mundo entero se indignó. El presidente Calderón, en esas reacciones que se han vuelto lamentablemente automáticas, declaró en Japón que era una lástima pero que los muertos habían sido pandilleros atacados por otros pandilleros. Resultó después que no: que todos o cuando menos la mayoría, eran jóvenes estudiantes y deportistas cuyo único pecado era asistir a una fiesta.
Fue tan grande el choque por la matanza de Villas de Salvárcar que casi pasó inadvertido el homicidio de 10 personas en el bar El Ferri de Torreón. Parecían pocos los muertos en comparación con lo ocurrido en Villas de Salvárcar.
Desde entonces, sin embargo, las masacres se han multiplicado y el horror ha aumentado. En abril del 2010 aparecieron 72 cadáveres en un rancho en el municipio de San Fernando en Tamaulipas. El 15 de mayo se registró otra matanza, en esta ocasión de ocho personas, en el bar Las Juanas de Torreón. El 18 de julio tuvo lugar el asesinato de 17 personas en la quinta Italia Inn de Torreón. En julio de este 2011, 20 personas fueron masacradas en el bar Sabino de Monterrey.
La lista es interminable. Registradas en los medios de comunicación ha habido más de 70 matanzas en los últimos años en nuestro país. Otras, al parecer, se desconocen y sólo sabemos de ellas cuando se encuentran las fosas clandestinas. Lo peor de todo es que muchas ya ni siquiera son objeto de atención por parte de los medios de comunicación porque no son suficientemente salvajes o no tienen un número elevado de víctimas.
Cuando el 21 de agosto de este 2011 se hicieron disparos en las afueras del Territorio Santos Modelo de Torreón, pudimos estar agradecidos de que no se habían registrado muertos. Pero la difusión de lo ocurrido a nivel nacional e internacional por el hecho de que en ese momento se llevaba a cabo un partido de fútbol de primera división entre Santos y Monarcas significó un golpe más para la imagen de nuestro país en el exterior y para el ánimo de los mexicanos.
El ataque por un comando armado al Casino Royale de Monterrey el pasado 25 de agosto, que llevó al gobierno de la república a establecer tres días de luto nacional y dejó más de medio centenar de muertos, ha generado una nueva conmoción nacional. La idea de que un comando armado puede llegar a un lugar de diversión, disparar sobre quienes estén presentes y prender fuego al inmueble, parece ir más allá de lo imaginable. Que decenas de personas hayan muerto asfixiadas o quemadas vivas, angustia de una forma adicional.
Lo peor de todo es que no sabemos cuánto tiempo pasará para que esto se olvide y actos similares ya no generen demasiada atención. Tampoco sabemos cuánto tiempo transcurrirá para que un grupo delictivo lleve a cabo un acto todavía de mayor violencia que opaque todo lo que hemos visto con anterioridad.
Lo peor de todo es que parece que los mexicanos no tardamos mucho en acostumbrarnos. Proseguimos nuestra vida habitual lo mejor que podemos hasta que llega el siguiente gran horror que nos hace recordar la terrible situación que estamos viviendo en el país.
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