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Todo exceso es demasiado

ADELA CELORIO

"Antes de empezar a hablar, permítanme decirles una palabras" Cantinflas dixit. Con motivo del centenario del nacimiento de Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes (12/8/1911) mejor conocido como Cantinflas, las secciones culturales de los diarios nos empalagan con biografías edulcoradas en las que el cómico aparece casi como un héroe o como un santo mexicano. Para los canales de televisión es obligado rendirle homenaje exhibiendo sus películas incesantemente; imagino que durante todo el mes; y para no estar fuera de contexto, todos debemos solidarizarnos con la causa y rezarle a San Cantinflas sin hacer el menor cuestionamiento porque ya sabemos que los medios siempre tienen la razón. Ir como Vicente a donde va la gente, al fin y al cabo la cordura es sólo cuestión de consenso. El problema es que a mí la cordura me aburre y cuando me aburro enloquezco.

Me vuelvo provocadora y aunque conozco el grave riesgo de disentir de las emociones colectivas; me arrojo a la controversia sin paracaídas. Imagínese usted paciente lector que en medio de la euforia cantinflera que estamos viviendo, sin pensarlo demasiado y sólo por explorar otra línea de pensamiento, se me ocurrió comentar que a mí nunca me gustó el cómico ni su laberíntica verborrea, su aspecto deshilachado o su ridículo bigotito; y que jamás entendí su artificiosa comicidad. Mi comentario cayó como un piedrazo sobre la paella dominguera que compartíamos con un pequeño grupo de amigos. Se alteraron los ánimos, se les agrió el vino. "¿Qué te pasa?, estás hablando de una de las pocas glorias nacionales" dijo alguno, y todo el grupo se puso tan intenso como cuando los políticos insisten en defender nuestra soberanía aunque nadie la esté amenazando. "Hijo de un humilde cartero, llegó a ser un comediante sólo comparable a Chaplin" comentó otro. Y alguien más añadió: "su gran acierto fue construir el arquetipo del mexicano que suple la falta de conocimiento con el verbo, representar al peladito ingenioso que Mario Moreno conocía bien de cerca; porque sin educación formal que lo avalara, como tantos buscavidas en nuestro país se tuvo que inventar de voceador, de torero bufo o de boxeador.

Lo que le saliera para ganar su pan". Y yo: "pues sí, pero no, todo eso fue antes de convertirse en el cómico mimado y en el nuevo rico, pagado de sí mismo, fascinado por el lujo, con más cirugías plásticas que Berlusconi y con debilidad por las mujeres extranjeras y rubias. De hecho se casó con una rubia rusa"; dije para apuntalarme. Y como quien atiza el fuego, las alabanzas subieron de tono: "Traspasó las fronteras con sus películas e internacionalizó el cine mexicano cuando nadie lo había hecho antes. Se codeó con los mejores de su época... al final de su vida fue humanitario y un gran benefactor de los niños desprotegidos". Y para no perder el tono cantinflesco les respondí que todo tiempo pasado fue anterior. Tendría ya más de ocho años cuando pisé por primera vez un cine; entre otras cosas porque los niños antiguos no vivíamos como los de ahora; apantallados entre la computadora, la tele y el cine.

Sería ya mayorcita cuando en una visita a esta capital hicimos una tremenda cola para ver la película "PEPE"; que con Kim Novak, Tony Curtis y Bing Crosby en el reparto; prometía bastante. No tengo muy clara la razón por la que no me gustó. Tal vez fue por lo artificioso del personaje, o porque tuve la percepción de que la gente iba programada para reírse; después de todo se trataba de Cantinflas. Para mí la comicidad y el humor han de ser sencillos, naturales, y sobre todo sinceros. Prefiero la sonrisa a la carcajada, y recuerdo como una joya de ternura y humor exquisito a don Joaquín Pardavé, a Pedro Infante que además de la seducción que desplegaba, era gracioso sin proponérselo. Hoy, mi más admirado comediante es el entrañable Woody Allen. Alguna noche de ésas en que uno anda desbrujulado, comencé a ver una de las viejísimas películas que con motivo del centenario están exhibiendo exhaustivamente en la tele. Diez minutos más tarde la apagué convencida de que me guste o no, Cantinflas hizo escuela, y ahora, de peladitos ingeniosos que hacen malabares con la palabra, andamos sobrados. Basta escuchar la cháchara imparable e inane de los diputados o la retórica perversa de nuestros políticos para recordar al cómico. No conozco a ningún priista que se resista a cantinflear. "Miles de personas se formaron en Bellas Artes durante tres días para darle la despedida y a su funeral asistieron políticos importantes, artistas y empresarios... por algo sería..." dijo mi amiga Boruca, a lo que respondí: "Pues sí, pero ahí no está el detalle". adelace2@prodigy.net.mx

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