Toda muerte es un escándalo, pero hay muertes que nos escandalizan más, como las de tantos ciudadanos que mueren diariamente sin más razón que la brutal, la incomprensible violencia que asuela a nuestro país... y a tantos otros, porque el mundo se torna cada día más violento.
Hay muertes absurdas como la de los Kennedy o la de John Lennon. Las hay estúpidas como la que Shakespeare impuso a Romeo y Julieta o como la de mi hija a sus veinte años. Las hay ruines como la del "Cónsul de Cuernavaca", el alcohólico personaje de la espléndida novela "Bajo el Volcán" de Malcom Lowry.
Morir por la patria es sin duda la más honorable de las muertes, aunque siempre es mejor tener el tiempo para construir con la vida una patria mejor. Hay también muertes oportunas como la de mi bellísima amiga Marina, quien inmersa en un intenso romance con un famoso director de orquesta y sintiéndose amenazada por el medio siglo que estaba por cumplir; me confesó: "no quiero hacerme vieja, me encantaría morir ahora junto al hombre que amo". Sólo dos semanas más tarde, iba yo al volante de mi escoba cuando escuché la noticia en el radio: apenas unos minutos después de despegar del aeropuerto de Cuernavaca, se desplomó el pequeño Jet de dos plazas que pilotaba el famoso director de orquesta Eduardo Mata... acompañado de mi amiga.
Hay también muertes afortunadas porque lo salvan a uno de la refinada tortura que impone una larga enfermedad y el descuartizamiento despiadado al que nos someten los médicos en los hospitales. Hay muchas formas, todas escandalosas y amenazantes; de alcanzar nuestro inevitable destino final.
Recuerdo ahora vagamente el cuento oriental del hombre que al tropezar con la muerte en el mercado de su pueblo, toma su caballo y huye. Después de cabalgar una gran distancia, en un recodo del camino encuentra de nuevo a la muerte, que sorprendida le dice: "Me pareció muy raro encontrarte ayer tan lejos sabiendo que tú y yo teníamos una cita hoy aquí".
Es imposible escapar del misterioso azar. Fue largo y sinuoso el periplo que hubo de recorrer Facundo Cabral para encontrar la muerte en Guatemala. Como viene sucediendo con tantos ciudadanos, Facundo se encontraba en el lugar y en el momento equivocados, lo cual no impidió que llegara puntualmente a su cita con una muerte oportuna; afortunada si usted pacientísimo lector me lo permite; porque no hubiera sido justo que un hombre que recorrió el mundo el mundo sin más equipaje que su guitarra y su voz... me gusta el sol y la mujer cuando llora... cantando siempre a la libertad, a la justicia y al amor; muriera lentamente, casi ciego y sometido a la exterminadora quimioterapia.
Lo que importa en la vida es la calidad y no la cantidad. Lo que importa es que durante ese breve instante de luz que nos es concedido, seamos capaces de aferrarnos al bien y al contento; como hizo siempre Facundo.
Cuenta un tal Claudio Gorrini -según parece su representante artístico o algo semejante- que en la cúspide de su carrera, el poeta-cantor obsequió a la Madre Teresa un millón de dólares. No lo dudo, un espíritu libre como el de Facundo no se deja atrapar por el dinero.
Recuerdo cuando entre nubes de talco y biberones soñaba con la universidad que mi padre me negó porque ¿para qué si te vas a casar? (Supongo que papá pensaba que las mujeres casadas debíamos ser asnos rebuznadores). Cuidando niños andaba por entonces, pero por las noches cuando todos dormían, muy bajito, sólo para mí, escuchaba en mi disco preferido: "no soy de aquí ni soy de allá/ no tengo edad ni porvenir...". Yo sí tenía un porvenir; me esperaban muchos años de mochilas, de bicicletas y tareas, de risas y llantos infantiles; pero aquello de "las golondrinas y las malas señoras...", me prometía vagamente un futuro más amplio, más libre, más divertido.
Perdonen los lectores, pero de la muerte de Facundo Cabral sólo lamento que la violencia estúpida y ruin que nos amenaza a todos, lo haya alcanzado también a él; pero creo que un espíritu libre como el suyo, no merecía la humillación a la que nos somete una enfermedad terminal.
Todo tiene su tiempo, y cuando se hace bajo el sol tiene su hora... (Eclesiastés 3.1) Ahora, ante la conmoción que nos ha causado su muerte, recuerdo también la rudeza con que Hemingway afirmaba: "cuando uno no puede follar, beber, pelear, escribir..." o ni siquiera cantar -añado yo- la llegada de la muerte es oportuna y bienvenida. Facundo tenía el derecho de armar con su muerte un gran escándalo; y en ésas estamos.
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