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Último día para insultar políticos

Minutario

GUILLERMO SHERIDAN

La magnitud de la crisis de México es tal que hasta el arte de insultar se halla en decadencia. Uno de los recursos más ricos de la imaginación, y uno de los usos más creativos del lenguaje, subordina su poderío a las cinco notas de la monótona mentada de madre, ese coro multitudinario de claxons con que los mexicanos se dan los buenos días.

Respeto en conciencia el recurso del insulto, aunque deploro el triste empleo que se le da en estos días. Insultar ha dejado de ser una excepcionalidad del temperamento y se ha convertido en un hábito vacío de sentido, ruidos huraños, hediondos de bilis, sin chiste y sin ingenio.

La conmovedora escena de "las ladies de Polanco" que divulgó YouTube -grabado por un espectador que representaba a la atónita Patria-, al mostrar a dos selectas damas escrupulosamente dedicadas a insultar a un petrificado policía, mostró también la triste cacofonía en que ha terminado la expresión verbal de la iracundia. Una retahíla de mentadas proferidas -hay que reconocerlo- con energética enjundia.

El insulto que ha conmovido a México, sin embargo, no ha sido el predecible, percutiente imperativo que ordena a la víctima proceder ipso facto a cometer incesto con su mamita -más conocida como la "chingada madre", es decir: la inerme violada y violable--, ni que tal mandato viniese de una dama que se mostró, así, escasamente solidaria con otra de su género (o sea la progenitora del policía), sino otro insulto que alzó la cabeza enmedio de la retahíla y que tiene muy distinto carácter: "asalariado de mierda".

¡Qué curioso insulto! Es el típico insulto hara-kiri, autoincriminatorio, que logró convertirse en un exacto autorretrato de la profiriente: una selecta dama a tal grado pagada de sí que presume de no recibir paga alguna: la reina de un país que sólo existe en su -dicho sea con perdón- vociferante hocico, un país de caninos, lengua y baba. Y, sobre todo, es un insulto con una notoria carga de censurable clasismo, un clasismo espectorado con la vulgaridad de una dama que -seguramente sin percatarse de ello- ponía en evidencia sus íntimas sospechas sobre su licitud social. Un insulto, en ese sentido, muy mexicano, que reconoce las dudas e incertidumbres de nuestra nacionalidad acomplejada.

Me parece un deber impostergable, en estos días en que insultar es la norma, reivindicarlo como arte y restituirle dignidad. Habría que hacer obligatoria la lectura del monólogo sobre el arte de insultar que profiere Cyrano de Bergerac, el personaje de Rostand, cuando algún baboso "gentleman de Polanco" lo trata de "narizón". Los niñitos de México, los conductores, los replicantes de blogs y periódicos renovarían sus arsenales y le restituirían al ingenio la capacidad de zaherir con eficacia.

Pero no a los políticos, pues hoy martes nuestros laboriosos, multimillonarios diputados pueden pasar una ley que castigará con hasta 200 salarios mínimos y hasta seis años de cárcel a quien injurie candidatos o partidos. No, todo indica que no tienen mejor cosa que hacer.

En fin, antes de que esta ley averíe mi libertad de decir y escribir lo que me venga en gana (que yo, ingenuo, creí derecho constitucional) les anticipo algunos insultos a futuro: monstruos de naturaleza, depositarios de mentiras, almarios de embustes, silos de bellaquería, enemigos del decoro, malditos de Dios y de todos los santos, hartos de ajos, echacuervos y corazones de mantequilla.

Sí, son algunos de los insultos que don Quijote dirige al pobre Sancho. La diferencia, desde luego, es que el Caballero de la Triste Figura nunca fue una "lady de Polanco" ni nunca, el buen escudero, un "asalariado de mierda"...

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