Los duranguenses estarán de acuerdo en que en estos azarosos tiempos los gobernadores poco pueden hacer para devolverle la tranquilidad a sus gobernados. La inseguridad se ha apoderado de ciudades que antes en provincia gozaban de una paz provinciana, de música de banda en el quiosco de la plaza, de atardeceres sin más nubes que las que había en el cielo y de pájaros trinando en los árboles. Antes se disfrutaba en las frescas noches de las caminatas que se hacían por los diversos rumbos de la ciudad. Las calles eran el refugio perfecto para salir de las casas a respirar el aire puro de las noches del Guadiana. Las ciudades guardan lo que de ella hicieron sus antiguos habitantes. Los espíritus de los vecinos aún permanecen habitando aquello que con tanto cariño y esfuerzo levantaron cuando creían que sería para siempre. Hoy sus descansos están siendo perturbados. No lo puede creer. Imaginemos el panorama de hace más de cuatrocientos años atrás. De entonces a acá la ciudad se ha levantado señorial y majestuosa, a pesar de todos los pesares.
Es tierra rica en corridos, debido a la explorada inspiración de los lugareños, recuerdo ahorita el de los dos amigos que venían de Mapimí,/ que por no venirse de oquis robaron Guanaceví/ ellos traiban dos caballos, un oscuro y un jovero/ en el oscuro traiban ropa y en el jovero el dinero,/ también traiban maquinaria y muy buenas baterías/ para destrabar los rieles y hacer los cambios de vías/ Martín le dice a José. No te pongas amarillo/ vamos a robar el tren que viene de Bermejillo/ amarillo no me pongo, amarillo es mi color/ he robado trenes grandes y máquinas de vapor/Válgame el Santo Niñito, ya agarraron a José/En la esquina del mercado lo ataron y se les fue/ sería por las oraciones que su madre le rezaba/ sería por su buena suerte que a José no le tocaba. (Lo que es una muestra del rico folclor duranguense).
La ciudad brilla esplendorosa con luces multicolores durante las noches que iluminan como una diamantina sus fachadas de cantera rosa. Despiden sus aires nocturnos suaves perfumes de azahares que arrebatan los sentidos. La casas del más puro estilo plateresco son mudos testigos del paso de los años, cuando el piso de sus calles era de tierra por donde circulaban bicicletas, arriba señores de grave gesto con bombín y de levita, sosteniendo la pernera con un cincho del lado de la cadena, descendiendo del vehículo sin soltar los manubrios, frente a verdaderos palacios de ventanales por donde en sus visillos asomaban con azoro lindas quinceañeras de mejillas coloreadas al estilo recatado de los primeros años del Siglo XIX.
¡Oh! manes del destino. La ciudad ha sido arrebatada por el crimen. Se han vuelto cotidianas las balaceras en pleno centro histórico. Acaba de escenificarse un tiroteo en el interior del reclusorio con armas de fuego en manos de presidiarios ¿cómo puede ser eso?, ¿no hay vigilancia? El corazón retumba como locomotora a punto de salirse de los rieles. Todo es confusión. Las amas de casa buscan desaforadas un refugio donde guarecerse apenas se escuchan las primeras ráfagas de pavorosos cuernos de chivo. La peor de las confusiones se apodera de los habitantes. El alma amenaza con salirse por las jadeantes bocas que no atinan a saber qué demontres está pasando. Pero no hay que preocuparse, tenemos un gobernador que se las sabe de todas, todas. Ya le encontró el remedio que pondrá a salvo a la población: que se mantengan las familias duranguenses en sus domicilios, ¡nadie se atreva a cruzar el dintel de la puerta que da a la calle! ¿El orden?, ¿el deber de proteger a sus coterráneos?, ¿el derecho de éstos a ser libres y no prisioneros en sus propios hogares? Eran dos amigos uno se quedó escondido. Adentro se oye un tiroteo, no te pongas amarillo, amarillo no me pongo, amarillo es mi color.s