En estos días he estado escuchando lo que traducido a ¿qué esperamos de la persona que durante seis años hemos de mandar a Palacio Nacional para que, una vez electo, asuma el puesto de Presidente de la República responsable de decidir sobre nuestro destino como Nación.
No debería ser así, pero es la triste realidad que se ha venido repitiendo sexenio tras sexenio. Los controles constitucionales no funcionan, perdemos de vista en el maremágnum de los días que habrá diputados y senadores que conformarán el poder legislativo encargados, entre otras ingentes tareas, de frenar la función del Poder Ejecutivo que vayan en detrimento de los intereses de la comunidad.
En vez de ello, le damos primordial importancia a cuestiones que están bien si estuviéramos decidiendo la aceptación de un miembro de la Real Academia de la Lengua o se tratara de entregar el Premio Nobel de Literatura o un premio a la erudición, o a la sabiduría, o se tratara de encontrar a un letrado, culto, estudioso, educado e instruido, pero no. Son otros los requisitos para aspirar a titular del Poder Ejecutivo, entre los cuales sobresale la honestidad y la sencillez, dentro de un comportamiento moderado y decente.
Lo que sucede en este país, hace ya largo tiempo, es que nuestros políticos se hacen como el jocoque: de la noche a la mañana y no por generación espontánea, sino por recomendación de un amigo de la élite.
En la historia de este país no tendríamos que buscar mucho para encontrar al político ideal que si reviviera cubriría todas esas expectativas: sería el general Lázaro Cárdenas del Río. México necesita muchos Lázaros, a quien se definió como un hombre de carácter fuerte y decidido. No necesariamente era un hombre "léido y escribido". Sólo habría acudido a la escuela hasta la temprana edad de once años. Sin embargo, tenía sentido común y era un hombre inteligente; hablar de sus logros sería hacer la disección de un gigante, lo que me hace pensar que cualquiera puede ser Presidente, pero no cualquiera puede forjar una nación. Era, sin caer en el uso de falsos ditirambos, un patriota en el sentido estricto de la palabra.
Todo esto viene a cuento por la participación, hace unos días, de Enrique Peña Nieto, en la Feria Internacional del Libro que tuvo lugar en Guadalajara. Me refiero a su participación, calificada de desastrosa, al olvidar los títulos de tres libros que le preguntaron hubieran influido en su formación.
A continuación titubeante le atribuyó una obra a un autor que no era. Dando lugar a burlas y chacoteos, tantas que un grupo de estudiantes le dejó, en las oficinas del PRI, un paquete de libros, con un recado mencionando con evidente sarcasmo, que Peña Nieto, ha escrito más libros que los que ha leído.
Bueno, insisto, el que sea un lector ocasional no le resta méritos para figurar como candidato del PRI, si la ciudadanía así lo quiere. En entrevista con el periódico El País de España, dijo "que nunca haría alarde de otra cosa que no sea lo que es mi esencia, mi forma, mi estilo, como me conduzco en distintos escenarios y, que a partir de ello, cada quien juzgue".
Más parece una admonición, nacida de la desesperación de verse atrapado en un disparate. (Yo soy como soy y seguiré siéndolo, pésele a quien le pese, pareció querer decir).
"Un saludo a toda la bola de pendejos, que forman parte de la prole y sólo critican a quien envidian", fue el mensaje que escribió el novio de la hija de Peña Nieto y que ella retwiteó. Luego se disculparía de lo que escribió.
Cabe aclarar que un proletario es un miembro de la clase obrera, pertenece a la clase social más baja de la edad contemporánea. Si, esto es, en labios de una persona acomodada se trata sin eufemismos de los ciudadanos de la clase más desamparada, que carecían de propiedades y solamente podían aportar prole (hijos) para engrosar los ejércitos de la Roma imperial. Tiene el proletariado o clase obrera intereses antagónicos a los de la clase burguesa o capitalista. El otro término ciertamente ofensivo, significa hombre que dice necedades o tonterías, o también, hombre cobarde y pusilánime, o bien, hombre tonto, estúpido. En fin, ¿a cuál categoría se estaría refiriendo?
Lo sabido es que los niños repiten lo que oyen en sus hogares y eso, en el presente caso, resulta muy grave en momentos en que se habría logrado la aquiescencia de la cúpula obrera, sector que lo destapa como avocado a figurar de candidato del PRI. ¿Qué estará pensando la masa de trabajadores de la filosofía de un cuasi candidato a la Presidencia de la República?