Permítaseme esta vez hacer una pausa en el diario quehacer deportivo para recordar a un ser maravilloso que nos tocó conocer, querer y hoy extrañar. Que antes de cumplir sus quince años de edad nos trajo a este mundo, muy joven ella y muy joven nos dejó para siempre.
Cierta vez nos vio con los ojos húmedos al conocer que sus males se agravaban, con esa entereza que el Señor le dio desde que a los dos años quedó huérfana, nos llamó y nos dijo: "No se ponga triste, no moriré porque estaré más viva que nunca con las buenas obras que usted haga".
Fue única. En casa siempre había gente a la mesa, mucha que no conocíamos pero que ella recogía con amor. "Nunca falta un plato de frijoles y unas tortillas para el que nada tiene", nos decía. Hasta nuestra habitación del pueblo natal tenía algunas veces huéspedes de edad y sin recursos.
Ahí éramos conocidos, no por lo que íbamos logrando en un mundo ya muy difícil, sino por ser hijos de "Conchita" la que tenía en sus mejillas unos agujeritos por donde se asomaba su bondad, la que tenía ahijados por todas partes, hasta en las rancherías cercanas.
Cuando íbamos al pueblo natal, al regreso, ya lo sabíamos, quería un regalo especial, o sea algún familiar menor de edad cuyos padres estuvieron con problemas económicos o de relación. "Ellos no tienen por qué sufrir", nos decía. Así crecieron muchos en esta casa lagunera.
Fue un día como hoy, hace 31 años, cuando la vimos por última vez con vida. Salió a la puerta a despedirnos, a darnos su bendición, pidiendo por nosotros, como lo sigue haciendo desde el cielo. Quedó un boquete muy grande que solamente se cubrirá cuando volvamos a estar a su lado.
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