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Un mundo feliz

ADELA CELORIO

Todos con jeans, todos con camiseta, todos con bragueta. Todos en la misma onda y en la misma frecuencia. Todos bailamos Waka Waka y compartimos la misma queja. Todos vivimos pegados al celular y en íntima relación con la computadora. Conectados a las mismas redes y sin espacio para la reflexión, el pensamiento individual uniformado. Los deslices de Kalimba, el adulterio de Swatzenaguer o la más reciente balacera; son el tema obligado de hoy. Abdicados ya de cualquier pensamiento independiente; sin capacidad de reacción nos encueramos y nos sometemos mansamente a las necedades que nos imponen en los aeropuertos.

Lo nuestro es estar de acuerdo, hacer y pensar aquello que cuenta con el consenso de la mayoría; militar en esa masa que por su volumen, no puede estar equivocada. Igualitos los unos a los otros, vivimos obsesionados por la hipoteca, el auto, Disneylandia, el exceso de peso, el vigor sexual. Leemos los mismos "best sellers" (cualquier adolescente clasemediero que desconozca las aventuras de Harry Potter está marginado) bebemos las mismas bebidas y aceptamos impasibles la misma retorica inane de los políticos que ya no tienen que esforzarse en desarrollar nuevas estrategias, formas éticas, honestas de gobernar; y sólo siguen las huellas de sus antecesores. Big Brother nos unifica en el futbol, nos controla y nos informa lo que debemos comprar y hasta por quién debemos votar. Tomar Omega III, trotar al menos media hora diaria, beber dos litros de agua y comer grandes dosis de fruta y verdura es lo obligado aquí... ¡y en China! Ignorar la consigna de realizarnos mastografía y colonoscopía al menos una vez al año nos convierte en ciudadanos sospechosos.

Antes cuidábamos la salud para vivir la vida y hoy en cambio queremos la vida para cuidar la salud, porque ser saludables hermosos y multiorgásmicos ya no es cosa de buena suerte sino un deber social. El buen ciudadano no fuma ni bebe ni excede los límites de velocidad que marca la Ley; y para asegurarse de que seamos buenos ciudadanos está la omnipresente policía debidamente armada. Los retenes militares y las cámaras que en las calles, Bancos y supermercados, toman nota de nuestros movimientos.

"Para finales de 2011 las autoridades del STC estiman que los cinco millones de pasajeros que diariamente utilizan las líneas del Metro, serán vigilados por cinco mil trescientas cámaras", me entero por el periódico. Los alcoholímetros pueden detenernos en cualquier momento para verificar el número de tragos que traemos puestos; y los teléfonos celulares y tarjetas de crédito llevan puntual constancia de todos nuestros movimientos.

La oportunidad de perder el camino alguna vez y descubrir lugares diferentes, conocer gente nueva, ver el mundo desde otro ángulo; ha quedado cancelada por el G.P.S. su pantalla a colores y sus alucinantes instrucciones verbales. Todo está ya pensado y ordenado en los manuales del buen ciudadano.

Todo está ya hecho, sólo tenemos que apretar el botón correcto. Viniendo como vengo yo, de "Living la vida loca"; y siendo como soy, una hippie de larga duración; este mundo tan perfectamente organizado -"es por tu bien" decía papá y me ponía cada friega- me pone mala. La vida me parece blanda, sosa, flácida... ¿Dónde está la gente loca que va a cambiar el mundo? Añoro los tiempos en que Ernest Hemingway escribía sus páginas magistrales (que a la postre le ganarían el Nobel) inspirado por altas dosis de daiquiris y Sigmund Freud experimentaba con la cocaína mientras desarrollaba su "Talking Cure" Hoy en cambio, toda persona que se respete ha de ser filántropo, apoyar la lucha contra el cáncer o el sida; y adoptar niños africanos. En este mundo de impecable corrección, Hemingway no sería un enorme escritor sino un borracho y Freud simplemente un drogadicto.

Es muy probable que a los ojos de una sociedad tan aséptica, el juicio social terminaría minando su talento. Sin duda, cultivar la salud es mejor que atentar contra ella, siempre y cuando lo hagamos por convencimiento propio, y no por decreto. Creo que a nuestra sociedad le faltan contrapesos, capacidad de disentir, de dudar del pensamiento único, capacidad de reflexionar por sí misma. Porque la cosa no es tan simple como obedecer y portarse bien, hacer siempre lo que nos manda la autoridad o nos dicta la corrección.

La verdadera civilización se genera en la tensión entre lo prohibido y lo permitido, entre lo correcto y lo incorrecto, en la batalla que según nos demuestra la historia humana; tarde o temprano se decanta por el bien común. Usted perdone la irreverencia pacientísimo lector, pero según yo, es en lo apasionado e incorrecto donde germina la semilla de todo cambio. Dudar de aquello que se nos da ya pensado; eso es lo que toca si es que no aspiramos a habitar el "Un Mundo Feliz" que proponía Aldous Huxley.

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