Ganar en cualquier sentido genera una sensación de bienestar, de excitación y de alegría. Pero ‘casi ganar’ puede producir una sensación aún más fuerte. YO LEE.O / Siglo Nuevo. Cada Página un Mundo.
En México hay más de 200 centros de apuestas y se espera que en un año el número se duplique. La promesa de volverse millonarios, la adrenalina y la emoción que experimentan sus clientes han hecho que los casinos corran con suerte, aunque la sociedad no siempre gane la apuesta.
Las ‘maquinitas’ están formadas como soldados. Parejitas. Una al lado de otra. Cada una coronada por destellos de luces y tocando una música como de nave espacial de película. La primera impresión de un sitio de apuestas en México parece muy alejada del glamour con que se vende a ciudades como Las Vegas. En este pedacito de Nevada la interacción es poca. Cada uno va a lo suyo, que es invitar a la diosa Fortuna a jalar la palanca que esperan los haga millonarios, o mínimo les regrese lo arriesgado.
El valor del mercado de juegos y sorteos en México es de unos cuatro mil 600 millones de dólares, según estimaciones de la consultora KPMG. Los centros de apuestas se han abierto con capital nacional. Reportes del diario Reforma afirman que uno de los más importantes empresarios del giro en México es el ex alcalde de Tijuana, Jorge Hank Rhon, quien tiene intervención en por lo menos 79 salas de sorteos y 82 de los 213 centros de apuestas por Internet mexicanos. La mayor parte de sus establecimientos se hallan en Baja California así como en estados con vocación turística como Yucatán, Tabasco y Baja California Sur. El negocio también está en auge en Morelos, Querétaro, Estado de México, Aguascalientes, Sonora, Nuevo León, Coahuila, Chihuahua y el Distrito Federal.
En México la posible instalación de grandes casinos al estilo Las Vegas todavía encuentra un fuerte rechazo, bajo los argumentos de que facilitan el lavado de dinero o que son plataforma para el vicio. La principal diferencia con los recintos estadounidenses es que en nuestro país no están permitidos los emblemáticos juegos de cartas ni las ruletas. Empresarios y políticos han visto desvanecerse la ambición de abrir un área con estas características en suelo azteca, no obstante, los centros de apuestas (a los que nos hemos acostumbrado a llamar casinos, aun sin serlo en toda regla) encontraron cauce en el sexenio de Vicente Fox, luego de estar a raya por 70 años.
Fue en 2005 que empezaron a operar los primeros recintos con apuestas permitidas (antes los únicos avalados eran los que operaban en el marco de alguna feria regional), con el impulso del entonces secretario de gobernación Santiago Creel, que fue acusado de tener intereses políticos en el otorgamiento de permisos.
Quienes aplaudieron y aplauden estos comercios aseguran que generan miles de empleos permanentes y directos, y que contribuyen a abultar la recaudación fiscal. Los contrarios, entre ellos la Iglesia católica, argumentan que son una forma ‘deshumanizante’ de impulsar la economía, pues se corre el riesgo de “perder el valor y la dignidad del trabajo en el azar de las apuestas”, según declaraciones de la Conferencia del Episcopado Mexicano.
Más allá del debate al fondo, los casinos se han convertido en un entretenimiento habitual para adultos; algunos los perciben como una mera alternativa de diversión, otros juegan con la esperanza de hacer fortuna de la noche a la mañana. Pero en todo jugador, tanto ocasional como aficionado, los latidos se aceleran al ritmo de la maquinaria multicolor y el organismo experimenta una gran excitación mientras se aguarda el resultado del juego. Y es que no sólo la sensación de ganar es placentera; la simple probabilidad de que ello ocurra desata en el cuerpo una serie de procesos que transforman la apuesta en una especie de droga. No por nada los psicólogos advierten que pasar del pasatiempo a la adicción es una posibilidad latente para muchas personas.
SE ECHAN LOS DADOS
Los primeros casinos del país aparecieron en los años veinte en Tijuana. La ley seca decretada en Estados Unidos, luego de la Gran Depresión, podía sortearse dando apenas unos pasos al sur de su frontera. Así la desgracia de los estadounidenses hizo florecer a Tijuana en esa época. Centros de apuestas, bares donde corría el alcohol a raudales y sitios de entretenimiento fueron el modus vivendi. Industriales del turismo aún recuerdan el famoso Casino de Agua Caliente, un complejo turístico -naturalmente de dueños estadounidenses- con casino, restaurante y galgódromo, que incluso contaba con una pequeña pista de aterrizaje para recibir vuelos de Los Ángeles y San Diego. Entre los clientes frecuentes podía encontrarse a las estrellas de Hollywood de la época como Gary Cooper, Bing Crosby y Dolores del Río.
Pero el esplendor de la ciudad gracias a los juegos de azar no duró ni siquiera dos décadas. El 24 de junio de 1938, el entonces presidente Lázaro Cárdenas ordenó su cierre bajo argumentos meramente morales. Son focos de atracción del vicio, las mafias y la explotación por parte de apostadores profesionales, relata el libro Gobierno y casinos: el origen de la riqueza, editado por la Universidad Autónoma de Baja California. Hoy en día el edificio, que se mantiene erguido, está protegido al haber sido catalogado como histórico.
Desde entonces hasta hace escasos cinco años las sedes de juego apagaron las luces y silenciaron la música al menos en apariencia, pues se conoce que por décadas y aún en la actualidad existen clubes clandestinos donde se apuesta y se bebe a todo lujo.
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