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Un oficio de 75 años

Legendaria. Esteban todavía conserva la misma mesa con la que empezó a vender lonches en 1935.

Legendaria. Esteban todavía conserva la misma mesa con la que empezó a vender lonches en 1935.

ROBERTO ITURRIAGA

Mientras en 1935 el Mercado Juárez se había consolidado como el centro comercial y alimenticio de Torreón, Esteban Frías, adolescente que había abandonado los estudios de la primaria por falta de recursos, decidió iniciar una actividad que lo convertiría hasta hoy en uno de los comerciantes culinarios de mayor tradición.

Sin oportunidades para salir adelante y con la urgencia de sostener a su familia, Esteban se decidió a pedir trabajo en el primer negocio que encontró de regreso a su hogar. "Ese mismo día cuando tuve que dejar la escuela me paré en un negocio de comida, lo atendía una amiga de una tía y le pedí que me dejara ayudarle... ahí aprendí todo sobre los lonches y las tostadas", menciona el vendedor mientras guarda sus alimentos sobrantes lentamente.

Hoy Esteban tiene 82 años, cuenta con dos hijos y enviudó hace casi una década, cada uno de sus pasos es cuidado por su hermana de 94 años quien también perdió a su esposo. "A ella casi no le gusta salir a la calle, se la vive adentro y no le gustan mucho las visitas", dice Esteban mientras observa a su hermana que se sienta detrás de una puerta de madera.

A pesar de que su negocio no tiene nombre y cuenta con sólo una mesa de madera y dos pizarrones, el lonchero se dice contento de poder sobrevivir con el producto de su esfuerzo. "A mí me gusta hacer esto, le tomé mucho cariño a mi oficio y ahora no lo quiero dejar, hasta que me vaya al otro mundo vamos a seguir aquí", dice Esteban con una voz entrecortada.

 PRUEBA DE VOCACIÓN

Fue durante la década de los cincuenta que Esteban tuvo que dejar su puesto en el Mercado Juárez. "El dueño del negocio vio que nos iba bien y nos movió de ahí... por no decir otra cosa", dice el lonchero.

Sin un lugar para realizar su oficio, Esteban decidió probarse como mensajero y cobrador de una farmacia local, donde sólo duró algunos meses debido problemas con sus jefes. "Lo mío siempre fue hacer lonches, nunca le supe a los medicamentos y las farmacias, cuando no es lo tuyo pues es difícil".

Sin embargo, luego de reunir recursos suficientes y comprar los utensilios necesarios, decidió instalar su puesto a las afueras de su casa en el 427 de la avenida Abasolo, donde todos los días sin excepción, prepara más que comida para la gente, "cada lonche que se vende es una oportunidad para sostener a mi hermana, es lo único que me queda... Mis hijos ya tienen sus familias y sus problemas".

En punto de las cuatro de la tarde y con el sol todavía a plomo sobre su cabeza, es como Esteban y su hermana deciden terminar su día, con trabajos esconden los muebles de madera y de forma lenta desmontan las pizarras de precios.

Con apenas cien pesos diarios en la bolsa es como el lonchero decide esperar hasta el siguiente día, donde tal vez más personas decidan pasar su hora de comida frente a la legendaria mesa de Esteban.

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Escrito en: Mercado Juárez

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